El cuaderno de Andrés Caicedo. Andrés Felipe Escovar
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3 Juan Duchesne Winter y Felipe Gómez Gutiérrez, eds. La estela de Caicedo. Miradas críticas (Pittsburgh: Universidad de Pittsburgh, 2009).
1 La mirada indicial de la crítica genética
La presunta soledad del escritor
Un hombre sentado, en soledad, cubierto por la luz de una vela que se consume a medida que él escribe, es la imagen que responde a una noción del proceso de escritura como la escucha de un dictado de la inspiración: el escritor aparece entonces como un elegido por los hados divinos y su oficio se remite al de un médium que accede a profundos enunciados. Al respecto, Élida Lois, en su libro Génesis de escritura y estudios culturales, cita la consideración de Gustave Lanson de que “todo gran escritor escribe fluidamente sin otra guía que la inspiración” (Lois 2001, 47). El autor se concibe como poseedor de un impulso que no le permite, ni siquiera, la lectura como guía, pues esta se asume como una instancia secundaria, ajena al proceso creativo.4
En contraste, la crítica genética se concentra en el proceso de escritura y la figura del autor pasa a un segundo plano para dar lugar al escritor, despojándole todo prurito romántico. El origen de esta metodología respondió a un desplazamiento hacia los manuscritos, los cuales han adquirido un estatuto científico, “y al proceso genético de su constitución: es decir, focali[za] su trabajo en una ‘poética de la escritura’ por oposición a una ‘poética del texto’” (Lois 2001, 48). El proceso de escritura no obedece a un dictado de la inspiración o al simple discurrir de la mano por el papel; implica operaciones como la lectura de lo que se escribe y de otros documentos que imantan dicho proceso. El lector, entendido como el receptor pasivo de la comunicación artística, ya no es el único que lee; el escritor, gracias a ese mismo ejercicio, puede titubear, hacer planes, apuntes, mapas o comentarios como si fuera el glosador de un trabajo ingenieril cuyo producto final jamás se visualiza porque él mismo ignora si está construyendo un puente o una autopista.5
La propia Lois ha encontrado, en la crítica genética y en su instalación en los estudios literarios, la perspectiva que hacía falta para completar el panorama de la comunicación literaria. En consecuencia, al trabajo crítico sobre el texto y los estudios sobre su recepción, el geneticismo se ocupa del momento de producción. Aunque estos tres aspectos no son compartimentos independientes:
Producción, texto y lectura son tres componentes interdependientes —se presuponen mutuamente— y, en consecuencia, ningún emprendimiento interpretativo puede eludir esa permanente interacción. Escritura y lectura son dos caras de un mismo fenómeno, y en el caso de la escritura en proceso, el ejecutor no solo escribe y se lee a la vez, también se plantea —explícita o implícitamente— las posibles derivaciones textuales de la recepción presumible. (Lois 2001, 1)
Una nueva lectura de los manuscritos
Al concentrarse en el proceso de producción, la crítica genética se ocupa de aspectos que solo se advierten de manera implícita, dejando un gran espacio para que el investigador plantee hipótesis de lectura. En el caso del cuaderno de Andrés Caicedo, surgen inscripciones al margen de las páginas y tachaduras cuya explicación la plantea el geneticista6 a partir de dichos indicios trazados en los papeles. Estos horizontes, avizorados por el crítico, surgen de las particularidades del escrito analizado: es diferente un manuscrito de Caicedo a uno de Flaubert; cada cual cuenta con unas dinámicas propias que el investigador debe advertir.
En la imposibilidad de una generalización o elaboración de reglas destinadas a convertirse en una máquina hacedora de hipótesis de lectura de procesos de escritura, y en la búsqueda de reconstrucciones del proceso creativo a partir de las huellas dejadas por las tachaduras, comentarios marginales u omisiones, la crítica genética se sustenta con el paradigma indiciario que Carlo Ginzburg precisó hace casi tres décadas y que se contrapone al galileano, pues este último busca establecer leyes universales. Las disciplinas indiciales
se trata[n], en efecto, de disciplinas eminentemente cualitativas, que tienen por objeto situaciones y documentos individuales, en cuanto individuales, y precisamente por ello alcanzan resultados que tienen un margen ineliminable de aleatoriedad: basta pensar en el peso de las conjeturas… (Ginzburg 1995, 88)
Esta individualidad es el rasgo distintivo del material sobre el que recae la mirada geneticista. Ginzburg encuentra en el devenir de la crítica textual un desplazamiento, similar al advertido con respecto a la medicina, pues también busca acercarse al conocimiento científico de las orillas galileanas. Lo que ha propiciado este corrimiento es la “noción profundamente abstracta del texto” (Ginzburg 1995, 90) que, como ya se precisó, tiene una estrecha relación con las implicancias jurídicas de la noción de autor. Ya Roger Chartier (2008) había recordado que Kant, uno de los paladines del encumbramiento de la razón, asume el libro como un objeto material, a la vez que espiritual, donde lo segundo corresponde al texto y, por lo tanto, siempre es idéntico e independiente de toda realización tangible, mientras que el lector, entendido como comprador del libro, se adueña de él como material tangible y adquiere el derecho a leer el enunciado, aunque no es dueño de este. Por ello, Ginzburg afirma que la crítica textual
[h]abía tomado en consideración únicamente los rasgos reproducibles (primero manualmente, luego, después de Gutenberg, mecánicamente) del texto. De ese modo, aun asumiendo como objeto casos individuales, había terminado evitando el escollo principal de las ciencias humanas: la cualidad. (1995, 90)
Ahora bien, la crítica genética no centra su mirada en el material que ilumina un proceso de escritura por un afán monumentalizador, sino que entiende la producción como una instancia única, particular de la comunicación artística y los rasgos reproducibles no son suficientes para la construcción de conclusiones.
Ginzburg advierte el robustecimiento del paradigma indiciario en un momento concreto: el trabajo del crítico de arte Morelli. El objetivo de este investigador era encontrar una técnica que sirviera para distinguir entre cuadros originales y copias. A partir de esta meta, logró trazar un método basado en concentrar la atención en los rasgos del cuadro menos asimilables a las instrucciones de la escuela a la que pertenecía su presunto autor. Los detalles marginales, como los lobulillos de las orejas de las figuras humanas, le sirvieron a Morelli para lograr su cometido. A partir de las omisiones o distracciones, se evidenciaba la mano individual del artista. Según Ginzburg, este método fue precursor del psicoanálisis:
Pero ¿qué pudo representar para Freud —para el joven Freud, todavía muy lejos del psicoanálisis— la lectura de los ensayos de Morelli? Es Freud mismo quien lo indica: la propuesta de un método interpretativo enclavado sobre los descartes, sobre los datos marginales, considerados como reveladores. De ese modo, detalles considerados habitualmente sin importancia, o directamente triviales, “vulgares”, suministraban la clave para acceder a los productos más elevados del espíritu humano. (1995, 81)
Esos trazos involuntarios son asimilables a los materiales analizados por los geneticistas; los escritores construyen esos documentos para ellos mismos, para sus lecturas en el proceso de escritura y, por lo tanto, posibilita advertir gestos, tensiones y hechos no evidenciables en el texto editado. La perspectiva geneticista también tiene en cuenta el tipo de papel, la fuerza de un trazo o la recurrencia de algún formato de tachadura, convirtiendo todos esos aspectos en indicios interpretables; de modo que el material que se estudia, además de ser un documento y un monumento (un testimonio del texto para el filólogo y un objeto museográfico para el coleccionista), es un evento “que hace surgir el movimiento de un pensamiento de un trazo de la mano” (Hay 1993, 6).