El cuaderno de Andrés Caicedo. Andrés Felipe Escovar
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Objetos como los pretextos, entendidos por Graciela Goldchluk como el “conjunto de textos, documentos que preceden a la fase de redacción de una obra, y están en relación de inclusión o de identidad con el texto” (1996, 452), son susceptibles de trasladarse con una nueva lectura geneticista; además, pese a que el intento sea el de estabilización, persiste la posibilidad de un cambio.
Entonces, ¿es la iterabilidad una característica que va a contracorriente del “rescate de lo único” del paradigma indiciario? En lo planteado por Derrida aparece la respuesta cuando se refiere al archivo como un “acontecimiento de escritura” y, por lo tanto, se lo considera único. La iterabilidad de los materiales de archivo es la misma de las huellas digitales (reproducidas en un documento de identidad que puede fotocopiarse), de modo tal que las halladas en la escena de un crimen son reproducibles por distintos mecanismos tecnológicos, pero ello no significa que se reproduzca el crimen mismo. La iterabilidad no es una característica de la memoria, pues esta no es iterable. Además, no todo lo que queda en la memoria pasa al archivo; el “mapa mental” (Marín 2013, 1) del escritor solo puede vislumbrarlo el geneticista a través de las huellas dejadas en los papeles que conforman el archivo: los papeles en los cuales aparece la escritura son un vestigio.11
Los papeles como campo de batalla
Carlo Ginzburg escribe:
Si las pretensiones de conocimiento sistemático parecen cada vez más veleidosas, no por ello la idea de totalidad debe ser abandonada. Por el contrario: la existencia de una conexión profunda que explica los fenómenos superficiales es reafirmada en el momento mismo en que se sostiene que un conocimiento directo de tal conexión no es posible. Si la realidad es opaca, existen zonas privilegiadas —señales, indicios— que permiten descifrarla. (1995, 110)
La labor de un geneticista que ausculta esa realidad de la escritura, diseminada en hojas y pantallas, no se limita a explicitar y reproducir lo hallado mediante un dosier; también forja hipótesis de lectura que dialogan con los análisis hechos sobre el material editado.
Los documentos que conforman un archivo pierden su cariz monumental y se tornan en “el backstage de los conflictos enunciativos […], [en] objetos culturales donde se ve hacia atrás la productividad textual” (Páez 1996, 437). Así como Marín encuentra en estos papeles el lugar perfecto para apreciar la metamorfosis de scripteur en autor —uno de los objetivos de su investigación geneticista—, otros críticos como Amícola, al referirse a los documentos del archivo de Puig, expresa que el cometido de ese trabajo ha sido “enfocar la labor germinal […] como una paulatina toma de conciencia de la ocupación de un lugar como escritor en la Argentina, al mismo tiempo que documenta su lenta maduración de un cometido de ruptura en ese campo” (1996, 21). Un elemento que tanto Amícola como Marín encuentran de manera independiente es el tránsito: las huellas evidencian un trasegar y puede figurarse un sendero de escritura con innumerables bifurcaciones.
A medida que se reconstruye el proceso de creación, se aprecia la toma de conciencia del escritor sobre su escritura (lo que Marín diría que es un autor o el tránsito de scripteur a autor) y se hallan indicios sobre una relación que, a medida que discurre el acto de escribir, se teje entre el escritor y la literatura. De modo que, en el cuaderno de Caicedo, se deducen elementos “exteriores” del mismo, pues se comprende que los enunciados dialogan con otros que circulan socialmente, como lo advirtió Valentin Voloshinov.
Élida Lois ha planteado dos fases de los estudios de la crítica genética, que van desde la labor de desciframiento hasta el planteamiento de una hipótesis de lectura. Las denominó fase heurística y fase hermenéutica:
La crítica genética, en su fase heurística, reconstruye la historia o las historias de esas transformaciones en tanto que, en su fase hermenéutica, intenta desentrañar la lógica o las lógicas que presiden esa convergencia productiva que ningún discurso crítico puede aisladamente interpretar, y ese es el verdadero objetivo de sus indagaciones. (2001, 42)
El resultado de la primera etapa es un dosier genético en el cual se hace una edición que debe contener, de la manera más fiel posible, una representación del proceso de escritura.12 La fase heurística se concreta con trabajos de crítica literaria sobre esos materiales. Estas dos etapas, en conjunto, son las que conforman un análisis crítico-genético. Por ello Lois establece que “el análisis del material de soportes, instrumentos y grafías se unen a los que proporciona el estudio de la textualización en movimiento y la construcción de sentido, y entre ambas zonas, se recortan datos que pertenecen a la historia cultural de manuscrito, a sus tipologías y a los procesos genéticos” (2001, 26). En consecuencia, se tendrá una “visión de conjunto de las condiciones de producción literaria y, en última instancia, de toda la producción intelectual” (Lois 2001, 44) y surgirá un trabajo en el que se evidenciarán las tensiones entre distintos campos.13
Pero ¿cuáles son los fundamentos de esa idea de que en los papeles y en el proceso de creación del artista, están presentes aspectos y tensiones de otros campos, de ese “afuera” de la escritura? Voloshinov, en su ensayo El discurso en la vida y el discurso en la poesía, los proporciona: resalta que los estudios sociológicos se ocupan del arte cuando su onda expansiva influye en campos distintos al arte, es decir, cuando “comienza a desarrollarse históricamente en el marco de la realidad social exterior” (2013, 189) y los análisis de forma se concentran en la dilucidación de unas leyes internas, ajenas a cualquier factor social o histórico. Esta dicotomía fracciona al hecho artístico y no se lo comprende en su totalidad.
El creador, en su proceso de escritura, por más que pretenda aislarse y no estar “contaminado” por variables externas, toma esa decisión porque la forma está enriquecida por su aspecto ideológico, es decir, por el contenido, de modo que el contenido habría de estudiarse a partir de una ciencia de la ideología, y en el caso del escritor que se abstrae la ideología está inserta en ese acto de aislamiento.
Con lo planteado por Voloshinov se advierte el potencial contenido en los materiales de archivo de un escritor con respecto a las huellas del proceso de escritura: la forma, lo histórico y social se funden, pudiéndose apreciar los rastros de la relación que se da entre ellos (de hecho, los límites entre unos y otros aspectos tienden a desaparecer a medida que el proceso de escritura continúa con su torrente): “Una formación social actúa sobre otra formación social. Lo estético, no menos que todo lo que se refiere al derecho o al conocimiento, es solo una variante de lo social” (2013, 192). En conclusión, para Voloshinov el acto artístico también es un hecho social y, por lo tanto, puede abordarse en todas sus variantes, lo cual coincide con el carácter público que adquieren los archivos que en un momento dado se consideraron como un conjunto de materiales privados. Aunque el escritor no quiera jamás publicar lo escrito, la intención de escribirlo, de dejar una huella de lo escrito, implica un primer paso para “desprivatizarlo”.
Voloshinov encontró en el paradigma galileano una serie de insuficiencias que fueron replicadas por quienes intentaron explicar mediante una reducción sociologista el hecho artístico, a partir de las premisas de un modelo cientificista de pensamiento que buscaba cercenar la particularidad de cada objeto estudiado:
Desde su punto de vista, esa posición está motivada más o menos de la siguiente manera: cualquier cosa que se haya vuelto objeto de oferta y demanda, que por lo tanto se haya convertido en mercancía, está sometida a la determinación socioeconómica tanto en su valor como en su movimiento en el seno de la sociedad humana. Admitamos que conocemos perfectamente semejante determinación: ello no impedirá que no comprendamos en absoluto la estructura física y