Sherlock Holmes: La colección completa (Clásicos de la literatura). Arthur Conan Doyle

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Sherlock Holmes: La colección completa (Clásicos de la literatura) - Arthur Conan Doyle

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almuerzo fue muy agradable, aunque en su transcurso apenas se dijo nada del asunto que nos había reunido. Tan sólo cuando nos retiramos a una sala de estar privada Holmes preguntó a Baskerville cuáles eran sus intenciones.

      —Trasladarme a la mansión de los Baskerville.

      —Y, ¿cuándo?

      —A finales de semana.

      —Creo que, en conjunto —dijo Holmes—, su decisión es acertada. Tengo suficientes pruebas de que está usted siendo seguido en Londres y entre los millones de habitantes de esta gran ciudad es difícil descubrir quiénes son esas personas y cuál pueda ser su propósito. Si su intención es hacer el mal pueden darle un disgusto y no estaríamos en condiciones de impedirlo. ¿Sabía usted, doctor Mortimer, que alguien los seguía esta mañana al salir de mi casa?

      El doctor Mortimer tuvo un violento sobresalto.

      —¡Seguidos! ¿Por quién?

      —Eso es lo que, desgraciadamente, no puedo decirles.

      Entre sus vecinos o conocidos de Dartmoor, ¿hay alguien de pelo negro que se deje la barba?

      —No..., espere, déjeme pensar..., sí, claro, Barrymore, el mayordomo de Sir Charles, es un hombre muy moreno, con barba.

      —¡Ajá! ¿Dónde está Barrymore?

      —Tiene a su cargo la mansión de los Baskerville.

      —Será mejor que nos aseguremos de que sigue allí o de si, por el contrario, ha tenido ocasión de trasladarse a Londres.

      —¿Cómo puede usted averiguarlo?

      —Deme un impreso para telegramas. «¿Está todo listo para Sir Henry?» Eso bastará. Dirigido al señor Barrymore, mansión de los Baskerville. ¿Cuál es la oficina de telégrafos más próxima? Grimpen. De acuerdo, enviaremos un segundo cable al jefe de correos de Grimpen: «Telegrama para entregar en mano al señor Barrymore. Si está ausente, devolver por favor a Sir Henry Baskerville, hotel Northumberland». Eso deberá permitirnos saber antes de la noche si Barrymore está en su puesto o se ha ausentado.

      —Asunto resuelto —dijo Baskerville—. Por cierto, doctor Mortimer, ¿quién es ese Barrymore, de todas formas?

      —Es el hijo del antiguo guarda, que ya murió. Los Barrymore llevan cuatro generaciones cuidando de la mansión. Hasta donde se me alcanza, él y su mujer forman una pareja tan respetable como cualquiera del condado.

      —Al mismo tiempo —dijo Baskerville—, está bastante claro que mientras en la mansión no haya nadie de mi familia esas personas disfrutan de un excelente hogar y carecen de obligaciones.

      —Eso es cierto.

      —¿Dejó Sir Charles algo a los Barrymore en su testamento? —preguntó Holmes.

      —Él y su mujer recibieron quinientas libras cada uno.

      —¡Ah! ¿Estaban al corriente de que iban a recibir esa cantidad?

      —Sí; Sir Charles era muy aficionado a hablar de las disposiciones de su testamento.

      —Eso es muy interesante.

      —Espero —dijo el doctor— que no considere usted sospechosas a todas las personas que han recibido un legado de Sir Charles, porque también a mí me dejó mil libras.

      —¡Vaya! ¿Y a alguien más?

      —Hubo muchas sumas insignificantes para otras personas y también se atendió a un gran número de obras de caridad. Todo lo demás queda para Sir Henry.

      —¿Y a cuánto ascendía lo demás?

      —Setecientas cuarenta mil libras.

      Holmes alzó las cejas sorprendido.

      —Ignoraba que se tratase de una suma tan enorme —dijo.

      —Se daba por sentado que Sir Charles era rico, pero sólo hemos sabido hasta qué punto al inventariar sus valores. La herencia ascendía en total a casi un millón.

      —¡Cielo santo! Por esa apuesta se puede intentar una jugada desesperada. Y una pregunta más, doctor Mortimer. Si le sucediera algo a nuestro joven amigo aquí presente (perdóneme esta hipótesis tan desagradable), ¿quién heredaría la fortuna de Sir Charles?

      —Dado que Rodger Baskerville, el hermano pequeño, murió soltero, la herencia pasaría a los Desmond, que son primos lejanos. James Desmond es un clérigo de avanzada edad que vive en Westmorland.

      —Muchas gracias. Todos estos detalles son de gran interés. ¿Conoce usted al señor James Desmond?

      —Sí; en una ocasión vino a visitar a Sir Charles. Es un hombre de aspecto venerable y de vida íntegra. Recuerdo que, a pesar de la insistencia de Sir Charles, se negó a aceptar la asignación que le ofrecía.

      —Y ese hombre de gustos sencillos, ¿sería el heredero de la fortuna?

      —Heredaría la propiedad, porque está vinculada. Y también heredaría el dinero a no ser que el actual propietario, que, como es lógico, puede hacer lo que quiera con él, le diera otro destino en su testamento.

      —¿Ha hecho usted testamento, Sir Henry?

      —No, señor Holmes, no lo he hecho. No he tenido tiempo, porque sólo desde ayer estoy al corriente de todo. Pero, en cualquier caso, creo que el dinero no debe separarse ni del título ni de la propiedad. Esa era la idea de mi pobre tío. ¿Cómo sería posible restaurar el esplendor de los Baskerville si no se dispone del dinero necesario para mantener la propiedad? La casa, la tierra y el dinero deben ir juntos.

      —Así es. Bien, Sir Henry: estoy completamente de acuerdo con usted en cuanto a la conveniencia de que se traslade sin tardanza a Devonshire. Pero hay una medida que debo tomar. En ningún caso puede usted ir solo.

      —El doctor Mortimer regresa conmigo.

      —Pero el doctor Mortimer tiene que atender a sus pacientes y su casa está a varios kilómetros de la de usted. Hasta con la mejor voluntad del mundo puede no estar en condiciones de ayudarle. No, Sir Henry; tiene usted que llevar consigo a alguien de confianza que permanezca constantemente a su lado.

      —¿Existe la posibilidad de que venga usted conmigo, señor Holmes?

      —Si llegara a producirse una crisis, me esforzaría por estar presente, pero sin duda entenderá usted perfectamente que, dada la amplitud de mi clientela y las constantes peticiones de ayuda que me llegan de todas partes, me resulte imposible ausentarme de Londres por tiempo indefinido. En el momento actual uno de los apellidos más respetados de Inglaterra está siendo mancillado por un chantajista y únicamente yo puedo impedir un escándalo desastroso. Comprenderá usted lo imposible que me resulta trasladarme a Dartmoor.

      —Entonces, ¿a quién recomendaría usted?

      Holmes me puso la mano en el brazo.

      —Si mi amigo está dispuesto a acompañarle, no hay persona que resulte más útil en una situación difícil. Nadie lo

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