El cuaderno de Andrés Caicedo. Andrés Felipe Escovar
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Lo que Ginzburg reivindica, en realidad, es el origen del método indiciario —del huelleo, del rastreo— en la sabiduría y la destreza de las clases subalternas y en su larga y ardua experiencia de vida, como contrapuesto al conocimiento formalizado de las clases dominantes que, mientras niega o devalúa esos saberes, los expropia para nunca declararlos fines de clase, de dominación, de opresión nacional y represión social, que en cambio son presentados como el “interés nacional” o el “interés de la sociedad”. (Gilly 1995, 54-55)
En el paradigma indiciario circula la búsqueda y ampliación de voces que antes fueron ignoradas. Con los lentes de la crítica genética es posible ver las huellas de un proceso de escritura, mudas cuando todo se remitía a centrar la atención en los aspectos reproducibles del texto, pues a partir de ellos era posible generar leyes universales necesarias para que la crítica textual se tomara como una ciencia galileana de la literatura.
En el proceso de escritura recae la mirada crítico-genética. El geneticista no presencia la escena en la que discurre la escritura, pero cuenta con documentos escritos “que, agrupados en conjuntos coherentes, constituyen la huella visible del proceso creativo” (Lois 2001, 2): su trabajo consiste en hallar indicios de dicho proceso de producción.
José Amícola afirma que un documento de esta naturaleza permite vislumbrar una
paulatina separación, cada vez mayor, entre el creador y su producto; un producto que, aunque cargado de intencionalidad autoral, termina independizándose, dotado de vida propia gracias a las fuerzas energéticas de sus valores estéticos y extraestéticos en lucha dentro del texto. (1996, 14)
Estos documentos, que vistos desde otras perspectivas son papeles íntimos cuya utilidad se remite a ser piezas de una exposición de museo o casa cultural con el nombre de un autor, obtienen el estatus de públicos y, por lo tanto, salen de ese cerco privado que el propio escritor quiso instaurar; esto sacude en sus cimientos a la noción de que el autor es dueño de lo que dice y escribe, se fisura la efigie romántica del creador y surgen litigios judiciales que pueden ser el corpus de un estudio sobre la transformación de la figura del autor en el siglo XXI.7
Para que estos documentos puedan ser públicos precisan una ubicación. Todos ellos reposan en los archivos, ya sean los organizados por el propio autor, sus herederos o alguna institución. Mónica Pené ha establecido una distinción entre el archivo de autor y del escritor, con lo cual corrobora la crisis de la noción de autor en el escenario de la archivística y delimita dicho concepto a aspectos legales y de explotación económica:
Analizando las definiciones anteriores resulta obvia la preponderancia del término autor. Sin embargo, consultando la Wikipedia (2010) el panorama terminológico toma un giro importante. De acuerdo con esta fuente de información, un autor es “toda persona que crea una obra susceptible de ser protegida mediante derechos de autor”, esta acepción se refiere a los creadores de novelas, obras dramáticas y tratados, así como a quienes desarrollan programas de computación, elaboran coreografías de danza, e incluye también a los fotógrafos, escultores, pintores, cantautores, entre otros. Se observa una dimensión jurídica que institucionaliza a la persona como autor; es decir, el autor surge a partir de la norma que da vigencia a sus derechos. Por su parte, el escritor es definido como “quien escribe o es autor de cualquier obra escrita o impresa” pero en un sentido estricto se aclara que el término designa “a los profesionales del arte literario”. […] Sopesando las definiciones anteriores y teniendo en cuenta la percepción manifestada por los investigadores literarios encuestados y la concepción social que posee el término escritor —aquel que escribe obras literarias—, es que se propone para la tipología de archivo en estudio la denominación de archivo de escritor, por tratarse de un término que articula de manera adecuada la significación de este tipo de archivo. (Pené 2013, 28-29)8
La relación entre las dimensiones del escritor como escribiente de su literatura y como autor que firma y autoriza públicamente lo que se vende en las librerías es tan estrecha que en ocasiones deja huellas de una autoconsciencia respecto a la posición en un campo literario concreto e impacta en el propio proceso escritural.
Los documentos de Caicedo reposan en el archivo que la familia donó a la Biblioteca Luis Ángel Arango de Bogotá; así, el cuaderno se constituye como “material de archivo” pues corresponde a
esos textos escritos que no han sido obtenidos a partir de experiencias diseñadas por el investigador o propuestos al analista por otro profesional o por un particular con objetivos ya determinados, sino que se seleccionan entre aquellos que han sido o son susceptibles de ser conservados gracias a variados mecanismos sociales e institucionales que los constituyen en “documentos”. (Narvaja 2006, 9)
La ubicación topográfica es un elemento primordial para distinguir a un archivo de la memoria, como lo observa Derrida en “Archivo y borrador”, junto a la exterioridad con que debe contar. A todo el material que, en un momento dado, repose en las manos del geneticista o esté en los cajones de un archivo, cualquiera sea su denominación y origen, lo precede unas operaciones de selección y represión. El acto de considerar qué se guarda y qué no es el inicio de la archivación:
Comprendemos mejor el archivo en el sentido convencional al último momento de la archivación oficial, con la interpretación de las autoridades competentes. Pero la condición de posibilidad del archivo comenzó mucho antes, desde que hay un depósito aparentemente no calculado en un lugar de exterioridad. Ya hay allí una condición de posibilidad del archivo y hay ya un acto de poder y de selección. Pero no es necesario replegar el último nivel sobre el primero. (Derrida 1995, 4)
El archivo también contiene olvidos y exclusiones que, como lo advierte Fernando Colla, constituyen un “autorretrato fechado de cada sociedad” (2011, 4), descifrable a partir de la indagación de las “leyes de consignación”. De ese modo puede plantearse un hipotético estudio de la génesis del archivo en donde se reconstruya su proceso de construcción a partir del paradigma indiciario, pues gracias a su exterioridad el archivo material es una huella de un proceso de archivación que lo antecedió para así instituirlo.
En el caso concreto de Andrés Caicedo, un estudio del archivo supondría contestar a preguntas relacionadas con la inclusión de su correspondencia, si fue donada completa o si la familia solo entregó el material que consideró pertinente para posteriores estudios literarios, biográficos e incluso ficcionales, como ocurrió con Mi cuerpo es una celda de Alberto Fuguet, donde el escritor chileno hizo un “montaje” con las distintas cartas que encontró en el archivo y que le sirvieron para forjar una historia de ese “personaje” que fue Andrés Caicedo.
Otro aspecto del archivo que advierte Derrida es la iterabilidad, la cual consiste en que este debe tener una identidad objetiva identificable para todos los investigadores, que además sea susceptible de fotocopiarse o repetirse y, por lo tanto, sea propenso a descontextualizarse.9 Esta condición iterativa obliga al crítico a buscar una contextualización máxima que lo lleve a una interpretación responsable. Y aunque la relación de inclusión o identidad la puede realizar el escritor o el crítico, esta tarea no detiene la relación entre los documentos ni zanja las dudas: existe la posibilidad de posteriores lecturas que las reorganicen. Aquí surge un aspecto que distancia a la crítica genética del estudio de fuentes, pues la voluntad del escritor no es la última palabra:10
La huella del archivo es tal que un texto puede ser solamente estabilizable. Hay estabilización, naturalización, eso quiere decir que no hay estabilidad