El Acontecer. Metafísica. Antonio Gallo Armosino S J
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8. Un sistema
Se puede «asumir» que los cuatro modelos anteriores se complementan para dar vida a una nueva temática del ser, que crece en el horizonte de la vida y se expande en un discurso que se adhiere a los innumerables momentos cambiantes de esta misma vida; como resultado, se crea no solo una ontología nueva, sino un superconjunto de esta, una nueva metafísica elevada sobre su fundamento. Se arma así un marco transracional que se extiende sin barreras: de lo visible a lo invisible, de lo trascendental a lo trascendente, de lo existente al misterio.
No se construye un «sistema» metafísico nuevo de «conceptos ordenados racionalmente, porque la estructura de un simple sistema es desgajada en sus miembros en la misma pluralidad de situaciones engendradas por el brotar diferenciado de la vida, en las ilimitadas dimensiones del acontecer». Como lo recuerda Merleau-Ponty (1968) en Lo visible y lo invisible:
El medio ontológico no es pensado como ‘orden’ de la ‘representación humana’, en contraste con un orden de lo ‘en sí’. Se trata de entender que la verdad misma no tiene ningún sentido fuera de la relación de trascendencia, fuera del Ueberstieg, hacia el horizonte; de ver que la subjetividad y el objeto forman un solo todo; que las vivencias subjetivas figuran en el mundo, forman parte de la ‘Weltlichkeit’ del ‘espíritu’, están inscritas en el registro que es el ser (pp. 227-228).
Y más profundamente Levinas (2006), en De la existencia al existente: «no es que el existente se eleve a una existencia superior, sino una salida del ser y de sus categorías que lo describen: es una “excedencia” (salida hacia fuera)» (p. 9). Este ir hacia afuera del ser es lo que nos obliga a seguirlo por el camino de la intuición, desde lo inmediato a lo mediato, desde lo impactante a lo invitante, desde la forma a su ausencia.
9. ¿De qué clase de «ser» se habla?
Si el «acto» experimental en el que se muestra el ser –y su contenido–, es lo que nos interesa, no hay exclusión de ninguna clase de seres, de «es». Toda la gama que se presente en la actividad intuitiva humana se convierte en objeto de la pregunta metafísica. Se abre una perspectiva hacia el ser, que no encuentra más límites que la experiencia misma, y esta puede ser corpórea, sensible o emotiva e intelectual, discursiva y reflexiva.
Ya que el ser [o el «es»], en cuanto palabra, término general o concepto, se ve aplicable a todo tipo de objetos, nos proporciona un instrumento universal de análisis, puesto en contraste con la vida material, el mundo de la naturaleza, las diferentes formas de vida (biológica, psíquica, la misma sociedad humana) y su cultura, los movimientos espirituales de la mente, la interpretación del conocimiento, del lenguaje, de la voluntad y de los proyectos humanos. Donde hay un «es», surge la pregunta metafísica.
Los autores que se han seleccionado buscan un acceso al ser desde situaciones muy ordinarias de la vida y, a veces, particularidades insólitas, pero poseen en común lo inmediato e intuitivo de sus experiencias. De allí, como desde los extremos de los puntos cardinales, en un mapa gigantesco de la vida, se mueven al encuentro del ser. No es de esperarse que los resultados sean exactamente los mismos; sin embargo, hay una concordancia fundamental, propia de la fenomenología que hace de la filosofía un diálogo constructivo con etapas progresivas, y abre la esperanza de una comprensión humana y de una conquista [del ser] que ilumina la tarea de todo filósofo, y en particular de quienes desean construir sobre un fundamento digno del espíritu. Todos participan de aquella colaboración concordante que Husserl esboza en La Filosofía como ciencia estricta (1962): un diálogo en equipo, entre filósofos, que libera y hace madurar el espíritu humano.
El más avanzado en sus conquistas es Levinas (loc. cit.):
Entrever en el ‘existente’, en el ente humano, y en lo que Heidegger llamaría la ‘entidad del ente’, no una ‘ocultación’ o una ‘disimulación del ser’, sino una etapa en el camino hacia el bien y hacia la relación con Dios (p. 212).
Este es también el objetivo final de nuestra investigación: caminar hacia el ser en todas sus manifestaciones, sin detenerse en las contemplaciones meramente superficiales, y seguir los progresos con los que el ser se manifiesta en sus posibilidades de revelación.
10. Ser como «acontecer»
La experiencia en su inmediata presencia se adelanta a todas las diferencias formales que crean oposiciones: entre teoría y práctica, sujeto y objeto, intelecto y deseo, porque estas oposiciones son ya por sí «interpretaciones», consecuentes con nuestra captación de la misma. La presencia es primitiva, originaria y «no categorial». La variación de la misma experiencia en el tiempo y en el espacio, su extensión física, no son categorías de la mente, sino interpretaciones de las propiedades del ser, más o menos críticas, según los casos.
Este darse en la experiencia, específicamente se da en el cambio, en el devenir y en el transcurrir temporal. Al conjunto de tales dimensiones les aplicamos el nombre de «acontecer». Ser y acontecer, en la experiencia originaria, son exactamente lo mismo. Y no pueden separarse más que como conceptos de una misma racionalidad. No son realidades, sino una misma realidad plural. Con esta noción de experiencia, en esta inmediata entrega del ser empieza la reflexión.
En la experiencia podemos enfocar su fundamento existencial: si la cosa se da, es existente. Si pasamos a la reflexión, vemos varios niveles de tal reflexión. Un análisis crítico discute la intuición de la cosa en relación con su «trascendencia»: si busca su contenido, encuentra conceptos como el de la esencia; si se limita a la palabra, ve un término oral, o simplemente mental. La reflexión es un reflejo del fundamento, es inseparable de este; se configura con él. La reflexión posee su propia intencionalidad y es «representativa» (por la fantasía, la imagen, el significado).
Pensamos que no es correcto separar el fundamento experiencial de la reflexión, así como la experiencia es un proceso en el cual el «acontecer» se da sin agotarse, y sigue dándose. En un instante que evoluciona, también la reflexión es un proceso que se aproxima cada vez más a la complejidad del ser para comprenderlo, y con esto «se sumerge en el acontecer en acto». En el esquema siguiente se observan los dos procesos:
Figura 5
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En este doble proceso, la experiencia «produce» el «sentido». Este necesariamente involucra el doble proceso a partir de los diferentes actos (repetidos, continuos y entrelazados) de experiencia y de comprensión. Este doble proceso tiene un principio en el impacto de la presencia activa del ser y del pensar; pero no termina nunca; quizá pueda decirse que «languidece» y se desenfoca en la memoria.
No termina, porque la reflexión no solo brota del acontecer como de su fuente, sino que sigue desarrollándose en el doble discurso de seres y de pensares. Las «cosas» del Lebenswelt (el mundo de la vida) nunca dejarán de ser mensajes del «ser», con nuevos actos experienciales; y el actor no dejará de reaccionar con