El Acontecer. Metafísica. Antonio Gallo Armosino S J
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Desde el pajarito, mido la distancia de su vuelo, el tiempo de su descanso: es un ser plural el que se experimenta, es una ontología múltiple de entes igualmente múltiples. La «diferencia» separa este pájaro individual con su temperamento y acción. Con el pájaro, salgo por la ventana hacia el cielo abierto, a la arboleda lejana, hacia las colinas, a los montes. La intuición fenomenológica trasciende de lo ingenuo hacia la crítica. La pregunta por el ser «qué», ¿es? En realidad es una doble pregunta: «Es», ¿qué significa?, ¿«existe»? Y «es», ¿qué sentido tiene? En la intuición, la respuesta es también doble:
1 En el fenómeno, que se muestra, el hecho «es», existe, es real.
2 En el mismo fenómeno, «aquello que se muestra», «es algo», es comprensible, tiene sentido.
Ambas respuestas se encuentran en la intuición experimental:
1 Un ente determinado: la cosa (niño, pájaro, monte, jardín, río, libro, pluma, escritorio, computadora, sombrero) y la determinación (forma, tamaño, temperatura, movimiento, extensión) son dadas por la «diferencia»; la diferencia existe, es una existencia real.
2 Es también un fenómeno, inteligible, determinado y extenso como una variante entre otras variantes. Puedo extender mi experiencia por esta continuidad del fenómeno y sus relaciones con otros fenómenos. Es una extensión continua en el espacio, la duración, el color, el tacto, la figura, los nexos físicos, la forma de vida. Es una continuidad variable, una posibilidad de unidad, un ente: un conocimiento nuevo, una cosa real.
Si la diferencia nos da la existencia, el ente da la unidad. En ambos casos, la experiencia sensible nos da la realidad: existe realmente, y es una cosa real. También el valor de la cosa nace en el mismo instante, es valor de la diferencia y es algo del ente: el valor es real. ¿Me quedaré necesariamente con las dos respuestas?, ¿pluralidad existente por las diferencias, y unidad de entes por la continuidad? Esta «diferencia» (ente diferente) es ahora clara y unitaria en un ente existente; al contrario, la «continuidad» de lo múltiple (que llega hasta la totalidad del cosmos) se ve ahora más ofuscada, indefinida.
Al observar atentamente el fenómeno, se ve como un ente unitario por la diferencia. La «diferencia» se ha convertido en criterio de existencia. No solo existe, sino que es un ente, una realidad unitaria, por tres razones:
1 La diferencia se muestra en primer lugar como algo superficial, pero en un análisis más atento, esta diferencia penetra en profundidad hasta abarcar todo el ser de la cosa, del ente. La diferencia, por ejemplo, de este niño que juega en el patio se vuelve cada vez más profunda, más llena de sentido. La diferencia unifica el fenómeno y multiplica el ser.
2 La continuidad común de un ser a otro, al contrario, solo afecta los niveles ínfimos (ni siquiera los sistemas celulares o los huesos). Solo los átomos y electrones, y las energías elementales simples (protones, radiaciones), que estructuran la materia, pueden verse como algo común (pero tampoco lo son). Las que dominan evidentemente son la multiplicidad y la individualidad de los entes.
3 Cuanto más nos acercamos al ser real, existente, más vemos la diferencia y la multitud. Las cualidades del ente existente denotan las diferencias del ser del mismo. La existencia es propiedad del ser, la existencia particular de este ente se funda en su ser particular. Si en el camino se alcanza un nivel donde no hay diferencia, tampoco hay ser del ente.
Este camino, ¿va hacía la unidad del ser? No. ¿Qué permanece? La continuidad unifica los seres, destruye el carácter, la vida, las oposiciones esenciales. ¿Qué permanece de un ser unitario?, ¿un vacío?, ¿un concepto? Una energía que no existe a menos que logre elevarse e integrarse, hasta la diferencia. La pluralidad diferencial de los entes, ¿es un fenómeno relativamente superficial? Es evidente que a través de la pluralidad del color, de la figura, del peso y de la sensación, se encarna la vida diferente, la inteligencia diferente, la historia diferente, en la misma experiencia. Estas reflexiones nos permiten ordenar visiblemente una especie de jerarquía de los entes existentes. Los de niveles más elevados son los que denotan las máximas diferencias. Estas distribuyen su energía existencial a los órdenes de entidades inferiores, en un proceso de degradación óntica hasta los niveles ínfimos. Es una empresa relativamente sencilla la de ordenar los niveles de existencias desde los máximos hasta los inferiores. La comparación se funda en la evaluación de las actividades existenciales. Se habla de una pluralidad «diferenciada», de entes existenciales reales, experimentales, cósicos y cósmicos.
2.1.1 Degradación de seres
El primer nivel de las existencias es seguramente el del hombre (concreto, sensible, inteligente), cuya diferencia lo separa de todos los demás entes cósmicos. Ahora, la existencia del hombre es inherente a su capacidad de actuar: en lo físico y en lo mental. Y la diferencia se funda en el ser, su ser particular. La diferencia del fenómeno posee el sentido que le confiere su ser. Es una diferencia particular de cada individuo humano, que denota una capacidad de actuar de conformidad con su propio ser particular. Consecuentemente hay que reconocer que la diferencia, y, por tanto su existencia, se funda en el ser particular del hombre.
Entonces, la «diferencia», como fenómeno, se intuye con los sentidos de un modo directamente sensible; mientras el ser, en cuanto significado del ente y de su existencia, se intuye intelectualmente, con la mente. En tal situación, el ser del ente y de su existencia es también una entidad singular, y por tanto, limitado al ente que existe. Ahora vemos, en la misma experiencia, que los individuos humanos, particulares y separados unos de otros, son también ‘seres únicos’ e irrepetibles, por cuanto multiplicados y plurales. Esta es la evidencia que nos da la experiencia a este nivel elevado del ser: es particular y es intelectual en cada ente humano.
Al proceder hacia niveles inferiores, entramos a la región de la vida menos diferenciada. Entre lo vegetal, la diferencia particular es menor, y la calidad del ser es también más limitada. Hay individuos particulares, como la diferencia, por ejemplo, entre una rosa y otra, de una semilla a otra, de una fruta a otra, de un árbol a otro, de un virus a otro, pero no tan grande como la que hay entre un niño y otro niño, entre un hombre y otro hombre. Como disminuye la diferencia de su existir, también se limita su capacidad de acción y el alcance de su ser particular.
Al llegar a niveles más bajos, ya no hay vida, pero hay estructuras físicas racionalmente organizadas. Su libertad de acción es menor todavía, y su capacidad de diferenciación también. Entonces el ser, en quien se fundan estas existencias (los metales, los cristales, las estructuras moleculares y atómicas) es también un ser más limitado, a pesar de que se sigue intuyendo intelectualmente; es particular y múltiple en cada ente, en el cual se encuentre y exista.
Al descender a niveles subatómicos, la capacidad de diferenciación tiende a desaparecer y anularse y, consecuentemente, la virtualidad comprobable del ser correspondiente. Es como decir que el ser de tal ente tiende a cero; se llega a niveles impensables. Se debería encontrar la unidad absoluta y global, pero «con cero de ser» y carente de existir. Como se ha visto anteriormente, se llegaría a un no ser y no ente: nada sensible y nada inteligible.
Una simplificación puede ayudar a visualizar el proceso a partir de los entes superiores, diferenciados, existentes, con su respectivo «ser»:
1 Singulares,