Sherlock Holmes: La colección completa (Clásicos de la literatura). Arthur Conan Doyle

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Sherlock Holmes: La colección completa (Clásicos de la literatura) - Arthur Conan Doyle

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      —A su disposición —dijo Sir Henry—, y lo más extraño, señor Holmes, es que si mi amigo, aquí presente, no me hubiera propuesto venir a verlo hoy por la mañana, habría venido yo por iniciativa propia. Según creo, resuelve usted pequeños rompecabezas y esta mañana me he encontrado con uno que requiere más sustancia gris de la que yo estoy en condiciones de consagrarle.

      —Haga el favor de tomar asiento, Sir Henry. ¿Si no entiendo mal ya ha tenido usted alguna experiencia notable desde su llegada a Londres?

      —Nada de importancia, señor Holmes. Tan sólo una broma, probablemente. Se trata de una carta, si es que se la puede llamar así, que he recibido esta mañana.

      Sir Henry dejó un sobre en la mesa y todos nos inclinamos para verlo. Era de calidad corriente y color grisáceo. Las señas, «Sir Henry Baskerville, Northumberland Hotel», estaban escritas toscamente, en el matasellos se leía «Charing Cross» y la carta se había echado al correo la noche anterior.

      —¿Quién sabía que fuese usted a alojarse en el Northumberland Hotel? —preguntó Holmes, mirando con gran interés a nuestro visitante.

      —No lo sabía nadie. Lo decidí después de conocer al doctor Mortimer.

      —Pero, sin duda, el doctor Mortimer se alojaba allí con anterioridad.

      —No —dijo el doctor—; estuve disfrutando de la hospitalidad de un amigo. No existía la menor indicación de que fuésemos a elegir ese hotel.

      —¡Hummm! Alguien parece estar muy interesado en sus movimientos.

      Holmes sacó del sobre medio pliego doblado en cuatro que procedió a abrir y extender sobre la mesa. Una sola frase, escrita por el procedimiento de pegar en el papel palabras impresas, ocupaba el centro de la hoja y decía lo siguiente: «Si da usted valor a su vida o a su razón, se alejará del páramo». Tan sólo la palabra «páramo» estaba escrita a mano.

      —Ahora —dijo Sir Henry Baskerville— quizá pueda usted decirme, señor Holmes, cuál es, por mil pares de demonios, el significado de todo esto y quién es la persona que se interesa tanto por mis asuntos.

      —¿Qué opina usted, doctor Mortimer? Tendrá usted que reconocer, al menos, que no hay nada de sobrenatural en ello.

      —No, desde luego, pero podría venir de alguien convencido de que existe una intervención sobrenatural.

      —¿De qué están hablando? —preguntó Sir Henry con aspereza—. Tengo la impresión de que todos ustedes, caballeros, están más al tanto que yo de mis propios asuntos.

      —Le haremos partícipe de todo lo que sabemos antes de que abandone esta habitación, Sir Henry, se lo prometo —dijo Sherlock Holmes—. Pero por el momento, con su permiso, nos ceñiremos a este documento tan interesante, que debe de haberse compuesto y echado al correo anoche. ¿Tiene usted el Times de ayer, Watson?

      —Está ahí en el rincón.

      —¿Le importa acercármelo..., la tercera página, con los editoriales? —Holmes examinó los artículos con rapidez, recorriendo las columnas de arriba abajo con la mirada—. Un editorial muy importante sobre la libertad de comercio. Permítanme que les lea un extracto. «Quizá lo engatusen a usted para que se imagine que su especialidad comercial o su industria se verán incentivadas mediante una tarifa protectora, pero si da en utilizar la razón comprenderá que, a la larga, esa legislación alejará del país mucha riqueza, disminuirá el valor de nuestras importaciones y empeorará las condiciones generales de vida en nuestras tierras.» ¿Qué le parece, Watson? —exclamó Holmes, con gran regocijo, frotándose las manos satisfecho—. ¿No cree usted que se trata de una opinión admirable?

      El doctor Mortimer miró a Holmes con interés profesional y Sir Henry Baskerville volvió hacia mí unos ojos tan oscuros como desconcertados.

      —No sé mucho sobre tarifas y cosas semejantes —dijo—, pero me parece que nos estamos apartando un poco de la cuestión.

      —Pues yo opino, por el contrario, que la estamos siguiendo muy de cerca, Sir Henry. Watson, aquí presente, sabe más que usted acerca de mis métodos, pero me temo que tampoco él ha captado del todo la importancia de esta frase.

      —No; confieso que no veo la relación.

      —Y, sin embargo, mi querido Watson, existe una conexión muy estrecha, dado que la primera está sacada de ésta. «Usted», «su» «su», «vida», «razón», «valor», «alejará», «del». ¿Ve usted ahora de dónde se han tomado esas palabras?

      —¡Por todos los demonios, tiene usted razón! ¡Que me aspen si no es de lo más ingenioso! —exclamó Sir Henry.

      —Y por si quedara alguna duda, no hay más que ver cómo «alejará» y «del» están en el mismo recorte.

      —Cierto, ¡así es!

      —A decir verdad, señor Holmes, esto sobrepasa cualquier cosa que hubiera podido imaginar —dijo el doctor Mortimer, contemplando a mi amigo con asombro—. Entendería que alguien dijera que las palabras han salido de un periódico, pero precisar cuál y añadir que se trata del editorial, es una de las cosas más sorprendentes que he visto nunca. ¿Cómo lo ha hecho?

      —Imagino, doctor, que usted distinguiría entre el cráneo de un negro y el de un esquimal.

      —Sin duda.

      —Pero, ¿cómo?

      —Porque es mi pasatiempo favorito. Las diferencias son evidentes. El borde supraorbital, el ángulo facial, la curva del maxilar, el...

      —Pues éste es mi pasatiempo favorito y las diferencias también son evidentes. A mis ojos es tanta la diferencia entre el tipo de imprenta grande y bien espaciado de un artículo del Times y la impresión descuidada de un periódico de la tarde de medio penique como la que pueda existir para usted entre sus negros y sus esquimales. La detección de caracteres de imprenta es una de las ramas más elementales del saber para el experto en delitos, aunque debo confesar que, en una ocasión, cuando era muy joven, confundí el Leeds Mercury con el Western Morning News. Pero un editorial del Times es inconfundible y esas palabras no se podían haber tomado de ningún otro sitio. Y puesto que se hizo ayer, era más que probable que las encontráramos donde las hemos encontrado.

      —Hasta donde soy capaz de seguirle, señor Holmes —dijo Sir Henry Baskerville—, afirma usted que alguien cortó ese mensaje con unas tijeras...

      —Tijeras para uñas —dijo Holmes—. Se puede ver que eran unas tijeras de hoja muy pequeña, ya que quien lo hizo tuvo que dar dos tijeretazos para «alejará del».

      —Efectivamente. Alguien, entonces, recortó el mensaje con unas tijeras muy pequeñas, lo pegó con engrudo...

      —Goma —dijo Holmes.

      —Con goma en el papel. Pero me gustaría saber por qué tuvo que escribir la palabra «páramo».

      —Porque el autor no la encontró en letra impresa. Las otras palabras eran sencillas y podían encontrarse en cualquier ejemplar del periódico, pero «páramo» es menos corriente.

      —Claro, eso lo explica. ¿Ha descubierto usted algo más en ese mensaje, señor Holmes?

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