Sherlock Holmes: La colección completa (Clásicos de la literatura). Arthur Conan Doyle
Чтение книги онлайн.
Читать онлайн книгу Sherlock Holmes: La colección completa (Clásicos de la literatura) - Arthur Conan Doyle страница 94
9. La luz en el páramo
[Segundo informe del doctor Watson]
«Mansión de los Baskerville, 15 de octubre
Mi querido Holmes:
Aunque durante los primeros días de mi misión no prodigara demasiado las noticias, ahora reconocerá usted que estoy recuperando el tiempo perdido y que los acontecimientos se suceden sin interrupción. En mi último informe di el do de pecho con el hallazgo de Barrymore en la ventana y ahora tengo ya una excelente segunda parte que, si no estoy muy equivocado, le sorprenderá bastante. Los acontecimientos han tomado un sesgo que yo no podía prever. En ciertos aspectos las cosas se han aclarado mucho durante las últimas cuarenta y ocho horas y en otros se han complicado todavía más. Pero voy a contárselo todo, y así podrá juzgar por sí mismo.
A la mañana siguiente, antes de bajar a desayunar, examiné la habitación que Barrymore había visitado la noche anterior. La ventana orientada al oeste por la que miraba con tanto interés, tiene, según he podido advertir, una peculiaridad que la distingue de todas las demás ventanas de la casa: es la que permite ver el páramo desde más cerca, gracias a una abertura entre los árboles, mientras que desde todas las otras se vislumbra con dificultad. De ahí se sigue que Barrymore, dado que sólo esa ventana se ajusta a sus necesidades, buscaba algo o a alguien que se encontraba en el páramo. La noche era muy oscura, por lo que es difícil comprender cómo esperaba ver a nadie. A mí se me ocurrió la posibilidad de que se tratara de alguna intriga amorosa. Ello explicaría el sigilo de sus movimientos y también el desasosiego de su esposa. Barrymore es un individuo con mucho atractivo, perfectamente capacitado para robarle el corazón a una campesina, de manera que esta teoría parecía tener algunos elementos a su favor. La apertura de la puerta que yo había oído después de regresar a mi dormitorio podía querer decir que Barrymore abandonaba la casa para dirigirse a una cita clandestina. Así razonaba yo conmigo mismo por la mañana y le cuento la dirección que tomaron mis sospechas, pese a que nuestras posteriores averiguaciones han demostrado que carecían por completo de fundamento.
Pero, fuera cual fuese la verdadera explicación de los movimientos de Barrymore, consideré superior a mis fuerzas la responsabilidad de guardar el secreto sobre sus actividades hasta que pudiera explicarlas de manera satisfactoria, por lo que después del desayuno me entrevisté con el baronet en su estudio y le conté todo lo que había visto. Sir Henry se sorprendió menos de lo que yo esperaba.
—Sabía que Barrymore andaba de noche por la casa y había pensado hablar con él sobre ello —me dijo—. He oído dos o tres veces sus pasos en el corredor, yendo y viniendo, más o menos a la hora que usted menciona.
—En ese caso quizá visite precisamente esa ventana todas las noches —sugerí.
—Tal vez lo haga. Si es así, estaremos en condiciones de seguirlo y de ver qué es lo que se trae entre manos. Me pregunto qué haría su amigo Holmes si estuviera aquí.
—Creo que haría exactamente lo que acaba usted de sugerir —le respondí—. Seguiría a Barrymore y vería qué es lo que hace.
—Entonces lo haremos juntos.
—Pero sin duda nos oirá.
—Es bastante sordo y de todos modos hemos de correr el riesgo. Aguardaremos en mi habitación a que pase—. Sir Henry se frotó las manos encantado, y era evidente que acogía aquella aventura como un agradable descanso de la vida excesivamente tranquila que llevaba en el páramo.
El baronet ha estado en contacto con el arquitecto que preparó los planos para Sir Charles y también con el contratista londinense que se encargó de las obras, de manera que quizá muy pronto empiecen a producirse aquí grandes cambios. También han venido de Plymouth decoradores y ebanistas: sin duda nuestro amigo tiene grandes ideas y no quiere escatimar esfuerzos ni gastos para restaurar el antiguo esplendor de su familia. Con la casa arreglada y amueblada de nuevo, sólo necesitará una esposa para que todo esté en orden. Le diré, entre nosotros, que hay signos muy evidentes de que eso no tardará en producirse si la dama consiente, porque raras veces he visto a un hombre más prendado de una mujer de lo que lo está Sir Henry de nuestra hermosa vecina, la señorita Stapleton. Sin embargo, el progreso del amor verdadero no siempre se produce con toda la suavidad que cabría esperar dadas las circunstancias. Hoy, por ejemplo, la buena marcha del idilio se ha visto perturbada por un obstáculo inesperado que ha causado considerable perplejidad y enojo a nuestro amigo.
Después de la conversación acerca de Barrymore que ya he citado, Sir Henry se caló el sombrero y se dispuso a salir. Como la cosa más natural, yo hice lo mismo.
—Cómo, ¿viene usted conmigo, Watson? —me preguntó, mirándome de una forma muy peculiar.
—Eso depende de que se dirija usted al páramo —le respondí.
—Sí, eso es lo que voy a hacer.
—Bien; sabe usted cuáles son mis instrucciones. Siento entrometerme, pero sin duda recuerda usted lo mucho que Holmes insistió en que no lo dejase solo y sobre todo en que no se internara por el páramo sin compañía.
Sir Henry me puso la mano en el hombro acompañando el gesto de una cordial sonrisa.
—Mi querido amigo —dijo—; pese a toda su sabiduría, Holmes no previó algunas de las cosas que han sucedido desde que llegué al páramo. ¿Me entiende? Estoy seguro de que no desea usted convertirse en aguafiestas. He de salir solo.
Sus palabras me colocaron en una situación muy incómoda. No sabía qué hacer ni qué decir, y antes de que tomara una decisión Sir Henry cogió el bastón y se marchó.
Pero cuando empecé a reflexionar sobre el asunto, mi conciencia me reprochó amargamente que lo perdiera de vista, cualquiera que fuese el pretexto. Imaginé cómo me sentiría si tuviera que presentarme ante usted y confesarle que había sucedido una desgracia por no seguir sus instrucciones al pie de la letra. Le aseguro que se me encendieron las mejillas ante semejante idea. Quizá no fuera aún demasiado tarde para alcanzarlo, de manera que me puse al instante en camino hacia la casa Merripit.
Me apresuré todo lo que pude carretera adelante sin encontrar rastro alguno de Sir Henry hasta llegar al punto en que nace el sendero del páramo. Una vez allí, temiendo que quizá, después de todo, había seguido una dirección equivocada, trepé por una colina -utilizada en otro tiempo como cantera de granito negro-, desde donde se divisa un panorama bastante amplio. Una vez en la cima vi de inmediato a Sir Henry. Se hallaba en el sendero del páramo, a unos cuatrocientos o quinientos metros de distancia, y le acompañaba una dama que sólo podía ser la señorita Stapleton. Estaba claro que existía un entendimiento entre ellos y que se habían dado cita. Caminaban despacio, absortos en la conversación que mantenían, y vi que ella hacía rápidos movimientos con las manos como si pusiera mucha vehemencia en sus palabras mientras él escuchaba con atención, y una o dos veces movía la cabeza en un gesto enérgico de desacuerdo. Permanecí entre las rocas contemplándolos, sin saber en absoluto lo que debía hacer a continuación. Acercarme e interrumpir una conversación tan íntima parecía inconcebible; mi deber, sin embargo, era muy claro: no perder de vista a Sir Henry. Actuar como espía tratándose de un amigo era una tarea odiosa. No fui capaz de encontrar mejor línea de acción que seguir observándolos desde la colina y luego descargarme la conciencia confesando a Sir Henry lo que había hecho. Es cierto que si le hubiera amenazado algún peligro