Ya no te llamarán abandonada. Luis Alfonso Zamorano López
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Las principales características, comunes a toda relación abusiva son cinco: la primera, lo que podríamos llamar el proceso de vampirización; la segunda, el secreto; la tercera, las amenazas y represalias ocultas; la cuarta, la confusión, y la quinta, la responsabilidad única y exclusiva del abusador.
Estoy seguro de que después de este capítulo ya tendremos elementos suficientes para entender por qué las víctimas suelen tardar tanto en romper su silencio y por qué la relación abusiva en algunos casos se extiende durante tantos años.
1. ¿Cómo es posible que el abuso se extienda en algunos casos durante años? El proceso de «vampirización» y «síndrome del hechizo»
La expresión «proceso de vampirización» es de Barudy, y me parece genial para ilustrar el proceso de seducción por medio del cual la víctima termina cayendo rendida en las redes del abusador. Barudy afirma que este proceso es «comparable al proceso de lavado de cerebro, utilizado en países totalitarios para lograr una sumisión incondicional de sujetos rebeldes sin utilizar violencia física» 3.
La otra expresión que seguro ayudará mucho para comprender cómo el abusador logra el control absoluto sobre su víctima es la del «síndrome del hechizo». El hechizo es definido como la influencia que una persona puede ejercer sobre otra sin que esta última se dé cuenta de ello 4.
No hace mucho, en España fue noticia el caso de una joven de 18 años que se escapó de su casa para vivir con un supuesto gurú en la selva del Perú. Sus familiares la encontraron, junto a su bebé, en condiciones lamentables. La chica estaba como ida, en un estado como de trance que la mantenía en cautividad, habiendo perdido todo sentido crítico, mostrándose indiferente a las muestras de cariño y de cuidado por parte de su familia. Con ella había otras chicas. Se trataba sin duda de un grupo sectario. El líder fue detenido por las autoridades de Perú. Esta dinámica de anular casi por completo la voluntad de las personas para así dejarlas a merced del arbitrio del líder es típica de las sectas, y también de las relaciones abusivas, especialmente cuando las víctimas son adolescentes o adultos vulnerables.
El abusador gana poco a poco el afecto y la confianza de la víctima –también de su familia– y se va apoderando, en una dinámica creciente, de su conciencia y voluntad. A estos primeros momentos se les llamado «fase de seducción», en la que el abusador manipula la relación de dependencia y la confianza de la víctima. Comienza un acercamiento sistemático, en ocasiones con regalos o expresiones de cariño. El abusador tratará de convertirse en una figura paterna más. Se vale de juegos, obsequios para engatusar a los niños y captar su atención, buscando la ocasión para quedarse a solas con el menor. El niño lo detecta como algo natural, sin llegar a ver el grave peligro que le amenaza.
Para hechizar a su víctima, el abusador se sirve de la mirada, el tacto y la palabra. Para Perrone y Nannini, citados por las autoras del informe UNICEF, la mirada del abusador sexual, al carecer de palabras explícitas que la acompañan, favorece la confusión respecto a lo que verdaderamente significa: «Es frecuente escuchar a los niños víctimas de abuso sexual describir el impacto y el poder de la mirada de los ofensores sexuales. Algunos incluso la describen como la capacidad para hipnotizarlos». En cuanto al tacto, los contactos físicos generan confusión cuando están asociados al juego o al cariño como modo de acceder al cuerpo del niño. La palabra, finalmente, «será el vehículo por medio del cual el ofensor generará no solo amenazas, sino distorsiones cognitivas en el niño a través de la tergiversación del sentido de sus acciones» 5.
Cuando se llega a concretar el primer abuso, no es porque al abusador le haya sobrevenido una calentura imprevista y repentina; él, como un cazador, que poco a poco va acorralando a su presa, lo tiene todo pensado y premeditado.
Estamos ya a un paso de la interacción sexual abusiva. Aquí, el abusador, de forma gradual y progresiva, comienza a realizar persistentemente con la víctima actos que le satisfacen sexualmente. Generalmente, en un principio, estos actos van desde la exposición de los genitales por parte del abusador, o mirar los de la víctima, hasta tocar y hacerlos tocar, incluyendo la masturbación. También todo lo referente a exponer al niño o la niña a situaciones sexuales que no corresponden a su edad, como la exposición de material pornográfico, comentarios y relatos eróticos, etc. En una fase más avanzada y crónica, el abuso deriva en sexo oral, en penetración (con objetos, anal o vaginal) y otras aberraciones inimaginables.
En el caso, por ejemplo, de las víctimas de Karadima, este proceso es también muy evidente. Tanto Hamilton como Cruz reconocen que en su infancia y adolescencia padecieron una carencia significativa de la figura paterna. El abusador suele centrarse en niños que no reciben la suficiente atención en casa, que sufren carencias emocionales o hijos de padres solteros que no les pueden dedicar el suficiente tiempo. Karadima aprovechó muy bien esa carencia para ofrecerse como el papá que no habían tenido; ellos afirman que se autoadoptaron como sus hijos, fascinados ante el hecho de que semejante personaje, tan importante y con tanta fama de santidad, se fijara en ellos, que eran unos pobres «cabros» –chavales–, y los invitara a ser parte de su círculo más íntimo. Y es que, en contra de lo que la gente suele pensar, el abusador puede llegar a ser un tipo encantador. Con su carisma, su simpatía, su grandilocuencia, y desde su rol de sacerdote con fama de santidad, que decía haber sido discípulo del P. Hurtado, es capaz de «encantar», hechizar, embrujar a sus víctimas, haciéndolas incondicionalmente dóciles a sus caprichos y perversiones. El mismo James Hamilton, en la entrevista ya señalada, comenta con mucha lucidez:
Tardas en reconocer que por lo menos [el abuso] es algo inadecuado. Y tienes que volver a reubicarlo en la casilla de lo que está bien o mal… Acá, lo impresionante es que te borran el sistema valórico. Estoy seguro de que [quienes rodean a Karadima y lo defienden] son buenas personas, pero con un servilismo brutal… el abuso psicológico es brutal.
Desde aquí me atrevo a afirmar que muchos que defendieron a capa y espada al P. Fernando Karadima, que se la jugaron por su inocencia y pusieron la mano en el fuego por él, en el fondo lo hacían desde su condición de ser también víctimas. Así, Mons. Juan Barros – cuyo nombramiento como obispo de Osorno traería tanta polémica–, Mons. Andrés Arteaga, el P. Esteban Morales y muchos otros, aunque no hayan sufrido abusos sexuales –al menos que se sepa– por parte de Karadima, en mi opinión sufrieron un verdadero lavado de cerebro en el que perdieron todo –o casi todo– juicio crítico hacia «el santo». Sus actitudes y acciones eran incuestionables. Es más que probable que ellos también hayan sido víctimas abusadas en su conciencia y manipuladas. Por lo mismo, aunque vean, no ven. O, si ven, se minimiza, se quita importancia o se justifica. El fenómeno de vampirización, en el fondo, tiene semejanzas con lo que sucede en el enamoramiento patológico. Se idealiza y se encumbra tanto a la persona amada y admirada que no se ven los defectos o, si se perciben, no se les da importancia. Si más tarde se produce una apertura de ojos, esta suele ser dolorosa, y la persona suele recriminarse haber sido tan tonta de haber confiado tan ciegamente y haberse dejado manipular. No solo tiene que afrontar el posible perdón hacia su abusador, sino sobre todo hacia sí misma por no haberme dado cuenta antes. Ahora bien, si con el tiempo y ante tantas evidencias no reaccionas, terminas pasando de víctima a cómplice, que es lo que, en mi opinión, y seguramente sin quererlo, les ha pasado a algunos de los más cercanos colaboradores de Karadima.
2. ¿Cómo es que las víctimas no hablaron antes? La imposición del secreto
El abusador sabe que lo que está haciendo no es adecuado, y es un delito. Por eso buscará el secretismo e impondrá la ley del silencio: «Este es nuestro secreto, solo entre tú y yo… nadie más lo sabrá…». Además, el niño tiene la convicción impuesta de que sus vivencias son incomunicables. El abusador manipula el poder y carga a la víctima con la responsabilidad