Geopoéticas, memoria e imaginarios en la frontera México - Estados Unidos. Mauricio Vera Sanchez

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Geopoéticas, memoria e imaginarios en la frontera México - Estados Unidos - Mauricio Vera Sanchez

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teórica, sino que su misma propuesta es creadora de imágenes, en el mejor sentido del proyecto mundial de los imaginarios urbanos, por lo que ya podemos entender que Mauricio Vera nos entrega –y así lo aceptamos– una nueva ciudad imaginada, la primera de la red escrita desde los bordes de las fronteras que toca a toda América de ambos bordes.

      Que sea desde Colombia que nos dediquemos a un estudio sobre la frontera México-Estados Unidos me pareció lo más pertinente. Una investigación desde un programa doctoral no puede quedarse en las fronteras de cada nación sino salir a la búsqueda de verdades y sensibilidades que capten modos de ser del mundo, y en este caso un mundo muy cercano. Este trabajo que presento es un ejemplo de cómo se puede formar equipo entre naciones, México-Estados Unidos y Colombia, entre investigadores de tan alto nivel como Luis Alfonso Herrera Robles y Carlos González Herrera en México –justo con ellos dos empezamos a vislumbrar este proyecto desde Juárez imaginada–, y en Colombia, Thierry Lule; entre dos universidades, la Autónoma de Ciudad Juárez y el Externado de Colombia, que honra todos estos aciertos publicándola para hacerla más asequible y vistosa, con la esperanza de que contribuya lo más posible a la comprensión de esa frontera porosa que la inspiró.

      Armando Silva

      25 de octubre de 2019

      El debate actual de la ciencia, la redefinición de sus postulados epistemológicos y la pertinencia del conocimiento que produce es hoy un asunto vital y central para entender y orientar la función y responsabilidad académica que esta tiene en los distintos contextos sociales, culturales, políticos y económicos, en los cuales sus estudios e investigaciones se efectúan y circulan.

      En la actualidad, nos dice Immanuel Wallerstein (2004) en su texto clásico Las incertidumbres del saber, la ciencia está en la mira: “Ya no goza del prestigio indiscutido que ha tenido durante dos siglos como la forma más segura de la verdad. […] Hoy en día se la acusa de ser ideológica, subjetiva y poco fiable. […] Se dice que los científicos manipulan los datos y que, por ende, manipulan la credibilidad del público” (p. 5).

      La ciencia, entendida así, estaría circunscrita más hacia la legitimación de su conocimiento y verdad en determinados círculos culturales dominantes y de poder que hacia la experimentación y verificación de certezas que permitan explicar, predecir y controlar aquellos fenómenos que se ubican en los ámbitos de lo natural –entendido como una construcción social– y lo socialmente propiamente dicho.

      La mirada científica predominante en y de Occidente se convirtió en una mirada de poder, un punto de mira específico que configuró –y continúa configurando– una manera particular del ver, entender y proyectar el mundo, que excluye –y determina hasta cierto punto– otros modos o maneras de construir conocimiento. El pensamiento científico nos acostumbró a pensar (y a mal pensar) que porque la teología, la filosofía y, especialmente, la sabiduría popular ofrecía verdades discutibles, el único camino que se podía presentar seguro y certero era el de la ciencia (Wallarstein, 2004, p. 15).

      En un doble efecto, la ciencia como fin de la duda –o por lo menos de las incertidumbres– y en ella el método científico, garante de las certezas, se instalaron como principio estructurante en la comprensibilidad de la naturaleza y de la objetivación del mundo (Schödinger, 1999). Y, simultáneamente, como síntoma de una condición originalmente moderna: “Para muchos, los rótulos de científico y/o de moderno se transformaron casi en sinónimos, y para casi todos, esos rótulos eran –y siguen siendo– dignos de elogio” (Wallarstein, 2004, p. 15).

      Naturaleza y objetivación, ciencia y modernidad, científico y moderno, se convierten así en conceptos intercambiables que operan en una suerte de cadena sinonímica de igual o similar significado. Se afianza el sentido de la verdad a partir únicamente de lo que es verificable, indistintamente de que aquello que se verifica sea socialmente útil, moralmente bueno o filosóficamente trascendental, a partir de lo que es susceptible de unificar epistemológicamente bajo la sombra del método científico.

      Ahora bien, en perspectiva histórica, esta división entre la búsqueda de lo verdadero y lo bueno, entre el entendimiento de la naturaleza y del alma, solo existía una ausencia de límites, todo saber se consideraba unificado en un nivel epistemológico. La ausencia de límites, señala Wallarstein (2004, p. 24), era doble: a) no existía la idea de que los académicos tuvieran que acotar su actividad a un campo del conocimiento; y b) la filosofía y la ciencia no se consideraban campos separados.

      Como antesala al gran sismo que se produciría en los XVIII y XIX, esta escisión se da en las raíces mismas de la relación del hombre con la naturaleza y consigo mismo en la época medieval. Como lo señala Franz Borkenau (1990, p. 36), atendiendo el proceso socio-histórico-cultural de la baja Edad Media, en sus últimos trescientos años específicamente, es donde podemos ubicar el germen de la modernidad y, por tanto, del distanciamiento del hombre con la naturaleza a favor de un utilitarismo ligado a la aparición ya de un cierto tipo de cultura urbana, mercantil e industrial que despunta en los siglos XIV y XV en Italia.

      Demandas económicas, aumento de la productividad y del comercio internacional, junto con la consolidación no solo de una clase burguesa sino principalmente de un comportamiento burgués, hacen que se produzca una secularización de la cultura, “que deja de ser progresivamente medievalcristiana, deja de estar organizada alrededor de contenidos sacrales para dar paso a una nueva actitud ‘realista’, metódica, práctica, utilitaria, secular” (Borkenau, 1990, p. 36).

      Se desacraliza la naturaleza y se sacraliza el método, la lógica formal y el plano cartesiano. Aquella experiencia desde el trasmundo, dice José Luis Romero –citado por Borkenau (1990)–, desde el más allá, de la divinidad o de la providencia que era la experiencia del hombre medieval con la naturaleza se rompe y aparece la perspectiva de la otra vida: la civitas terrena, complementa Borkenau. Se da entonces la posibilidad de dominio de las leyes de la naturaleza, arrebatado a Dios y conquistado por el hombre.

      La naturaleza, como creación de Dios, pierde su aura sagrada y, simultáneamente, surge lo que Jacobo Burckhardt –citado por Borkenau (1990, p. 38)– ha llamado un “mundo desencantado”, dentro del cual el burgués actúa con pleno realismo y se enfrenta a sus tareas seculares obrando de acuerdo con una lógica inmanente que ya no considera, como sí lo hacía el hombre medieval, el trasmundo.

      Desencantamiento que oscila en una lucha entre lo dado por Dios y lo creado por el hombre. Alumbramiento de un nuevo tipo de mirada individual sobre la naturaleza que se materializa en su subordinación a los intereses materiales, capitalistas y científicos de un nuevo mundo: el mundo moderno. Es la aparición de la idea de la “voluntad de poder”, anota Borkenau, la actitud que caracteriza al hombre moderno frente a la naturaleza, frente a los otros hombres, frente a sí mismo.

      Y no es, continúa el autor, “voluntad de poder solo en un sentido estrictamente político […] sino voluntad general de dominio sobre lo ente, sobre la naturaleza, tal y como lo ha formulado Max Scheler, voluntad ‘para la transformación productiva de las cosas’” (Borkenau, 1990, p. 38).

      Cosificación y potenciación de la naturaleza como mera materia prima. Así, Francis Bacon resumía con contundencia este nuevo pensamiento a comienzos del siglo XVII: Knowledge is power. El conocimiento y dominio de la naturaleza es poder. Por tanto, la ciencia como instrumento al servicio de este conocimiento y dominio es la mejor de las herramientas del poder. Simbiosis de saber y poder que hasta hoy impone.

      Sin embargo, es entre 1750 y 1850 el período en el cual se da un movimiento tectónico que genera una modificación radical en la manera en que se configuran las estructuras del saber, separando, divorciando, a la

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