Zoncoipacha. Mariela Tulián
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Mis visitas al Taypichin, al territorio histórico Tulián, me llevaron entonces, necesariamente, no solo a intelectualizar la narrativa histórica y territorial, sino a sentirlo y por ello a vivenciarlo. Más «vivo» que nunca, y lejos de todos esos procesos de resistencia –que irá contando Mariela en los primeros capítulos– y su comunidad nos ofrecieron, caminando, encontrando sitios, hierbas, piedras, morteros, conanas y un sin fin de elementos, su interacción plena, como por ejemplo en la actual recolección de la algarroba y en sus múltiples usos e infusiones. Lejos entonces el territorio de ser un objeto, pasivo de ser apropiado y delimitado por el hombre-blanco-occidental, que con sus figuras geométricas (puntos, líneas, polígonos) y su metafísica (estática y estable) ejerce soberanía, el territorio puede pensarse como un sistema vivo. Estas concepciones inscriptas en los modos de vida indígena, que Mariela relata a lo largo de su obra, son las que nos invitan a los académicos a revisar las propuestas teórico filosóficas y morales con las que pensamos el territorio. En ese sentido, nos damos cuenta que la idea de territorio como tierra (propiedad, mercancía) o terreno (como un área o polígono) están más próximas a un ideal de control espacial que de la apertura y conexión a la vida. Y (no tan) casualidades mediante, inscripta en la demora reglamentaria de la tan añorada ley 26.160, cuya aprobación en la Provincia de Córdoba todavía es puro misterio.
El libro de Mariela ofrece innumerables aportes teórico/epistemológicos y políticos. En primer lugar, relata y recopila testimonios orales que describen una heterogeneidad de perspectivas y acontecimientos vinculados con la presencia indígena en San Marcos. En segundo lugar, articula los relatos con un sistemático y difícil trabajo en el Archivo Histórico Provincial de Córdoba, donde las fuentes coloniales y republicanas paradójicamente dan testimonio de las luchas históricas. Estos dos puntos ofrecen entonces elementos en donde las memorias subalternas muestran sus tensiones pero también diálogos con los procesos de historización hegemónicas. En tercer lugar, describe con precisión clínica un importante antecedente para la necesaria lucha actual de la propiedad comunal de las tierras en Córdoba. Se trata del reclamo histórico que encara Francisco Tulián en 1804 y que felizmente es devuelto en 1806, pero que curiosamente ha quedado silenciado en la historia regional a pesar de su caso ser jurisprudencia a nivel nacional. En cuarto lugar, traza la apertura a pensar y sentir el territorio desde los sabios aportes de los ancestros comechingones y sanavirones. Y en este sentido, una novedosa manera de mirar el género en su profundidad histórica y territorial.
Es este libro entonces un importante aporte a la recopilación de memorias y trayectorias indígenas de una de las zonas más cuantiosas del pueblo camiare del Norte de la Provincia de Córdoba. Al difícil y accidentado trabajo en «el archivo», a la permanente escucha y toma de nota de los abuelos y, a la reconstrucción, por un lado del dibujado concepto de territorio, por el otro, a alumbrar la potencialidad de la territorialidad indígena. Pero este libro es, sobre todo, el reflejo de la re-existencia, como pueblo indígena invisibilizado, oprimido, inaudibilizado; y como mujer, que incansablemente trabaja día a día para revivir y reivindicar los derechos humanos que como sociedad nos atañe.
Como miembros de espacios académicos, especialmente de la Universidad Nacional de Córdoba, es nuestra responsabilidad entonces continuar caminos para vincularnos con las experiencias históricas y el «diálogo de saberes» (o de vivires) entre la ciencia y la experiencia histórica de memorias, cuya riqueza ha sido negada e invisibilizada por los dueños de la tierra (muchos de ellos, dueños del conocimiento). Con este tipo de aportes enérgicos no solo será nuestra responsabilidad trabajar con ellos, sino el placer de poder aprender de ello.
Lic. Lucas Palladino
Profesor asistente Departamento de Geografía Universidad Nacional de Córdoba Director del Proyecto de Extensión Universitaria: «Tierra de Comechingones. Reconstrucción territorial y mapeo colaborativo de sitios patrimoniales comechingones en San Marcos Sierras»
Introducción
La paz no es simplemente acabar con la guerra.
La paz llegará cuando se respeten los derechos indígenas a la tierra,
la cultura y la autodeterminación.
No puede haber paz por medio de la destrucción
o sumisión de la población indígena…
Sólo ven nuestra agua, nuestra tierra, nuestros árboles.
No les importamos.
Quieren la tierra, sin la gente que vive en ella.
Waldo Darío Gutiérrez Burgos[1]
A partir de la imposición del discurso de la historia oficial se asocia y aún hoy se relaciona el uso y la propiedad del territorio con el concepto de progreso. Cuando se plantea el concepto de progreso no se entiende al originario en ese contexto: eso sucede porque para los pueblos y los individuos naturales de este territorio, el progreso como tal no existe. Nosotros buscamos, aspiramos, seguimos el camino para el buen vivir, para lograr una vida plena tal como nosotros interpretamos qué es una vida plena. El hombre occidental entiende el progreso como incremento de su capital económico. Un originario aspira al crecimiento espiritual, a su realización plena como ser humano desde el punto de vista de la calidad de vida. Entre la calidad y la cantidad está la diferencia. Cuando hablamos de calidad de vida, decimos que necesitamos llegar a los más altos niveles de educación, porque necesitamos tener nuestros médicos, nuestros abogados, nuestros ingenieros… En definitiva, que se cumpla el derecho soberano a recibir un trato igualitario, conservando el derecho a ser diferente. Inclusive teniendo en cuenta que «buen vivir» no siempre es sinónimo de ser feliz.
Es importante también el respeto a nuestra autodeterminación, tanto como la libre determinación; y cuando menos, el derecho a participar en las gestiones de gobierno de nuestros territorios ancestrales, teniendo en consideración que estos territorios superan ampliamente los que hoy conservamos y habitamos.
El mundo occidental otorga al territorio un valor economicista, mientras que para nosotros éste simboliza la vida misma; nuestra soberanía alimentaria y, por ende, las herramientas para no padecer hambre; nuestra soberanía respecto de la medicina y el equilibrio psicoespiritual; la continuidad de nuestra cultura, de lo mejor de nuestras formas de vida. La posibilidad de vivir a pleno nuestros derechos.
Porque la reivindicación de nuestros territorios es solo el principio de la historia, a partir de la recuperación de éstos, de nuestro retorno a una vida con el derecho ancestral que nunca se debió haber perdido, y no el objetivo de nuestras acciones.
Pasar del diálogo a la construcción de un proyecto conjunto es el futuro en esta construcción social que debemos afrontar como país. Este proceso de transformación del discurso en proyecto, plasmado en una realidad posible y plausible, debería contemplar y abarcar todas las dimensiones que existen dentro de un proyecto de patria: educación, agricultura y soberanía alimentaria, comunicación, territorios, política, salud, cultura, etcétera.
Esta investigación intenta dar un marco de entendimiento al contexto histórico, social y espiritual del reclamo por el territorio ancestral de la comunidad indígena Tulián. Para