Ya no te llamarán abandonada. Luis Alfonso Zamorano López
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4. ¿Por qué el relato de las víctimas suele tener incongruencias? La confusión
Es muy normal que la persona abusada encuentre muchas dificultades a la hora de relatar lo que le ha sucedido. Además, el mecanismo de defensa de la escisión hace que la víctima tenga una memoria selectiva para poder sobrevivir. El terror de la experiencia vivida impide recordar con detalle. Según Gilverti, citado por Rozanski:
La desmesura le deja sin palabras, porque se produce una situación traumática: es el fenómeno de lo indecible, aquello que no puede mencionarse, porque lo desborda la investidura del terror 13.
La mezcla de sentimientos y emociones es tan intensa que lo que sintetiza la vivencia de la persona abusada es la confusión; en efecto, la culpa, la autorrecriminación, la ira, el amor y el odio, el miedo, «se mezclan en la mente de la persona abusada como un rompecabezas que no está en condiciones de armar» 14.
Por su parte, Barudy argumenta que la confusión se produce porque los niños abusados «se enfrentan a un cambio inesperado en su cuadro de vida habitual que conduce a la pérdida de puntos de referencia». Además, «el carácter traumático del abuso sexual altera la percepción y emociones respecto a su entorno, y crea una distorsión de la imagen que tiene de sí mismo, de su visión de mundo y de sus capacidades afectivas» 15. Esta confusión juega a veces en contra de la persona abusada a la hora de enfrentarse a los tribunales, y puede poner en duda si realmente ha habido un acto de violencia sexual o no.
En el camino de sanación, los supervivientes de abusos tendrán que vencer la confusión permitiendo que puedan aflorar recuerdos que pueden ser muy dolorosos. Aunque sea difícil, esto les ayudará a clarificar hechos y sentimientos. Escuchemos nuevamente a Estrella:
Empezaron a aparecer no ya recuerdos, sino imágenes nítidas, de mi primo encima de mí, de lo sucedido, que no las podía sacar… Esta fue una imagen cruda, yo no podía seguir; ahí ya accedí a la terapia: tengo fe, sé que Dios me puede sacar de esto, pero me doy cuenta de que necesito otro tipo de ayuda.
Cuando Estrella, siendo ya una joven universitaria, cuenta por primera vez su historia a su madre, recibe un dato muy interesante que la ayudará mucho en esta superación de la confusión:
Fue importante la conversación con mi madre, porque tuve otro punto de vista de lo que yo había visto. Un miembro de la familia, a quien quiero mucho, vio un día lo que me estaba haciendo mi agresor. Lo contó, pero no le creyeron, incluso le dieron una paliza por decir que inventaba mentiras. Esto es importante, porque Dios sí que intentó ayudarme. Hubo personas que sí habían intentado ayudarme, más allá de lo que consiguieron hacer. Que haya habido un testigo es importante, porque esto habla de que no fue un invento mío ni de mi imaginación.
5. La responsabilidad del ASI
La responsabilidad del ASI es siempre del abusador; esta afirmación no admite cuestionamiento alguno. La dependencia del niño es un elemento definitorio y necesario de la infancia, y los niños tienen derecho a vivirla siempre con confianza. La transgresión de este derecho especial constituye siempre un abuso. Esto es importante para desmitificar la idea de que fue la niña o el niño quien sedujo al abusador. En muchos tribunales, esta racionalización por parte del abusador persigue atenuar, cuando no excluir, la total responsabilidad del adulto. Este mito de la niña seductora o excesivamente cariñosa es inadmisible y falso. Es imprescindible que los acompañantes y agentes pastorales tengan siempre esto muy claro. He conocido de cerca casos en los que, cuando la víctima contaba su relato a su acompañante, lo que recibió de vuelta fue una intervención desubicada y cruel: «A lo mejor fuiste tú quien le provocaste». Obviamente, ahí se interrumpe cualquier posibilidad de una relación de ayuda constructiva. Hay que insistir: la responsabilidad es siempre del adulto. Tampoco es excusa para el abuso que el adulto tenga problemas conyugales y económicos, o que haya tenido traumas en su infancia, o que él mismo haya sido víctima de algún abuso, o que padezca alguna adicción, etc. Es verdad que todo lo anterior puede un ser factor facilitador del abuso, pero no por eso se niega la responsabilidad del abusador.
Hasta aquí las características típicas y comunes de la relación abusiva. Entremos ahora a ver cuáles son las consecuencias y las huellas –esas heridas que nunca prescriben– que deja el ASI en sus víctimas.
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