Ya no te llamarán abandonada. Luis Alfonso Zamorano López

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Ya no te llamarán abandonada - Luis Alfonso Zamorano López

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un 4 % del clero que ha cometido abusos durante un período de aproximadamente cincuenta años 14. El último escándalo ha sido en la diócesis de Pensilvania, donde unos trescientos sacerdotes abusaron durante décadas de más de mil menores, con la total negligencia y complicidad de las autoridades eclesiales, que silenciaron y encubrieron de forma sistemática los abusos 15. Leyendo las redes sociales respecto a esta noticia, abundan expresiones tan fuertes –y comprensibles– como la de que «los seminarios son criaderos de pederastas». El problema de la pederastia en la Iglesia es de proporciones tan dantescas y tiene repercusiones tan graves que con razón el papa Benedicto XVI dijo en su carta a los católicos de Irlanda que «siglos de persecución no han logrado arrojar tanta oscuridad sobre la Iglesia y el mundo como el drama de los abusos» 16. Y es que podríamos hablar de Irlanda, de Australia, de Bélgica, de Alemania… Sin duda, ha de pasar mucho tiempo y debe haber una gran conversión pastoral y renovación eclesial para que como Iglesia podamos recuperar la confianza y la credibilidad.

      Llama la atención que, en el caso de España, no se haya desatado aún ningún gran escándalo, cuando la realidad nos va mostrando que el abuso de menores es algo que traspasa todas las fronteras. Puede ser que España sea tal vez la regla que confirme la excepción. ¡Ojalá! Sin embargo, muchas voces critican que esta falta casi absoluta de datos se debe sobre todo a la falta de colaboración y de transparencia por parte de la Iglesia 17. Personalmente, creo que solo es cuestión de tiempo que se destapen otros escándalos en países como Colombia, Brasil, México, Filipinas u otros países de mayoría católica. En muchos lugares solo hemos reaccionado cuando ya era un secreto a voces. Ojalá como Iglesia sepamos actuar con energía y no tengamos que esperar a que sean los medios de comunicación social los que lo ventilen a la opinión pública.

      En Chile, los medios se han hecho eco de un informe publicado por la Fiscalía (23 de julio de 2018) en el que afirma que existen 266 víctimas de abuso sexual por parte de religiosos, de las cuales 178 son menores de edad. Por lo mismo, hay 158 personas investigadas, sean obispos, sacerdotes, diáconos, religiosas y también laicos que ejercían diversas funciones en el ámbito eclesial. El papa Francisco ha expulsado ya a tres sacerdotes muy mediáticos –Karadima, Precht y Da Fonseca– y a dos obispos –Cox y Órdenes–; ha aceptado también la renuncia de otros siete obispos.

      Como puede verse, tampoco la Iglesia católica se libra de esta lacra. El propósito de publicar aquí estos datos no es ni mucho menos el de tirar piedras contra el propio tejado. Al contrario, me mueve un profundo amor por la Iglesia, y estoy seguro de que son muchísimos más los miembros de la Iglesia que entregan sus vidas y hacen el bien que los que traicionan su vocación con sus monstruosidades –o sus graves omisiones– y siembran tanto dolor. Sin embargo, como Iglesia no solo nos hace bien reconocer y aceptar esta realidad eclesial –«la verdad os hará libres», dice Jesús (Jn 8,32)–, sino que además nos urge hacernos cargo, mucho más todavía, del dolor de las víctimas, darles una respuesta –hasta ahora totalmente insuficiente– lo más reparadora posible hasta convertirnos, cada vez más, en un espacio seguro para la infancia y de dignificación de las personas que llegan a nuestras manos.

      Hay que reconocer también que son muchas las personas que en la Iglesia están luchando por erradicar la cultura de los abusos. Digamos que quien se atrevió a iniciar de manera irrevocable y radical esta lucha sin cuartel fue el papa Benedicto XVI. Siendo aún el cardenal Ratzinger, viéndolas venir, escribió en la meditación de la novena estación del viacrucis de 2005 en el Vaticano:

      ¿Qué puede decirnos la tercera caída de Jesús bajo el peso de la cruz? […] ¿no deberíamos pensar también en lo que debe sufrir Cristo en su propia Iglesia? […] ¡Cuántas veces se deforma y se abusa de su palabra! ¡Qué poca fe hay en muchas teorías, cuántas palabras vacías! ¡Cuánta suciedad en la Iglesia y entre los que, por su sacerdocio, deberían estar completamente entregados a él! ¡Cuánta soberbia, cuánta autosuficiencia! […] La traición de los discípulos, la recepción indigna de su Cuerpo y de su Sangre, es ciertamente el mayor dolor del Redentor, el que le traspasa el corazón.

      Y la oración de dicha estación comenzaba así:

      Señor, frecuentemente tu Iglesia nos parece una barca a punto de hundirse, que hace aguas por todas partes. Y también en tu campo vemos más cizaña que trigo. Nos abruman su atuendo y su rostro tan sucios. Pero los empañamos nosotros mismos; nosotros quienes te traicionamos, no obstante los gestos ampulosos y las palabras altisonantes. Ten piedad de tu Iglesia 18.

      Recordemos que fue él quien afrontó el caso Maciel –fundador de los Legionarios de Cristo– y que 2010 fue el año en que salieron a la luz terribles casos de pederastia dentro de la Iglesia de Bélgica, Austria, Alemania, Suiza y Holanda. No por nada, en diversas ocasiones los medios de comunicación se han referido a la pederastia como la cruz del pontificado del papa Benedicto XVI 19.

      Permítaseme compartir una pequeña anécdota personal que tiene que ver con nuestro querido papa emérito. El 31 de agosto del año 2011, junto con el rector de Duoc UC 20, fuimos recibidos por el Santo Padre en la audiencia general que ofreció en Castelgandolfo. Para la ocasión, yo me había puesto una sotana –la primera vez que lo hacía– que era de nuestro fundador, Jaime Bonet. Era una sotana de cura de pueblo, sin faja. La verdad es que contrastaba con la elegancia impecable de los que allí estaban. Los alumnos del Duoc que habían ido la JMJ de Madrid aquel día me hicieron un bullying cariñoso y divertido: me llamaban «el cura Matrix». Cuando llegó nuestro turno, primero se presentó el rector, y después, dirigiéndose a mí, el papa, con un tono que denotaba curiosidad, me preguntó: «Y tú, ¿quién eres?». La verdad es que la pregunta me hizo reír por dentro, porque su tono fue como quien preguntaba: «¿De dónde has salido con esas pintas?». El rector, que estaba a mi lado, se apresuró a contestar: «Es el capellán general de nuestra institución». No se me creerá, pero lo único que me nació decirle en ese momento al papa fue lo siguiente: «Gracias, Santo Padre, por su valentía para luchar contra los abusos. Gracias por ponerse al lado de las víctimas. Siga adelante. Rezo por usted». Con mis manos entre las suyas, pude percibir su mirada gratamente sorprendida. Me dijo: «Muchas gracias, no dejes de rezar por mí». Cuando pienso por qué de todo lo que podía haber dicho en esos treinta segundos que duró el encuentro no se me ocurrió sino decir eso, es sin duda porque ya la preocupación por el tema de los abusos quemaba por dentro, y sabía que estaba siendo un motivo de mucho sufrimiento para el papa Benedicto XVI.

      El papa Francisco, tomando el relevo de su antecesor, se ha mostrado también firme y decidido en esta tarea inaplazable. El encuentro en el Vaticano (febrero de 2019) con representantes de todas las Conferencias episcopales del mundo para afrontar única y exclusivamente este tema es una muestra de este compromiso irrevocable.

      3

      ¿ES ALGO DEL PASADO O RELATIVAMENTE RECIENTE?

      No es mi intención hacer un recorrido histórico exhaustivo. Sirviéndome del citado informe de UNICEF, echaremos una mirada a vista de pájaro sobre la historia; basta para constatar que el ASI no es un fenómeno nuevo. A pesar de haber estado siempre presente, solo de forma muy reciente se está despertando a nivel de la opinión pública una conciencia y preocupación respecto a su magnitud e impacto.

      Es sabido que tanto en la antigua Grecia como en el mundo romano se consideraba natural tomar a los niños como objetos sexuales. En la antigua Roma, la práctica sexual preferida con los niños era el sexo anal, y circulaba la idea de que el sexo con niños castrados era particularmente excitante. Esta práctica se extendió hasta tiempos del emperador Domiciano, quien prohibió la castración de los niños para ser llevados a los prostíbulos 1.

      En el contexto judío, la Ley de Moisés prohibía los

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