El Acontecer. Metafísica. Antonio Gallo Armosino S J
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Utilicemos dos ejemplos: «veo un niño que juega en el prado», «veo un pájaro en la ventana de mi estudio»; en ambos, me sorprende la vista, el color, el movimiento, la forma. La intuición directa es, por cierto, algo nuevo, una sorpresa, algo que despierta mi conciencia: es ingenua, acrítica, pero puede volverse crítica si le aplico mi reflexión. En un primer momento, es pasiva, pero se vuelve activa si le pongo atención. Fijémonos en este primer momento de la experiencia; Husserl la llama génesis pasiva. La palabra génesis ya es fruto de una reflexión; mientras, el primer momento es de impacto, preconsciente, un despertar en el cual la conciencia se sorprende, no es categorizable, no tiene forma ni nombre, es prepredicativa.
Multipliquemos los ejemplos: «atravieso la calle y tropiezo en contra de una loza emergente, casi me caigo, pero reacciono», «camino al atardecer, y de repente los faros de un carro me deslumbran, me repongo del sobresalto y trato de ver», «abro mi cuaderno de clase, y de inmediato encuentro un sobre con un mensaje: “me extraña esa compañera”»; «remuevo las hojas verdes y descubro un nido de colibríes que me intriga»; «recojo conchas a la orilla de la playa, y cae en mi mano una pequeña tortuga y la admiro». Los ejemplos se pueden multiplicar hasta el infinito y llenar mi vida de sorpresas, de novedades, de fenómenos inesperados; sin embargo, todos poseen un elemento común: son intuiciones directas de cosas que despiertan mi conciencia y se someten a mi reflexión. Esta clase de experiencias posee ciertas características:
1 Es repetible, son actos de mi yo y de mi vida: primero, ingenuos; luego, conscientes y críticos.
2 Es ampliable: este mismo fenómeno crece, se extiende ante mí al tratar de completarlo. Puede crecer en fuerza, en dimensiones (su extensión crece hacia la distancia en amplitud experimental), en intensidad (su calidad es variable en peso, sabor, dureza, peso, sonido), en duración (es tiempo real cosificado, materializado).
3 Es analizable críticamente, por comparaciones físicas, por diferencias, por la conciencia lógica del poder físico material.
4 Es sintetizable, con actos previos complementarios, sobre la base de mi yo experimentante, de mi continuidad y de mi unicidad.
Con estos cuatro elementos, puedo diseñar una exploración a partir de un solo punto, de un fenómeno material, de cada acto de intuición, para desarrollar intuitivamente su dimensión ontológica.
2.1 La diferencia denota el existir
El fenómeno del pájaro en mi ventana me proporciona la entrada al mundo plural de los entes materiales: el pájaro vuela, viene por el aire, me trae la luz del día, la agitación del viento, el sonido de su pico al devorar semillas en la repisa de la ventana. El pájaro es una cosa contrapuesta a innumerables otras que destacan por su diferencia. Es concreto, es un ente unitario, viviente, limitado, uno entre muchos, también visibles en la misma experiencia numerable, apreciable, rememorable: cada uno con sus diferencias. Veo sus ojos como chispas de vida, su pico amarillo y agudo, sus plumas de color pardo, sus patas delgadas: veo todas con sus pequeñas diferencias en la divergencia principal de la unidad. No hay duda acerca de su unidad, opuesta a la pluralidad del viento, de la luz, de los granos, de las flores, del bosque.
Ya no tengo límites para conocer las entidades del planeta, de los espacios, de los tiempos más lejanos sin discontinuidad... de este ente al siguiente, a otros entes, a una pluralidad real y posible. Abarca la totalidad ontológica de figuras y formas, presencias y acciones. Es la misma experiencia en la continuidad de las «diferencias». El «¿qué?» de mi pregunta regresa como existencia ontológica plural multitudinaria, que se extiende durante el día y la noche en el presente y hacia el futuro. No solo veo el pájaro en superficie: respira, brinca, emite sonidos. La estructura material del pájaro me hacer intuir sus músculos, sus huesos, su sistema respiratorio y demás órganos interiores, es decir, los sistemas de células vivientes, y el soporte definitivo de la física de los huesos y de la materialidad de su esqueleto, que en todo caso son nuevas «diferencias».
¿No es esto un perderse, un romper las diferencias del ente, y ahogarse en la dimensión común de átomos y electrones (fuerzas S y fuerzas W, de la ciencia) del universo?, ¿no encuentro allí la unidad del ser global, de todo el ser cósmico y físico?, ¿una unidad total?, ¿hemos llegado a un extremo, a lo infinitamente menudo y misterioso, que posiblemente no sea una realidad, sino solo una idea?, ¿en qué hemos aterrizado?, ¿se ha fusionado la multiplicidad de los entes en la unidad del ser físico en general, que es la «materia»?, ¿y qué es esta materia? En este nivel, ni es pájaro, ni es bosque, ni es nube, ni río. Solo la unidad de algo que no es nada por sí solo: ¿algo del pájaro, del árbol, del monte, del río? Este ser material que, por de pronto, es un concepto legítimo en la mente, claro y delimitado, ¿es también una realidad concreta?, ¿puede este concepto ser algo real?, ¿o solo existe como «un» pájaro, como «un» árbol, «un» niño, «una» nube? En otras palabras, ¿este ser total y unitario, solo existe como fragmentado, y multiplicado en infinitos entes reales y diferentes?, ¿no es contradictorio afirmar que sea uno y múltiple a la vez?, ¿o es múltiple solo como concepto (ideal, irreal) y es real como múltiple, fragmentado en individuos?
En otras palabras, tal ser unitario total es un «ser no ser». ¿Un vacío de ser?, ¿un extremo negativo de las diferencias existentes? Es una unidad vacía, indeterminada, la «nada material», una e inexistente. Pero hemos partido de un ente real, y sus análisis deben ser del mismo orden, real, y no conceptos ideales (o metafísicos). Entonces, regresemos a la realidad de las diferencias, las que existen, las que asumen y hacen existir en sí el vacío de la «unidad de ser». Supongamos que esta unidad material sea una fuerza o una energía material independiente, y que algún científico logre identificarla y separarla. En tal caso, no sería un ser totalmente unitario, sino un ente más, una unidad particular, como los demás entes, una cosa, con alguna característica que marque su «diferencia». La «materia» como unidad indiferenciada, continua (una nube cósmica), sería también limitada, una cosa más. No sería el mismo «ser» del ser que existe en cada individuo: en el pájaro, en el niño, en el monte, en el sol y en las estrellas.
Existiría no por sí, sino por virtud de las diferencias múltiples que la hacen existir en cada individuo o ente. No sería ni siquiera una entidad «metafísica», precisamente por ser una cosa «física», es decir, «material», siempre en el supuesto de que los científicos obtengan éxito en separarla, y darle una identidad. En tal caso regresaría a ser uno más de los múltiples entes, con sus diferencias. Por el resto, la «materia última» en el pájaro, en el niño, en el río, en el monte (sus átomos y elementos subatómicos) sería algo asumido, vivificado, existente con la múltiple vida de las diferencias y ser cosa o ente individual. Por sí misma, una «materia última»: si es física, es un ente plural (por cuanto ampliamente extendido en el cosmos) y existente en entes por sí múltiples. Si no es física, es una unidad meramente lógica, una entidad conceptual, ideal. Por cierto, no dejaremos de soñar o de fantasear en un ente unitario, «holístico», tan poderoso, que abarque el universo material del mundo y sea su soporte metafísico: un ser total, absoluto y real. Pero este, en un análisis fenomenológico, no existe. No hay un ser de sentido unívoco en este universo que experimentamos; solo hay entes, limitados y múltiples, individuales y bien diferenciados, que existen por sus diferencias.
Por otra parte, la pluralidad de las diferencias en su cadena de existencias, reales y múltiples, quizá no agote nunca la capacidad de experiencia de la intuición inmediata del fenomenólogo. Queda abierta una ventana,