La zanahoria es lo de menos. David Montalvo

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La zanahoria es lo de menos - David Montalvo

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se vuelve un constante autocastigo donde siempre hay finales tristes y para muchos agonía, desaliento e intranquilidad a cada minuto.

      Llegamos a convertirnos en todo aquello que no queremos. Nos volvemos víctimas de eventos pasados y futuros, de miradas y conversaciones de otros, de diálogos internos que solo lastiman.

      El problema, es que este hábito se alimenta constantemente. No vayamos muy lejos: si María, por ejemplo, tiene una discusión con su marido, y en lugar de solucionarlo con él sale en búsqueda de consuelo a un café o a un bar con sus amigas, seguramente el drama aumentará cuando cada una se desahogue con su trágica historia, y desde su perspectiva le darán un sinfín de recomendaciones: «Déjalo, es un desgraciado, no te merece, todos son iguales».

      Claro, no todos los casos son parecidos, habrá algunas que lo tomen solo como un rato de distracción y relajación, pero es un hecho que muchísimas personas se enganchan con lo que otros les dicen o les recomiendan, haciéndose más nudos mentales.

      El drama surge normalmente de la escasez de emociones, pensamientos y sentimientos positivos. Se convierte en un juego psicológico de consecuencias perniciosas, porque no solo el protagonista es quien lo vive, sino que crea tensión en el ambiente y por lo tanto sus relaciones personales, familiares y laborales terminan seriamente dañadas, y la mayoría de las veces, como en el hábito de la victimización, culmina en absoluta soledad.

       En pocas palabras, el drama genera desgaste de cualquier incomodidad, enfermedad de cualquier malestar, tragedia de cualquier experiencia y caos de cualquier dificultad.

      Quien vive en el drama suele exagerar y magnificar la menor falta de atención de parte de otro. Tenía un conocido, que gracias a Dios alejé muy a tiempo de mi vida, con el que si por alguna razón había acordado reunirme para salir y le hablaba, con suficiente tiempo, para pedirle que nos encontráramos diez minutos después de la hora original, era tal su drama que me decía: «Sabes qué, no creo que tengas interés en verme, mejor aquí la dejamos, y nos vemos otro día».

      El drama es un hábito que se programa desde que uno abre los ojos pensando: «Hoy será una mañana realmente pesada»; «es un mal día para vender, está lloviendo mucho»; «amanecí con el pie izquierdo, seguramente así me irá el resto del día»; «todos mis cumpleaños suelen ser aburridos»; «siempre que llego tarde al trabajo, me va mal». Es raro el día en el que no se quejan.

      Cuando alguien vive en el drama, crea conflictos donde no existen, discusiones sin sentido y se ahoga en un vaso de agua. Culpan a la crisis, al gobierno, al divorcio, a la pérdida de empleo, al término de la relación y hasta a las peticiones supuestamente no escuchadas por Dios del control de su bienestar.

      Cuando menos lo piensan, la queja se convierte en el principal deporte de su vida. Voltean a ver el jardín del vecino porque se ve más verde que el suyo; generan todo un drama y, de pronto, se dan cuenta de que el suyo es artificial. Pero aun así su pensamiento sigue en el jardín del otro.

      El hábito del drama es la venda en los ojos y las cadenas en las manos que nos impiden sentir u observar lo bueno de la vida.

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      Este teatro mental nos coloca lentes totalmente subjetivos, y como dice el viejo proverbio: «El bosque nos tapa el árbol». El que vive así no disfruta, no goza. Siempre hay algo que está mal o debería de haber de más o de menos. El blanco es negro y el negro es blanco.

      El drama no permite al hombre sentir o creer que puede irle bien en su vida. Lo envuelve en un mundo irreal y esclavizante lleno de odio, rencor y pesimismo. Vive con angustia por estar todo el tiempo pensando en lo malo que pueda pasar.

      Su paz y tranquilidad se convierten en marionetas del «me vio, no me vio»; «me habló, no me habló»; «me dijo, no me dijo».

      En el drama no hay buenas experiencias. Es, sin lugar a dudas, un hábito que hay que dejar de practicar en nuestra vida cuanto antes.

       Quinto hábito: procrastinar

      Hay una gran diferencia entre darle tiempo a las cosas para que sucedan y en nunca darse el tiempo para que pasen. Lo primero es paciencia, lo segundo es postergar.

      El hábito de procrastinar parece ser es el más inofensivo de todos, porque a simple vista no hace daño. ¿Qué importa si atraso un poco mis metas y mis proyectos? ¿Qué tiene de malo?, te podrías preguntar. Algunos hasta dicen de broma: «No dejes para hoy lo que puedes hacer mañana».

      El problema comienza cuando pasan los días, los meses y los años y no hay ningún avance en nuestro trabajo, en nuestros emprendimientos, en nuestra salud, en la relación con nuestra pareja, en nuestras finanzas.

      Seguimos igual que siempre, parados en el mismo sitio, con las mismas quejas y con resultados similares a los ya obtenidos.

      Procrastinar es la acción de posponer actividades o situaciones importantes, que sabemos que necesitamos realizar, y elegir otras más irrelevantes o que nos pueden llegar a agradar más, como estar en Facebook para no trabajar en los pendientes de la oficina; encender la televisión para evitar esa plática tan necesaria con tu esposa; decir que el lunes empiezas la dieta, aunque eso se repita cada semana; pasar el rato viendo videos irrelevantes en Internet con tal de no cumplir con tus obligaciones.

      Todo sea por estirar más el tiempo para que eso no llegue o no se realice, ya sea por miedo, ansiedad, saturación aparente, desánimo o apatía.

      Postergamos cosas tan cotidianas como arreglar nuestro cuarto, limpiar nuestra bandeja de correos, pagar una multa, sacar la basura, lavar la ropa, pasear al perro, hasta algunas más trascendentes como nuestros tiempos de descanso, algunos encuentros y aun nuestras tristezas.

      Afortunada o desafortunadamente para muchos, hay cosas que son inevitables y que aunque queramos postergarlas, tarde o temprano llegarán, y nunca salen bien cuando no se les da la importancia requerida en tiempo y forma.

      Aunque en el hábito de la prisa una de las principales excusas es no tener tiempo, paradójicamente, procrastinar es un problema de administración y organización del mismo.

      Existen dos causas por las que considero que adoptamos tan fácilmente este mal hábito: por evasión y por autosabotaje. Lo primero porque, como lo decía anteriormente, lo más fácil siempre será quedarse paralizado y no hacer lo que nos corresponde. A veces nos da miedo realizar algunas actividades porque sabemos que al hacerlas, ello nos traerá nuevas responsabilidades y exigencias, por eso mejor nos inventamos mil excusas.

      También para muchos la procrastinación es su mejor salida, porque esa situación que tienen enfrente la conceptúan como algo difícil, desafiante o algunas veces hasta tedioso, y el solo hecho de pensar en encararla les genera ansiedad, inquietud, preocupación o incertidumbre, y mejor deciden evitar experimentar estos sentimientos. Como evitar pedir un aumento por el miedo a que me encomienden más tareas de las que ahora tengo.

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      El problema inicia cuando pasan los días, los meses y los años sin avance en nuestro trabajo, en nuestros emprendimientos, en nuestra salud, en la relación con nuestra pareja, en nuestras finanzas.

      Pero existen situaciones que definitivamente no podemos postergar a la ligera. Una vez conocí el caso de dos hermanos distanciados

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