Geopoéticas, memoria e imaginarios en la frontera México - Estados Unidos. Mauricio Vera Sanchez
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Siguiendo el trazado de Wallarstein (2004), las ciencias sociales, al igual que las ciencias naturales y las humanidades, se volvieron blanco de críticas, en lo cual ha habido dos grandes movimientos nuevos del saber:
Uno de ellos es el que se ha denominado “ciencias de la complejidad” (con origen en las ciencias naturales); el otro es el de los “estudios culturales” (con origen en las humanidades). En realidad, pese a haber surgido en lugares tan distintos, los dos movimientos tomaron como blanco de ataque el mismo objeto: la modalidad dominante de las ciencias naturales a partir del siglo XVII, es decir, la forma de ciencia que se basa en la mecánica newtoniana (p. 27).
De esta manera, la perspectiva de la complejidad relativiza más allá que la mera cuestión del método científico y sus implicaciones en su tendencia maniquea de entender el mundo, la percepción del tiempo, un ente que evidentemente no nos es simplemente dado, sino que es fundamentalmente una construcción social. La determinación del tiempo en los procesos sociales, su inevitable linealidad que lleva como consecuencia una carrera inalcanzable hacia el progreso que está allá, en el futuro, se indetermina. Por tanto, este futuro es en sí mismo indeterminado e indeterminable. Roto el tiempo, roto el equilibrio, que no es más que una excepción dentro de los fenómenos sociales.
Numerosos académicos, puntualiza Wallarstein (2004, p. 27), cuyo punto de mira está emplazado en la complejidad,
consideran que la entropía lleva a bifurcaciones que traen nuevos (aunque impredecibles) órdenes a partir del caos, y por ello concluyen que la consecuencia de la entropía no es la muerte sino la creación […]. Así, en lugar de la simetría temporal, la fecha del tiempo, de las certezas, la incertidumbre como supuesto epistemológico; en lugar de la simplicidad como producto último de la ciencia, la explicación de la complejidad.
Emplazados en el otro punto de mira, pero coincidiendo con la mirada de la complejidad en la crítica férrea al determinismo y universalismo de las ciencias newtonianas, los estudios culturales “representaron un ataque al modo tradicional de abordar los estudios humanísticos, que habían propuesto como valores universales en el orden de lo bello y de lo bueno […]. Sostenían que los textos son fenómenos sociales, creados y leídos o evaluados en un determinado contexto” (Wallarstein, 2004, p. 27).
De tal suerte que Wallarstein concluye que las ciencias de la complejidad y los estudios culturales, al objetar esas concepciones tradicionales de las ciencias naturales y las humanidades, abrieron el campo del saber a nuevas posibilidades que habían estado vedadas debido al divorcio decimonónico entre la ciencia y la filosofía.
Ahora bien, reaparecen impetuosamente en el escenario contemporáneo del saber caminos conceptuales que cruzan y entrecruzan el tiempo con la belleza, el fragmento con el todo, la unicidad con la totalidad, la verdad con lo bueno y, a su vez, con el tiempo y la incertidumbre y, a su vez, con las certezas. La improvisación con el método, la flexibilidad con la lógica, la creación y el caos con lo determinado. La ciencia con la filosofía, la complejidad con los estudios sociales.
Parafraseando a Fernando Vásquez (1992) en su afirmación sobre las formas artísticas, podríamos decir que los estudios sociales hoy se presentan como miradas plurales, pero no excluyentes de una y múltiples realidades a la vez. Que como miradas son inevitablemente lugares de poder y de saber. Que, como miradas, duras, blandas, alumbradoras, oscurecedoras, configuran, dan nueva configuración a la manera en que entendemos el mundo: ni meramente natural, ni meramente social, sino solamente el mundo. Que como miradas son ya un arreglar el mundo.
Un punto amplio del debate contemporáneo en los estudios sociales debería localizarse en pensarlos no exclusivamente desde los contenidos que producen, ni desde los productores de ese contenido, es decir, los científicos, académicos y eruditos, sino desde todo lo anterior conectado a los espacios culturales, políticos, populares de uso y apropiación del conocimiento producido, de los imaginarios que pone a circular y del lenguaje con el cual ello se efectúa y comunica.
Estudios sociales que, como en el caso de la tesis doctoral Geopoéticas, memoria e imaginarios en la frontera México-Estados Unidos, permiten la incorporación del arte, la subjetividad, la estética, la narrativa y la imagen como métodos e instrumentos para comprender lo humano con relación a lo natural. El camino de los estudios sociales, señala el profesor Armando Silva (2011), en su búsqueda por comprender la subjetividad humana vuelve pues a revitalizarse como modelo de investigación y como objeto transdisciplinario o, incluso, posdisciplinario, pues son los temas (permeables) más que las disciplinas (autónomas) las que anudan los criterios y la metodología a emplear en la investigación social.
Franquear las murallas de las disciplinas para conquistar el conocimiento, o por lo menos para intentar conseguirlo –siempre de manera temporal– con formas más creativas. Un método que indistintamente puede –y deba– ir moviéndose en el tiempo: modificar el pasado desde el presente si es necesario, o hacer esperar el futuro si este no nos es conveniente social y espiritualmente como especie siempre en riego de extinción por el tiempo.
Los lugares de la enunciación de las preguntas y respuestas, de las búsquedas, ya no están reservados únicamente al laboratorio, al aula de clase, al grupo de científicos, sino que hoy se localizan en el cuerpo, en los sujetos, en los colectivos, en las comunidades, en el saber tradicional y ancestral, y en el caso que nos ocupa, en las sensibilidades, la memoria, la estética, el arte y los imaginarios.
En este orden, el proyecto Geopoéticas, memoria e imaginarios en la frontera México-Estados Unidos se enmarca desde los estudios e investigaciones que el doctor Armando Silva ha realizado desde hace más de dos décadas sobre los imaginarios urbanos, de sus categorías, conceptos y nociones que han consolidado un corpus teórico que parte de revisar las culturas urbanas de varias ciudades internacionales con énfasis en las latinoamericanas, de manera simultánea con el propósito de intentar captar desde una antropología del deseo ciudadano los modos de ser urbanos. Pero esta vez, el modo de ser urbano es desde las ciudades de frontera y, por otro lado, el deseo ciudadano es un deseo ciudadano de frontera.
Como lo establecen Armando Silva, Luis Alfonso Herrera y Carlos González, investigadores líderes del proyecto Imaginarios de frontera México/USA, pertenecientes a las universidades Externado de Colombia y Autónoma de Ciudad Juárez, el proyecto nace del interés de un grupo de académicos por conocer y analizar cómo se construyen las diferentes percepciones sobre la frontera norte de México en su relación cultural, económica, urbana, social y política con el sur de Estados Unidos. Es el afán de mapear la frontera desde sus imaginarios, de cómo la población fronteriza, los habitantes de las ciudades de frontera, asumen como proyección imaginaria la existencia de una frontera internacional de 3.200 kilómetros.
Como lo define el investigador Luis Alfonso Herrera Robles (2012a, p. 2):
los imaginarios de frontera son aquellas percepciones que la población fronteriza tiene sobre lo que comúnmente se denomina frontera, borde, línea divisoria o la franja territorial que divide a los Estados Unidos de México. Y que esta frontera define otra espacialidad imaginaria que se enuncia como “el otro lado”. Los imaginarios fronterizos tienen una carga histórica al ser una construcción socio-cultural que dispone de un tiempo social diferenciado de otras regiones no fronterizas y que poseen una espacialidad única.
Es preguntarse y preguntarles a los habitantes cómo perciben y viven la frontera. Es buscar entre los “dos lados”