El Acontecer. Metafísica. Antonio Gallo Armosino S J
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La segunda palabra en este orden es precisamente la existencia de la diferencia. Existir dice lo máximo de la presencia, tan presente como el mismo yo que la percibe, tan evidente que no se puede negar razonablemente su realidad. Pero el existir nos remite directamente a algo que existe, a algo analizable y comprensible: este algo es la esencia, la estructura inteligible de este existir que percibimos. Este algo se da por alguna razón que lo justifica, y este es el ser. El ser es el fundamento del existir, de lo que comprendemos: el ser fundamenta la esencia y el existir de la cosa o ente. El ser puede encerrar en sí un alto nivel de potencialidad, que debe ser unificado para ser comprendido; la unidad de todo el potencial del ser es el ente. Por esta razón encontramos la unidad última de nuestra experiencia en el ente, y no podemos dejar de visualizar el ente, el cual sintetiza el ser que conocemos. Al mismo tiempo, el ser de una cosa encuentra su límite en la unidad del ente. El ser de un ente es, pues, un ser limitado. Cada ente posee su propio ser. El ser de un ente no es el ser de otro ente; en esto, lo que manda es la diferencia. El análisis fenomenológico nos ha conducido a la pluralidad de los seres materiales, y de los entes propios de este tipo de experiencia.
El orden anterior (1, 2, 3, 4, 5) es el proceso experimental de la intuición inmediata, ingenua y después analizada críticamente, es decir, el proceso de mi yo. En cambio, el orden que se da en la distribución del poder es contrario al anterior. En el orden del poder, conseguimos la secuencia siguiente: La inteligencia domina la vida... hay un orden de seres; la vida triunfa sobre lo meramente físico... otro orden de seres; lo físico estructura los elementos inferiores y atómicos... otro orden de seres; los átomos asumen los principios elementales, las masas anónimas, las nubes cósmicas y las vibraciones... un orden difícil de definir como orden de seres. Esta escala es degradante, la diferencia individual –entre cada ente– en cada grado es menor y tendiente a cero, pero el cero unitario no existe, sino solo posee valor conceptual.
El ser, que se da en la experiencia inmediata sensible, es finalmente un ser concreto, incorporado a un ente, singular, y multiplicado en cada ente diferente. Este no constituye la realidad última del ser, sino solo el resultado de nuestra experiencia sensible: la visión directa de sus múltiples significados. El ser se ve como una multitud de seres que llenan el universo y que desafían la conciencia del yo humano. Un concepto más general del ser en cuanto tal será más tarde el resultado de otro tipo de experiencia: la experiencia ideal.
3.1 La esfera ideal
Hasta este momento, se ha analizado únicamente la experiencia intuitiva, inmediata y sensible de las cosas; es una experiencia evidentemente material, pero existe, en el individuo humano y en mi propio «yo», la conciencia de un segundo tipo de experiencias que pertenece a la actividad exclusiva del espíritu: la experiencia de las entidades pensadas. Esta experiencia nos abre una nueva perspectiva sobre el ser. La experiencia espiritual, o ideal, consiste en analizar pensamientos asimilados por el yo y memorizados, o bien creados, en mi mundo ideal. El análisis de la experiencia ideal sigue el camino siguiente:
1 No es experiencia de cosas reales, sino de ideas, recuerdos, pensamientos.
2 Analiza emociones, valores, razonamientos, todo lo que se efectúa en el mundo ideal del espíritu pensante; no en un mundo real.
3 El análisis comienza con experimentar algún ente ideal, en cuanto ideal: el sentido de un libro, de una obra de arte, de un discurso, de un gesto recordado, de una esencia generalizada; una figura geométrica, un cálculo matemático, una ideología y cualquier entidad abstracta.
Por ejemplo, se me ofrece al pensamiento (de repente) una ficha de dominó, un rectángulo con el número tres. Esta ficha se me grabó en la memoria y ahora se me hace presente en mi conciencia: ahora pienso en esta ficha particular, que es una entidad mental. Esta experiencia pertenece a la esfera ideal. La puedo describir: posee su «diferencia» (es rectangular, no es cuadrada ni redonda, es número tres, no es cuatro ni seis). Entonces es algo que existe, pero no es real. Su existencia es ideal, es algo que me pertenece como una idea y despierta mi atención, se hace consciente. Tiene sentido, tiene un ser ideal, como significado de esta cosa ideal: que es un pensamiento individual analizable, relacionable, generalizable, sin que deje de ser lo que es: una idea. Posee su «unidad», es un objeto ideal, una entidad en la mente.
El fundamento lejano de este recuerdo ideal puede haber sido alguna intuición o experiencia sensible del mundo real. Pero esto, en mi mente, ya no es sensible, no tiene ningún elemento material, sino que es pura representación, imagen:
Figura 21
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1 Siguen dándose las preguntas «¿es?» y «¿qué?».
2 A la primera pregunta, la experiencia interior nos dice «es», existe de verdad, existe como idea; posee su diferencia existencial en la esfera del espíritu.
3 A la segunda pregunta, «¿qué?», es ser, posee un significado, es una esencia ideal.
4 Posee su «unidad» particular en la que confluyen todas sus notas: es un «ente ideal». No es una cosa, por su inmaterialidad, pero es una idea individual, espiritual, múltiple y multiplicable. En esta esfera irreal, inmaterial, las dimensiones del ser se abren según las fuerzas del espíritu que las analiza.
5 Puedo elaborar un concepto específico de este ser ideal, y generalizarlo, al pensar en todos los números tres del dominó; sería una serie posible en la esfera ideal.
En esta esfera experimental ideal, se pueden conceptualizar los seres mentales tanto como individuos separados o como totalidades o géneros; pensarlos como un ser total, unitario, que abarque el universo en un solo ente. No se encuentran obstáculos para el análisis; por lo tanto, el ser es todo, el ser es uno, el ser es infinito. Solo existe en la mente un solo ser ideal total. La mente se extiende hacia la totalidad óntica del universo ideal irreal. Las escasas limitaciones que encuentra mi mente son las que descubro como «necesidades a priori», como normas lógicas a priori. Todo lo a priori de mi propio ser intelectual que me marca los caminos de la pura racionalidad: nexos, relaciones, estructuras a priori, cuyos momentos de explosión son las contradicciones, lo absurdo.
A pesar de tales limitaciones, permanece en mí la total libertad de la creación, mi identificación con proyectos científicos, estéticos, sociales, políticos, psicológicos y especulativos. Por este camino se alcanza el ser único, impasible, parmenideo... de Hegel (13) (con la dialéctica de la idea), de Leibniz (14) (con las mónadas clausas), de Spinoza (15) , de Wittgenstein (16) , de Nietzsche (17) (con el eterno retorno de lo mismo), de Emanuele Severino (18) (con su cosmos escondiéndose). Son unidades infranqueables, eternas, a pesar de su irrealidad ideal. No implican que cualquier conceptualización sea legítima. Nos queda un criterio para discernir lo correcto o incorrecto, lo válido o inválido de tales concepciones totalizadoras.
El criterio consiste en la presencia universal del yo, mediador, capaz de abandonarse a la especulación del universo ideal y, al mismo tiempo, ser testigo de su propia dimensión real, de ser un ente entre las cosas del cosmos material. El mismo yo es consciencia para captar los impulsos de la intuición física