El Acontecer. Metafísica. Antonio Gallo Armosino S J
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La estructura del individuo humano consciente, en la interferencia de las dos esferas opuestas, define el carácter de una antropología filosófica de acuerdo con su ontología. Esta revalorización del yo, como realidad óntica capaz de sintonizarse con toda la escala de valores de las dos esferas opuestas restituye al mundo humano su comunicación privilegiada, de poder, y su función unificadora. De hecho, la intersección entre las dos esferas no es solo un efecto psicológico de la conciencia, sino que su interferencia vital es un tejido complejo de acciones y reacciones que involucran en proporciones cambiantes los dos dominios opuestos.
Opuestos, como ya hemos observado, no significa separados. Una actividad ideal (como la construcción de un puente en proyecto) arrastra constantemente imágenes derivadas de la vida real, por el recuerdo, la emoción, los valores experimentados en la otra esfera. Y, al contrario, la realización de un hecho (por ejemplo, organizar un desfile político de protesta) implica necesariamente un modelo ideal, el recuerdo de actividades anteriores exitosas o el peligro de conocidos fracasos. Para sus actividades prácticas de realizaciones, como para sus pensamientos originales de creación, el yo no encuentra dificultad en desplegar su actividad contemporáneamente en ambas esferas, y construir a la vez en los dos mundos. Las que hemos llamado oposiciones no son más que casos extremos, que escasamente se presentan al estado puro; mientras, las situaciones ambivalentes en diversas proporciones constituyen el clima corriente de nuestras vidas.
Para el yo humano, es más «inmediata» la reflexión sobre la esfera ideal de su vida por encontrar en ella la plena realización de su historia, de su valor personal, la efectiva disponibilidad de su libertad y de su racionalidad. De hecho, un hombre se ubica más fácilmente en su espacio interior de posibilidades y efectuaciones, que en su localización material. Sin embargo, la esfera ideal exige, explícita o implícitamente, la referencia al mundo real a pesar de su fragmentariedad, multiplicidad y dispersión. La pluralidad, aparentemente heterogénea de los seres reales, la carencia de un ser real, total y unitario constituyen el lado oscuro de nuestras pasiones y vulnerabilidades con la perseverante conciencia de lo inacabado, inconexo, incompleto, provisional y huidizo de nuestra realidad existente. Y, paradójicamente, este es el necesario punto de anclaje terreno para todos los vuelos más atrevidos del espíritu.
No es inmediata la visión que el yo tiene de sí mismo. En esto interviene el método fenomenológico con sus repetidas «reducciones»; es un proceso abstractivo y reflexivo. La conciencia del yo, como pura consciencia de sí mismo, es su conquista más importante, o sublime como diría Marc Richir (2010, p. 35) en Variations sur le sublime et le soi: «Al final del recorrido, desde la epojé fenomenológica hasta la epojé trascendental». También este proceso, previo a las dos dimensiones (del mundo cósmico y de la esfera ideal), es necesario para establecer la correlación entre ambos niveles ontológicos. Desde la perspectiva de la esfera espiritual, es necesario realizar también un proceso de reducción de las entidades meramente ideales para alcanzar la pura conciencia de mi mismo yo, desde sus experiencias ideales, en cuanto soy yo mismo, idéntico y trascendental. La conciencia experimentante en ambos casos –tanto en situaciones puras «extremas» como en situaciones intermedias «ambivalentes» (liberada de todo contenido a posteriori)– se reconoce en su pura identidad intuitiva evidente, como el mismo «yo crítico», uno y él mismo.
El yo, como «mí mismo», trascendental, no solo es mediador entre las dos esferas, sino que es el a priori de todas sus actividades y realizaciones en los dos mundos opuestos (solo ideal o solo material) de lo físico y de lo espiritual, pero también de las situaciones intermedias, que son las que generalmente vivimos. Estos a priori nos aseguran la legitimidad y corrección de nuestras decisiones. De conformidad van los ejemplos: al poner la mano sobre una barra calentada por el sol no solo me sorprende el escozor que arde (experiencia material), sino que se despierta mi conciencia con la idea de peligro. Igualmente es cierto que al captar interés por la idea de justicia, en un encuentro clamoroso entre dos ideologías de partidos políticos, tomo conciencia de la miseria en que viven grupos marginados (en una experiencia intuitiva y material). Al mismo tiempo, advierto la existencia de dos realidades espirituales humanas. La aparición de mi yo en estas experiencias ambivalentes (intuitivas-materiales y espirituales-ideales) y plurivalentes, en sus dimensiones de vida emocional, familiar y social, lo descubre como el responsable de ambos mundos. Esa variable potencial de la pura conciencia lo define como constituido a priori, como persona, con sus valores: espíritu, identidad, razón, libertad y voluntad.
3.2 El ser total universal
La unidad y la continuidad de ambos tipos de experiencias (intuitiva física material y especulativa ideal) producen en la conciencia del yo la idea del ser general y universal que la mente busca para situarse en el universo, sin que haya confusión entre las dos esferas de significados: la «ideal irreal» y la «material real». De este modo, el ser se incorpora al discurso y se vuelve palabra: logos, con su potencial humano y sus limitaciones. Podremos así utilizar libremente la palabra ser, sin obviar los niveles de analogía del uso corriente, y las correctas aplicaciones del término en cada caso. Si pienso en el ser general análogo, aplicable a diversas categorías de existentes, o a la «totalidad» en su conjunto, me encuentro en el orden ideal; si al contrario quiero darle el sentido material de la multiplicidad, en su existencia concreta, me sitúo en el orden real.
Figura 22
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Pero el yo se sintoniza también con todos los casos intermedios a los cuales se refiere un pensamiento y, a la vez, a la experiencia real como a la ideal, con la doble visión que le es propia. De este modo, el yo convive con las experiencias particulares de las dos esferas y constituye los respectivos conceptos individuales en ambos casos. Y además, la generalización de los dos, crea sus propias categorías universales. De este modo podemos hablar de un ser general que abarque todas las cosas (del mundo y de fuera del mundo) en lo real y lo ideal, y de varias clases de seres, según los géneros y las especies que se nos ocurra catalogar. Recorremos así toda la gama de seres, reales, irreales, posibles y hasta imposibles, sin olvidar que nuestra capacidad por estructurar conceptos no tiene límite, aunque estos no posean un contenido inteligible. Esto es lo increíble de nuestro potencial mental: formarse ideas de las cosas en su unicidad particular y generalizar este concepto hacia casos análogos, sean reales o irreales; y además, la posibilidad de elaborar ideas no solo de cosas inexistentes, sino de cosas imposibles y contradictorias, es decir, impensables. Por ejemplo, la facilidad con que podemos pensar que 3+2= 7, aunque esta fórmula no tenga sentido, que «p» puede ser «- p», o que un círculo puede ser triangular. Sabemos que son conceptos que no corresponden a ningún contenido, sin embargo, tenemos la idea clara y precisa de ellos. Aceptarlos no nos crea problemas ni lógicos ni psicológicos. A veces los confundimos con ideas meramente confusas, pero que se aclaran con una reflexión adecuada.
13. 1 Véase Enciclopedia de la ciencia filosófica (1990, p. 15).
14. 2 Véase La monadología (1981, p. 46).
15. 3 Véase Ética demostrada según el orden matemático (Ethica ordine geometrico demonstrata) (1987, p. 88).
16. 4 Véase Tractatus Logico Philosopicus