Sherlock Holmes: La colección completa (Clásicos de la literatura). Arthur Conan Doyle

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Sherlock Holmes: La colección completa (Clásicos de la literatura) - Arthur Conan Doyle

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una pregunta más, señorita Stapleton. Si únicamente era eso lo que quería usted decir cuando habló conmigo por vez primera, ¿por qué tenía tanto interés en que su hermano no oyera lo que me decía? No hay en sus palabras nada a lo que ni él, ni nadie, pueda poner objeciones.

      —Mi hermano está deseosísimo de que la mansión de los Baskerville siga ocupada, porque cree que eso beneficia a los pobres que viven en el páramo. Se enojaría si supiera que he dicho algo que pueda impulsar a Sir Henry a marcharse. Pero ya he cumplido con mi deber y no voy a decir nada más. Tengo que volver a casa o de lo contrario Jack me echará de menos y sospechará que he estado con usted. ¡Hasta la vista!

      Se dio la vuelta y en muy pocos minutos había desaparecido entre los peñascos desperdigados por el páramo, mientras yo, con el alma llena de vagos temores, proseguía mi camino hacia la mansión de los Baskerville.

      8. Primer informe del doctor Watson

      A partir de ahora seguiré el curso de los acontecimientos mediante la transcripción de mis cartas a Sherlock Holmes, que tengo delante de mí sobre la mesa. Falta una página, pero, por lo demás, las reproduzco exactamente como fueron escritas y muestran mis sentimientos y sospechas del momento con más precisión de lo que podría hacerlo mi memoria, a pesar de la claridad con que recuerdo aquellos trágicos sucesos.

      «Mansión de los Baskerville,13 de octubre

      Mi querido Holmes:

      Mis cartas y telegramas anteriores le han mantenido al día sobre todo lo que ha ocurrido en este rincón del mundo tan olvidado de Dios. Cuanto más tiempo se pasa aquí, más profundamente se mete en el alma el espíritu del páramo, su inmensidad y también su terrible encanto. Tan pronto como se penetra en él, queda atrás toda huella de la Inglaterra moderna y, en cambio, se advierte por doquier la presencia de los hogares y de las obras del hombre prehistórico. Se vaya por donde se vaya, siempre aparecen las casas de esas gentes olvidadas, con sus tumbas y con los enormes monolitos que, al parecer, señalaban el emplazamiento de sus templos. Cuando se contemplan sus refugios de piedra gris sobre un fondo de laderas agrestes, se deja a la espalda la época actual y si viéramos a un peludo ser humano cubierto con pieles de animales salir a gatas por una puerta que es como la boca de una madriguera y colocar una flecha con punta de pedernal en la cuerda de su arco, pensaríamos que su presencia en este sitio está mucho más justificada que la nuestra. Lo más extraño es que vivieran tantos en lo que siempre ha debido de ser una tierra muy poco fértil. No soy experto en prehistoria, pero imagino que se trataba de una raza nada belicosa y frecuentemente acosada que se vio forzada a aceptar las tierras que nadie más estaba dispuesto a ocupar.

      Todo esto, sin embargo, nada tiene que ver con la misión que usted me confió y probablemente carecerá por completo de interés para una mente tan estrictamente práctica como la suya. Todavía recuerdo su completa indiferencia en cuanto a si el sol se movía alrededor de la tierra o la tierra alrededor del sol. Permítame, por lo tanto, que vuelva a los hechos relacionados con Sir Henry Baskerville.

      El hecho de que no haya usted recibido ningún informe en los últimos días obedece a que hasta hoy no tenía nada importante que relatarle. Luego ha ocurrido algo muy sorprendente que le contaré a su debido tiempo, pero, antes de nada, debo ponerle al corriente acerca de otros elementos de la situación.

      Uno de ellos, al que apenas he aludido hasta este momento, es el preso escapado que rondaba por el páramo. Ahora existen razones poderosas para creer que se ha marchado, lo que supone un considerable alivio para aquellos habitantes del distrito que viven aislados. Han transcurrido dos semanas desde su huida, y en esos quince días no se le ha visto ni se ha oído nada relacionado con él. Es a todas luces inconcebible que haya podido resistir en el páramo durante tanto tiempo. Habría podido esconderse sin ninguna dificultad, desde luego. Cualquiera de los habitáculos de piedra podría haberle servido de refugio. Pero no hay nada que le proporcione alimento, a no ser que capture y sacrifique una de las ovejas del páramo. Creemos, por lo tanto, que se ha marchado, y el resultado es que los granjeros que están más aislados duermen mejor.

      En esta casa nos alojamos cuatro varones en buen estado de salud, de manera que podemos cuidarnos sin ayuda de nadie, pero confieso que he tenido momentos de inquietud al pensar en los Stapleton, que se hallan a kilómetros del vecino más próximo. En la casa Merripit sólo viven una criada, un anciano sirviente, la hermana de Stapleton y el mismo Stapleton, que no es una persona de gran fortaleza física. Si el preso lograra entrar en la casa, estarían indefensos en manos de un individuo tan desesperado como este criminal de Notting Hill. Tanto a Sir Henry como a mí nos preocupa mucho su situación, y les sugerimos que Perkins, el mozo de cuadra, fuese a dormir a su casa, pero Stapleton no ha querido ni oír hablar de ello.

      Lo cierto es que nuestro amigo el baronet empieza a interesarse mucho por su hermosa vecina. No tiene nada de sorprendente, porque para un hombre tan activo como él el tiempo se hace muy largo en este lugar tan solitario, y la señorita Stapleton es una mujer muy hermosa y fascinante. Hay en ella un algo tropical y exótico que crea un contraste singular con su hermano, tan frío e impasible. También él, sin embargo, sugiere la idea de fuegos escondidos. Stapleton tiene sin duda una marcada influencia sobre su hermana, porque he comprobado que cuando habla lo mira continuamente, como si buscara su aprobación para todo lo que dice. Espero que sea afectuoso con ella. El brillo seco de los ojos de Stapleton y la firme expresión de su boca de labios muy finos denuncian un carácter dominante y posiblemente despótico. Sin duda será para usted un interesante objeto de estudio.

      Vino a saludar a Baskerville el mismo día en que lo conocí y a la mañana siguiente nos llevó a los dos al sitio donde se supone que tuvo origen la leyenda sobre el malvado Hugo. Fue una excursión de varios kilómetros a través del páramo hasta un lugar que pudo, por sí solo, haber sugerido la historia, dado lo deprimente que resulta. Encontramos un valle de poca longitud entre peñascos escarpados, que desembocaba en un espacio abierto y verde salpicado de juncias. En el centro se alzaban dos grandes piedras, muy gastadas y bien afiladas por la parte superior, de manera que parecían los enormes colmillos, en proceso de descomposición, de un animal monstruoso. El lugar se corresponde en todos los detalles con el escenario de la antigua tragedia que ya conocemos. Sir Henry manifestó gran interés y preguntó más de una vez a Stapleton si creía realmente en la posibilidad de que los poderes sobrenaturales intervengan en los asuntos humanos. Hablaba con desenfado, pero no cabe duda de que sentía mucho interés. Stapleton se mostró cauto en sus respuestas, aunque se comprendía enseguida que decía menos de lo que sabía y opinaba, y que no se sinceraba por completo en consideración a los sentimientos del baronet. Nos contó casos semejantes de familias víctimas de alguna influencia maligna y nos dejó con la impresión de que compartía la opinión popular sobre el asunto.

      A la vuelta nos detuvimos en la casa Merripit para almorzar, y fue allí donde Sir Henry conoció a la señorita Stapleton. Desde el primer momento Baskerville pareció sentir una fuerte atracción y, si no estoy muy equivocado, el sentimiento fue mutuo. Nuestro baronet habló de ella una y otra vez mientras volvíamos a casa y desde entonces apenas ha transcurrido un día sin que veamos en algún momento a los dos hermanos. Esta noche cenarán aquí y ya se habla de que iremos a su casa la semana que viene. Cualquiera pensaría que semejante enlace debería llenar de satisfacción a Stapleton y, sin embargo, más de una vez he captado una mirada suya de intensísima desaprobación cuando Sir Henry tenía alguna atención con su hermana. Sin duda está muy unido a ella y llevará una vida muy solitaria si se ve privado de su compañía, pero parecería el colmo del egoísmo que pusiera obstáculos a un matrimonio tan conveniente. Estoy convencido, de todos modos, de que Stapleton no desea que la amistad entre ambos llegue a convertirse en amor, y en varias ocasiones he observado sus esfuerzos para impedir que se queden a solas. Le diré entre paréntesis que sus instrucciones, en cuanto a no permitir que Sir Henry salga solo de la mansión, serán mucho más difíciles

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