Geopoéticas, memoria e imaginarios en la frontera México - Estados Unidos. Mauricio Vera Sanchez
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Y es precisamente en la nueva frontera establecida, en el límite demarcado y los espacios cercados y diferenciados de la ciencia y la filosofía, del arte y la mecánica newtoniana, donde Wallarstein instala la pregunta por el lugar que le correspondería entonces a las ciencias sociales, por su encajamiento entre las humanidades y las ciencias naturales.
Primigeniamente incrustadas entre la materia y el espíritu, lo subjetivo y lo objetivo, lo bueno y lo verdadero, las ciencias sociales surgen con un pie ligera y dudosamente puesto en las humanidades, y el otro firmemente asentado en el modelo cultural newtoniano. Más allá de responderse a los por qué, en sus inicios las ciencias sociales prioritariamente plegaron sus métodos al de los de las ciencias naturales, y en un efecto reflejo asimilaron que el comportamiento de los fenómenos sociales era similar en sus leyes y reglas de funcionamiento a los fenómenos naturales, por tanto, describiendo el qué, cómo, cuándo y dónde se explicaba en sí misma la actividad social.
Igualmente, esta ruptura que se dio en las estructuras del saber dando surgimiento a lo que Snow –citado y punto de referencia de los trabajos de Wallarstein– llama las “dos culturas”, también provocó una separación, inexistente en el hombre medieval y en su manera de entender el mundo, entre el sujeto y el objeto. Ya René Desacartes en el Discurso del método esbozaba esta obligada separación moderna al afirmar que el conocimiento por el conocimiento mismo, o lo que los escolásticos llamaban vita comtemplativa, no tenía sentido. Es decir, es en el desdoblamiento instrumental entre sujeto y objeto donde se produce el conocimiento útil. Se da entonces una objetualización del conocimiento, una centralidad de su materialidad y su posibilidad de aplicación a los requerimientos del capital y del poder.
La capacidad de dominio de la naturaleza –apunta Borkenau (1990, p. 42)– por el conocimiento de sus leyes le da al hombre moderno una conciencia de superioridad: todo es considerado factible de un tratamiento racional y se produce una vinculación entre la especulación científica y el trabajo industrial, el discurso político y lenguaje.
El psicólogo C. G. Jung se queja –nos dice Erwin Schödinger en su libro Mente y materia (1999, p. 57)– de la exclusión del sujeto, de la omisión del alma y de la mente de la imagen que tenemos del mundo; del aluvión de objetos externos de conocimiento que han arrinconado al sujeto, muchas veces hasta la aparente no existencia. La ciencia es, sin embargo, una función del alma en la que se arraiga todo conocimiento. Y es que el mundo de la ciencia, añade el propio Schödinger, se ha concentrado en un objetivo horrible que no deja lugar a la mente y a sus inmediatas sensaciones.
Resuena entonces con mayor fuerza la inquietud vital, central en Wallarstein (2004, p. 25), sobre el topos de las ciencias sociales hoy. Y es que estas en sus albores no fueron ajenas a la pretensión –que se prolonga de cierta manera hasta la época actual– de asir la realidad social bajo las lógicas de la mecánica newtoniana; el escrutinio bajo la lupa de las epistemología nomotéticas, el paralelismo de los procesos sociales con los procesos materiales, objetos de estudio de las ciencias naturales, llevó a la búsqueda de leyes sociales universales cuya verdad permaneciera intacta a través del espacio y el tiempo.
Así, la incertidumbre frente a la posibilidad de comprender, controlar y predecir la complejidad de los procesos sociales era factible de anularse, o por lo menos de reducirse. La naturaleza natural y la naturaleza social son entidades susceptibles de investigarse con los mismos métodos. La realidad social sería de esta manera un estado regido por leyes y no un proceso cambiante permanente y simultáneamente en el espacio-tiempo. Un espaciotiempo que se mueve en la doble dirección del progreso material inatajable y la progresión temporal hacia un futuro determinado.
Hubo sin embargo quienes se inclinaron –subraya Wallarstein (2004, p. 25)– más que por la dureza y rigidez del método científico por las humanidades, y recurrieron a lo que se llamó “epistemologías ideográficas”. Estos cientistas sociales “pusieron el acento en la particularidad de los fenómenos sociales, la utilidad limitada de las generalizaciones y la necesidad de empatía para la comprensión del objeto de estudio”.
Las ciencias sociales se fundan así entre las epistemologías nomotéticas en oposición a las epistemologías ideográficas; entre el establecimiento de leyes en los procesos sociales versus la inutilidad comprensiva de las generalizaciones; entre la toma de distancia del sujeto frente al objeto en contraposición a la necesidad, precisamente, de implantar una empatía mutua sujeto-objeto; entre el alma y la materia; lo interior y lo exterior; las humanidades y las ciencias naturales; entre la palabra sagrada y el verbo creador del científico y la imaginería mítica y pagana del saber popular; entre el pasado, el presente y el futuro: el progreso y el retroceso; entre los mega relatos: History, y los micro relatos: story; entre el Todo y el fragmento; entre la descripción y la interpretación; entre los datos, las cifras y la narrativa; entre lo antiguo y lo moderno; entre Occidente y Oriente.
Así, las ciencias sociales, subraya Wallarstein (2004, p. 25), “estaban atadas a dos caballos que galopaban en sentidos opuestos. Al no haber generado una postura epistemológica propia, se desgarraban como consecuencia de la lucha entre los dos colosos: las ciencias naturales y las humanidades, que no toleraban una postura (terreno) neutral”.
Terreno cuyos límites se establecían por dos por miradas inconexas, y en el cual se abonó a su interior el surgimiento en las ciencias sociales de una disciplinarización que reflejó, ciertamente, esta dicotomía. Así, por ejemplo, la economía, las ciencias políticas y la sociología, responsabilizadas académicamente de estudiar el mundo moderno, echaron sus raíces en las epistemologías nomotéticas, en los métodos y la cosmovisión newtoniana.
Consolidación y división entre el período comprendido entre 1850 y 1945 que Wallarstein (2004, p. 26) describe de la siguiente manera:
La división entre pasado (historia) y presente (economía, ciencia política y sociología); la división entre el mundo occidental civilizado (las cuatro disciplinas anteriores) y el resto del mundo (la antropología, dedicada a los pueblos “primitivos”, y los estudios orientales, dedicados a las “grandes civilizaciones” no occidentales), y la división, válida solamente para el mundo occidental moderno, entre la lógica del mercado (economía), el Estado (ciencia política) y la sociedad civil (sociología).
Se configuran de este modo hasta mediados del siglo XX unas ciencias sociales de núcleo duro, en el sentido que su método y enfoque epistemológico estaban orientados hacia el establecimiento de leyes dentro de los sistemas sociales; y unas de núcleo más blando que, aceptando la función y obligatoriedad de la inclusión empírica de los datos, las cifras, las mediciones y el cálculo mecánico de corte newtoniano dentro la investigación social, privilegiaban la singularidad de cada contexto en particular, la “contaminación” impajaritable que en el proceso relacional sujeto-objeto modifica la manera de construir y comprender el conocimiento generado y, consecuentemente, el mundo.
Pero es también en este momento histórico de las décadas de los cuarentas, cincuentas y sesentas en los que el mundo se debate no solo entre una dominación de Occidente sobre Oriente, que se consuma en el nefasto hito de la Segunda Guerra Mundial y se fortalece momentáneamente en los sembrados de arroz vietnamitas convertidos en campos de batalla bañados de Napalm y sangre “amarilla”, o en las revueltas de los estudiantes universitarios franceses y estadunidenses que inauguraron a través de la filosofía del peace and love una concepción nueva de la relación de género, de la autonomía femenina sobre su propio cuerpo, junto a una inclusión de las cosmovisiones orientales a la ya debilitada manera utilitarista y material con la cual Occidente los había formado, que ese principio de operación apoyado en la exclusión con el que estaban comprometidas las ciencias –igual naturales como sociales– con perspectiva newtoniana era cuestionado