Ya no te llamarán abandonada. Luis Alfonso Zamorano López
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No tenía duda de que la culpa era mía, porque una persona con tanta fama de santidad, con tantas vocaciones, sacerdotes, obispos, ¡qué sé yo!, no puede hacer mal. Lo que pasa es que él tiene una debilidad provocada por mí… Hay algo diabólico en uno que genera en él una debilidad que no puede tolerar. Por tanto, yo soy el culpable; ahí entras en la magia de todo este tema: yo soy malo y él, que es el representante de Dios, quien me puede absolver de mi maldad. De esta forma logra tener absoluto control sobre uno. Me di cuenta a los 39 o 40 años, después de tres años de terapia… Tardas en darte cuenta de que no eres culpable, sino víctima.
Recuerdo también el caso de Estrella, la mujer con la que comenzábamos el libro. Fue abusada por dos de sus primos. El primer abuso sucedió cuando apenas tenía cinco años. Su manera de explicar el abuso era: «Llegué a la conclusión de que algo había en mí que hacía que los hombres de mi familia no pudieran contenerse. Me decía a mí misma: “Debe de ser que yo soy quien les provoco”».
El silencio del niño no solo protege al abusador, sino a sí mismo y a su familia. El informe que ya hemos citado de UNICEF Uruguay afirma que, en el caso del ASI intrafamiliar, lo primero que se puede decir es que siempre desata un conflicto de lealtades:
Si quien abusa es un padre, están en juego las relaciones afectivas de los otros hijos y la madre. Si quien abusa es un abuelo o un tío, está en juego el universo emocional del progenitor relacionado con quien abusó. No hay forma de que el descubrimiento del abuso sexual intrafamiliar no desate una fuerte e inevitable turbulencia emocional. Por otro lado, el abuso intrafamiliar produce un mayor nivel de rechazo social, pero también de negación. Si socialmente ya cuesta entender que pueda haber una persona que se sienta atraída sexualmente por los niños, y que no tiene necesariamente que ser un enfermo ni estar «loco», cuando se trata de un abuso sexual intrafamiliar, mucho más 7.
Esta es una de las principales causas por las que el ASI, sobre todo cuando es intrafamiliar, es tan poco denunciado. En muchos tribunales, desgraciadamente, este silencio se ha interpretado como complicidad del niño con el abusador, por no comprender el abuso de poder que está detrás. Además, históricamente, todos los asuntos que sucedían en el seno de una familia eran considerados como «asuntos privados»; esto ha sido un gran factor de impunidad para este tipo de delito 8.
Si las víctimas logran comunicar su experiencia indecible, entonces pasamos de la fase de la imposición del secreto a la fase de divulgación: esta puede ser accidental o premeditada, por causa del dolor o por proteger a otro más pequeño (hermanito, sobrino…). En esta fase, el niño logra contar a un adulto que le parece confiable lo que le está ocurriendo, o algún adulto se da cuenta de que algo raro pasa y conversa con el menor. Sin embargo, el niño abusado sexualmente no hablará fácilmente del problema, y pueden pasar días, meses o años hasta que revele su secreto. Esto no significa que el niño no comunique a través de su cuerpo y ciertas conductas extrañas su sufrimiento. En esta fase de la divulgación, la familia es un pilar fundamental de contención que puede resultar decisivo para lograr un psiquismo menos dañado. Es terrible, sin embargo, cuando la madre u otros adultos significativos no creen –o no quieren creer– los relatos del niño.
Una vez que el niño ha podido divulgar lo que le pasa, se ha estudiado un fenómeno conocido como fase de represión o retractación. En esta fase, la familia busca imperiosamente recuperar el equilibrio para mantener la cohesión; la crisis provocada por la divulgación puede ser insoportable para todas las personas implicadas; por lo mismo, generalmente se culpa al niño de la situación, no se da importancia a lo ocurrido, se transforma en fantasía o se evita definitivamente. Este fenómeno ha sido conocido como el síndrome de acomodación de Summit 9; en él, la víctima niega el hecho o lo justifica racionalmente para invalidarlo. Cuando el niño –o el adulto– percibe el tsunami que ha provocado al romper su silencio, es muy posible que se retracte como una forma de frenar las consecuencias de su divulgación. Por eso es muy triste ver cómo en los tribunales los niños desmienten el abuso. Si el juez y los profesionales que están a cargo de su caso desconocen este síndrome, tenderán a dejar sin cargos al agresor, dejando así desprotegido al menor y a merced de nuevos abusos.
3. ¿Por qué el menor llega incluso a proteger a su abusador? Las amenazas y la inversión de roles
Para imponer el silencio de manera eficaz, el abusador suele servirse de la amenaza, ya sea de matar a su víctima, o a su madre, o a sus hermanos, o incluso de matarse a sí mismo. He acompañado a un adulto que, cuando era niño, de los 9 a los 12 años, fue abusado por un seminarista (que fue expulsado del seminario, aunque habría sido más correcto que también la institución lo denunciara). Los padres de este niño eran trabajadores contratados por el seminario. El depravado abusaba de su víctima en el taller del seminario –¡impresiona que nadie se diera cuenta!–, donde durante algunos momentos encendía la sierra eléctrica cuando él manifestaba algún tipo de rebeldía y resistencia. Lo hacía entre risas y como si fuera un juego, pero, como se puede comprender, el pobre niño quedaba petrificado por el terror. Sin duda, en este caso, el abusador tiene rasgos de psicópata. Por supuesto, no en todos los casos las amenazas son así de explícitas; la mayoría de las veces el abusador las impone de forma implícita, generando en el menor la convicción de que, si dice algo, la familia se destruirá. El menor debe «ser bueno», y para ello no debe comunicar el secreto del abuso, ya que, de lo contrario, se produciría una gran ruptura familiar, el padre sería acusado y castigado; los hermanos, separados, etc. Estos niños abusados, el día de mañana tendrán una tendencia general a exagerar su propia responsabilidad y a convertirse en chivos expiatorios, con una tendencia a asumir culpas que no les corresponden.
Esta dinámica introduce una inversión de roles con efectos demoledores, donde resulta que el menor abusado es quien acaba teniendo el poder de destruir o no a la familia y la responsabilidad de mantenerla unida. En vez se ser cuidado y protegido, el menor se convierte con su silencio en cuidador y protector, asumiendo roles que ni mucho menos le corresponden. Es el niño o niña, y no el padre u otro miembro significativo de la familia, quien debe movilizar su altruismo y autocontrol para asegurar el bienestar de los otros. Se produce así una verdadera inversión de normas morales: si dice la verdad y desvela el secreto, está haciendo algo malo, y si sigue accediendo a las relaciones sexuales y ocultando la verdad, actúa bien. En definitiva, el menor tiene que autosacrificarse para así poder sobrevivir y seguir creciendo. A esto añade Barudy que «el abusador delega una misión en la víctima: esta tiene que sacrificar sus necesidades y deseos para satisfacer los suyos» 10.
Reynaldo Perrone, psiquiatra y terapeuta familiar, introduce el concepto de represalia oculta, la cual significa que, para el niño abusado, resulta evidente que cualquier intento de cambiar el statu quo le perjudicará a él y a su familia. La represalia oculta conlleva la idea de que el mal y sus consecuencias se originan en la defensa de la víctima. Y lo ilustra de esta manera: «Es como si alguien que estuviera atado corriera el riesgo de asfixiarse al tratar de moverse» 11. Este mensaje es el que provoca mayores trastornos en la víctima. Lo terrible es que muchas de estas amenazas a veces se cumplen cuando la víctima rompe su silencio. Es bastante común el que madre e hija acudan al tribunal a retractarse de su denuncia cuando el padre o familiar cercano está preso. Estas amenazas explican por qué una víctima puede volver al lugar donde se encuentra el abusador, exponiéndose así a nuevos abusos. En algunos casos parece sorprendente que la niña abusada