El Acontecer. Metafísica. Antonio Gallo Armosino S J
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Figura 28
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Ahora ha entendido que, por todo su ser y en todos sus puntos, la Weltstoff (19) tendía a hacerse reflexiva sobre sí misma. Consecuentemente, un ser humano es un producto extremo de una «deriva» que cubre la amplitud misma de las propiedades de los seres de toda clase. En esta continuidad evolutiva, encuentra que el «espíritu» de los filósofos y de los teólogos es una prolongación del físicoquimismo universal.
Esta perspectiva del paleontólogo filósofo establece una analogía a nivel general cósmico de un hecho cotidiano, de comprobación inmediata, que es la continuidad entre la experiencia material de un fenómeno particular y la acción reflexiva en su conciencia, por lo cual la reflexión nace y se desarrolla al interior mismo del acto experimental. Al reconocer que este fenómeno en los seres humanos no se ha detenido, sino que continúa su curva de expansión, se comprueba que el parámetro general de «complejidad-conciencia» continua como instrumento de verificación.
Se pasa de los seres meramente materiales a las expresiones del espíritu sin solución de continuidad en la escala de los seres en sí. Y se encuentra, en el espíritu de un hombre en cuanto tal, el resorte de la energía que lo mueve hacia etapas más complejas de su desarrollo: «Por energía humana consideraré aquí la suma de las energías físicoquímicas, bien simplemente incorporadas, o bien cerebralizadas, en el seno de la masa planetaria» (ibid., p. 331). El ser humano es visto aquí, experimentalmente, vinculado con los constituyentes biológicos, y también con toda la masa de tecnologías y realizaciones científicas y prácticas.
Esta masa se considera cualitativamente: «Es capaz, gracias a su enorme complejidad estructural, de crear en el interior del universo, un foco constantemente profundizado y ensanchado de indeterminación y de información» (idem). Por lo tanto, lo humano aparece como un campo singular del mundo en el que la energía cósmica se coordina y se entreteje, diferenciándose y elevándose sobre sí. A esto se le llama un proceso de hominización de la energía, tanto para cada individuo, como para la unidad general y masiva; se prolonga el hecho de este movimiento en nuevas realizaciones. La evolución humana impulsada por el espíritu, plantea con claridad el problema de su destino biológico, con un ritmo de crecimiento mucho más rápido que el fenómeno de los cambios en el horizonte meramente físico y astronómico. Sin duda la capacidad humana se aplica ahora a la producción de nuevas fuentes de energías para resolver los problemas materiales de crecimiento; pero no solamente la energía física y biológica son necesarias para su crecimiento, también lo son el espíritu y el corazón. De este modo, la cooperación de las fuerzas espirituales con las materiales constituye una estructura general de la vida humana en una unidad y comunidad entre seres, que nunca se había experimentado tan claramente. En el proceso de la evolución, la energía determinante es ahora la del espíritu. De este depende que, finalmente, se desemboque en una «más vida» o bien que se caiga hacia atrás.
Pero no puede pensarse que la energía se cierre sobre sí misma y se autodestruya. En la medida en que se hominiza, la energía tiende a expandirse no en un mundo cerrado, sino abierto hacia delante. La socialización humana produce un efecto de correflexión, que expresa sus progresos. El hombre no puede pensar sin que su pensamiento se entremezcle y se combine con el resultado de todos los demás que también piensan. Según Teilhard, el correflexionar no es que produzca una uniformidad, una igualación y naturalización de las conciencias, con el peligro de que esta caiga en una indiferencia o en un mecanicismo, sino que, al evolucionar, «converge» y se «intensifica» la energía. Esto significa que no cesa de diferenciarse según los individuos. El «converger» no elimina las diferencias, sino que las armoniza. De tal modo, la hominización con su fuerza de cohesión adquiere una actividad nueva que orienta las fuerzas físicas, y su crecimiento estalla en un punto crítico de evasión: la libertad. Permite a un hombre tomar el mando en el proceso evolutivo, y entrar al mundo de la libertad y de la responsabilidad ética.
Esto se opone a la opinión corriente que ve lo físico como si constituyese el «verdadero» fenómeno, y lo psíquico en cambio como si fuera únicamente un epifenómeno (fenómeno dependiente):
Como sospechan espíritus tan fríamente objetivos como Louis de Broglie y León Brillouin (1959, p. 337), Vie, matiére et information cabría, si verdaderamente deseamos unificar lo real, invertir uno a uno los valores, es decir, considerar el conjunto de lo termodinámico como un subefecto inestable y momentáneo de la agrupación “sobre sí” de lo que llamamos conciencia o espíritu.
Se cuenta entonces con dos niveles de energías: una interna de unificación, y la otra superficial de difusión. Ambas son reconocibles en una ordenación común, pero no intercambiables entre sí; son dos posiciones extremas, pero que no constituyen un dualismo, sino una unidad múltiple, que no contrapone dos polos, sino una pluralidad de energías en las variadas direcciones de seres divergentes.
En este estilo de pensamiento, el análisis nunca se abandona a especulaciones meramente lógicas o conceptuales para conservar el inmediato contacto con los seres particulares y concretos que rodean el quehacer diario de un ser humano en su individualidad. En este contexto muy específico y circunstancial, se descubre alrededor un horizonte, lo que Jaspers llama lo «envolvente»:
En lugar de colocamos en un punto de vista totalizador, sobre la situación física y cultural, más bien hacemos filosofía con la conciencia de una situación particular, que nos conduce hacia el límite final y las bases de la realidad humana (ibid., p. 48).
A partir de estos seres particulares, y para reconocer qué es verdad y qué es real, debemos buscar aquello que ya no está atado a cosas particulares o sumido en alguna atmósfera particular. Tenemos que movernos hacia perspectivas que sean las más amplias posibles. Las vemos así, la una con la otra, la una incluida en la otra, sin llegar al final. El horizonte que encierra lo que ya hemos conquistado, camina más allá y nos obliga a borrar cualquier tope final: «Siempre vivimos y pensamos dentro de un horizonte. Pero por el simple hecho de que es un horizonte, indica algo más adelante, que nuevamente rodea el horizonte dado» (ibid., p. 52). En tal situación, surge el fenómeno de lo «envolvente»; el envolvente no es un horizonte en el que emergen cosas del ser determinado, sino más bien aquello en el cual se contiene cada uno de los horizontes particulares: es algo tan abarcador que ya no es visible como un horizonte.
Como puede comprobarse, esta presentación corrobora la progresión biológica evolutiva hacia el espíritu que se ha visto en Teilhard (1959, p. 45). El envolvente aparece y desaparece ante nosotros en dos perspectivas diferentes: o como un ser él mismo, en el cual y por el cual nosotros existimos; o bien, como el envolvente en el cual nosotros estamos y en el cual todo tipo de ser se nos da. Este sería el fundamento último por el cual se nos hace posible que cada ser particular se manifieste a nosotros como un ser. Es algo más profundo que cualquier ser particular aprehendido experimentalmente en un nivel superficial. Se necesita una reflexión profunda y reductiva, camino al ser completo. Con esto, Jaspers, con la típica indeterminación de sus pensamientos, intenta coronar y justificar aquello que realmente se da en la actividad experimental. El envolvente es algo que nunca se podrá experimentar por sí, pero que en cierta medida es experimentado en cada uno de los seres particulares, y complementa su conocimiento.
El conocimiento de un ser [de uno a otro] llevado a la multiplicidad, aunque se trate de seres particulares, trae consigo una ruptura hacia la dispersión general y nos conduce necesariamente hacia lo infinito, a menos que alguien le fije un límite de manera arbitraria. El reconocimiento