La zanahoria es lo de menos. David Montalvo

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La zanahoria es lo de menos - David Montalvo

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los otros, por encima de lo que sea o de quien sea.

      Quiero compartirte una breve historia en relación con esto, que es de mis favoritas y que escuché hace varios años:

      Un grupo de exestudiantes, muy reconocidos en sus carreras y en el ámbito profesional, se reunieron para visitar a su viejo profesor de la universidad.

      La conversación se centró en las quejas que estos hacían sobre el estrés en el trabajo y en la vida cotidiana.

      Luego de ofrecerles algo de beber, el profesor fue a la cocina y regresó con café y una gran variedad de tazas: de porcelana, plástico, vidrio, cristal, comunes, caras, exquisitas. Les pidió que tomaran una y se sirvieran café.

      Cuando todos los estudiantes tenían su taza en mano, el profesor dijo:

      —Si se han fijado, todas las tazas bonitas y caras han sido tomadas, pero han dejado las más comunes y las más baratas. Aunque es normal que quieran solo lo mejor para ustedes, ese es el origen de sus problemas y del estrés que padecen.

      Lo que en realidad querían era café, no la taza, pero inconscientemente tomaron las mejores tazas y hasta las estuvieron comparando con las de los demás.

      —Fíjense bien, —prosiguió— la vida es el café, pero sus trabajos, el dinero y la posición social son las tazas. Esas tazas deberían tan solo ser herramientas para contener la vida, lo que hay dentro; la vida no será ni mejor ni peor ni cambia dependiendo de la taza.

      A veces, al concentrarnos solo en la taza dejamos de disfrutar el café que hay en ella. Por lo tanto, no dejes que la taza te deslumbre, es mejor que aprendas a disfrutar del café.

      Hace poco platicaba con un buen amigo y me contaba que el café más delicioso que había probado fue luego de subir una montaña. Que al llegar a la cumbre del cerro del Potosí en México, bebió en una taza desgastada de peltre el mejor de toda su vida; «y he tomado capuchinos en Praga y París, pero nada que ver con aquel café merecido luego de caminar cuesta arriba no sé cuántas horas; la taza era lo de menos, lo importante era su contenido», me decía.

      Vivir pensando solo en la taza desde luego que es estresante y muy desgastante, porque al tratar de quedar bien con todos, quedas mal contigo mismo.

      Antes de convertirse en hábito, el estrés empieza como un leve dolor de cuello o espalda. El problema es que cuando no se vigila, en menos de lo que creemos se vuelve un estrés crónico que produce otros problemas que van desde el cansancio, malestares estomacales o inflamaciones y falta de concentración, hasta afecciones cardiacas, depresión o ataques de ansiedad.

      Y luego ya creemos que vivir con él es lo normal.

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      Vivimos estresados porque no estamos dispuestos a perder ni a desencajar con lo que la sociedad espera de nosotros, por ese pensamiento de frustración y de impotencia de que las cosas no salgan como uno espera.

      ¿Has conocido personas que dicen: «Vivo estresado, el estrés es parte de mí, no conozco otra manera de trabajar»?

      Yo sí, y es triste darse cuenta de los precios que se pagan, y más triste creer que no hay otra salida ni opción a su situación.

      Algunos textos marcan que la primera persona que utilizó el concepto fue Walter Cannon en 1928.

      El tema se ha desarrollado ampliamente con el transcurso de los años; tan es así que la psicología social ya le puso nombre al síndrome de sentirse quemado o desgastado por dentro por esa sobrecarga de estrés. Lo han bautizado burnout.

      El burnout es un padecimiento que viven sobre todo doctores, voluntarios, enfermeras, nutricionistas, terapeutas, docentes, personas que regularmente ayudan o cuidan a otras personas, así como nuevas profesiones que se han ido integrando a la investigación como la nuestra, la de los conferencistas. Sinceramente no creo que nadie sea inmune a padecerlo.

      Otra de las personas a las que le debemos mucho de lo que hoy conocemos sobre nuestras reacciones en momentos complicados, y a quien aparentemente se le atribuye la palabra estrés, es Hans Selye, un médico y fisiólogo austrohúngaro que radicó en Canadá a mediados del siglo pasado y fue un divulgador apasionado del concepto.

      En la tesis que desarrolló, demostraba que muchos de los trastornos físicos de algunos de sus pacientes no eran propiamente causados por la enfermedad diagnosticada, sino por el estrés en el que se encontraban inmersos.

      Hay una anécdota en la que se cuenta que una vez le preguntaron a Selye qué podían hacer para aminorar el estrés y su respuesta fue: «Quiere más a tu vecino».

      Pudiera parecer simplista, pero la verdad es que el estrés nos desconecta de las bendiciones de la vida, de los instantes mágicos y memorables, de los pequeños detalles, como tener una buena comunicación con la persona al lado.

      Adam J. Jackson, un reconocido orador inglés, también comparte esta visión y dice que, para él, la fórmula antiestrés implica primero no preocuparse por las cosas pequeñas. Y segundo, recordar que casi todas las cosas en esta vida son pequeñas.

      El estrés es un hábito que produce rápidamente acidez tanto física como emocional.

      ¿Qué tanto convives con él?

       Tercer hábito: la victimización

      Sentir que el mundo nos debe algo, que Dios nos castiga o que se ha planeado una conspiración en nuestra contra y por eso nos sucede lo que nos sucede, suena a argumento de alguna película de ciencia ficción, pero no, es solo la forma de vivir de muchos.

      Muchas personas piensan que nadie tiene una historia tan sufrida como la de ellos, que no los comprenden porque no han vivido lo mismo, que ellos realmente la han pasado mal; llegan a decir: «Para penas, ¡nomás las mías!». Con tal de conseguir aceptación, van por la vida contando lo que yo llamo sus «leyendas dramáticas», construyendo monumentos a su pasado para que los demás se compadezcan y aprueben sus carencias.

      La victimización es un hábito inconsciente que se activa cada vez que sucede algo que no queremos o creemos que no merecemos. Va acompañado de frases como: «¿por qué yo?», «todo me pasa a mí, tan bueno que soy», «¿qué hice para merecer esto?», «solo soy una víctima de las circunstancias», «el mundo la trae contra mí», «si tan solo Dios me escuchara».

      Es una especie de estancamiento en la nostalgia, en el abrigo de tiempos que la persona consideró mejores o en los que no acaecían aún «fatalidades» en su contra, y que a fin de cuentas no sirve para confortar, sino que duele cada vez que se acude a ella, porque no deja seguir adelante, lastra a quien la convoca, como si se tratara de un grillete espiritual.

      Quiero decirte que es muy bello refugiarse en ciertas zonas de nuestro pasado pero para recordar o para aprender, nunca para quedarse allí y culpar a los demás, al destino o a Dios, de no darnos lo que esperábamos y así hacernos de una coartada para justificar una actitud actual desagradablemente tóxica.

      Sentir que el mundo nos debe algo, que Dios nos castiga o que se ha planeado una conspiración en nuestra contra y por eso nos sucede lo que nos sucede, es la forma de vivir de muchos.

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