La zanahoria es lo de menos. David Montalvo

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La zanahoria es lo de menos - David Montalvo

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considero se encuentran permeados en nuestra sociedad y a los que estamos expuestos a diario a nivel personal y profesional, todos ellos lo suficientemente ácidos para provocar serias complicaciones emocionales.

      Haremos una revisión general de cada uno de ellos, y hoy tal vez logres descubrir que gran parte de las situaciones difíciles por las que atraviesas tienen más que ver con la acidez emocional en la que vives, que con la suerte o los designios divinos.

       Primer hábito: la prisa

      En nuestros tiempos todo urge, todo es para hoy, time is money.

      Vivimos en la cultura de la inmediatez. Pareciera de lo más difícil, por no decir imposible, combinar la productividad con un ritmo pausado. A quien va lento por la vida se le considera fuera de lugar, se le tacha de flojo o de incompetente.

      La prisa es uno de los hábitos más enraizados culturalmente y uno de los más difíciles de detectar, porque constantemente estamos recibiendo impulsos para vivir contra reloj y llegamos a perder la noción del tiempo. Creo que todos en algún momento hemos padecido esto.

      Algo que me sorprende mucho es cómo las estaciones del año y las festividades cada vez están más pegadas unas con otras, por lo que ya ni tiempo da disfrutarlas. Y ello ocurre en gran parte debido al consumismo.

      Al menos en México (y me consta que en muchos otros países sucede igual), vas a un supermercado en el mes de julio y no solo tienen las promociones de verano, sino que ya están colocando las novedades de las fiestas de Independencia que se celebran en septiembre.

      Vas en agosto y prácticamente te saturan, además de lo acumulado por las fiestas patrias, con la venta de disfraces para la fiesta de Halloween que se celebra a finales de octubre y del Día de Muertos que se conmemora el 2 de noviembre, y de pronto, solo unas semanas después, en algunos lugares ya comienzas a ver cómo empiezan a llenar los pasillos de pinos de Navidad.

      He llegado a creer que, en algún momento, las tiendas venderán al mismo tiempo chocolates en forma de corazón, flores primaverales, dulces en forma de conejos de Pascua, calabazas gigantes para decorar, calaveras de dulce y esferas navideñas. Es impresionante.

      Ese mismo acelere que está en el exterior es solo un reflejo de lo que llevamos en nuestro interior, en donde estamos enjaulados corriendo incansablemente en la rueda, como el hámster.

      Existe una metáfora muy utilizada en los negocios y que he llegado a escucharles a algunos colegas: «Cada mañana, en el África, una gacela se despierta; sabe que deberá correr más rápido que el león, o este la matará. Cada mañana en el África, un león se despierta; sabe que deberá co-rrer más rápido que la gacela, o morirá de hambre. Cada mañana, cuando sale el sol, y no importa si eres un león o una gacela, mejor será que te pongas a correr».

      ¿Qué pasaría si en lugar de ser león o gacela que persiga la zanahoria, elijo ser tortuga? ¿Quiere decir que no lograría mi propósito? Puedo ser una tortuga que disfruta cada paso, que se sienta libre y realizada con lo que hace, ¿no es así?

      Seguramente muchos ejecutivos o directores de importantes compañías me dirán que, identificado con esa actitud, no soy apto para entrar en su mundo de competencia de leones y gacelas que buscan estar siempre en los primeros lugares.

      Pero ¿sabes?, pasa el tiempo y, a la larga, muchas de las personas que creen que la rapidez es la madre de la eficacia, tarde o temprano terminan fundidos, pagando precios muy altos. Un proverbio chino dicta: «Quien anda con suavidad llega lejos». Y yo le agregaría: «Quien anda con prisa, nunca llega».

      Como aquella historia en donde un general le dice a su soldado:

      —¡Vamos, soldado, ande un poco más rápido!

      —¿Y para qué tanta prisa, jefe? No vamos a ninguna parte.

      —En ese caso, corramos y acabemos de una vez.

      Ese mismo acelere que está en el exterior es solo un reflejo de lo que llevamos en nuestro interior, en donde estamos enjaulados corriendo incansablemente en la rueda, como el hámster.

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      ¿Cuántos viven corriendo, pero solo se cansan, se agotan, se tensan, se desquician y no llegan a ningún lado?

      Hoy me da gusto conocer a muchas personas en importantes puestos que laboran en las organizaciones con las que colaboro como conferenciante, que son sumamente productivas sin necesidad de correr. Y no solo eso, sino que además tratan de contagiar ese espíritu de slow down a su gente.

      Considero que alguien que trabaja en paz, enfocado en dar lo mejor, por supuesto, pero sin esa manía de vivir con prisa o urgencia, siempre resultará ser un mejor elemento para cualquier empresa.

      Platicando con un amigo psiquiatra, llegamos a la conclusión de que hoy el tiempo no es lo que se valora, sino la cantidad de actividades que uno logra colocar en la agenda con el fin de sentirse ocupado. Y entre más pronto las pueda realizar, mejor se siente uno. Existe un proverbio árabe que también hace alusión a esto: «Los occidentales tienen el reloj, los orientales poseen el tiempo».

      Muchos minutos «aprovechados» pero toda una vida desaprovechada, precisamente por estar cuidando esos minutos.

      Tremendo, ¿no?

      La prisa nos causa ansiedad, tensión, presión desmedida, incertidumbre, desvalorización, desenfoque. Se convierte entonces en un asesino del disfrute y en un fuerte bloqueo para estar presente aquí y ahora. Es, sin lugar a dudas, un hábito altamente acidificante.

       Segundo hábito: el estrés

      Según la afamada base de datos de Estados Unidos, MedlinePlus, el estrés es:

      «Un sentimiento de tensión física o emocional. Puede provenir de cualquier situación o pensamiento que lo haga sentir a uno frustrado, furioso o nervioso. Es la reacción de su cuerpo a un desafío o demanda. En pequeños episodios el estrés puede ser positivo, como cuando ayuda a evitar el peligro o cumplir con una fecha límite. Pero cuando el estrés dura mucho tiempo, puede dañar su salud».

      Hace tiempo, en una entrevista para un medio de comunicación me preguntaban que cuál creía yo era la razón por la que, a pesar de tantos libros, cursos y terapias que se han desarrollado para reducir el estrés, seguimos padeciéndolo y se ha convertido cada vez más en una bola de nieve difícil de parar.

      Mi respuesta fue algo como esto:

      Vivimos estresados porque no estamos dispuestos a perder ni a desencajar con lo que aparentemente la sociedad espera de nosotros, por ese pensamiento de frustración y de impotencia de que las cosas no salgan como uno espera o cree controlar. Es nuestra manera más habitual de reaccionar y de adaptarnos.

      ¿Recuerdas a Vince Lombardi? ¿Aquel ícono del deporte estadounidense, entrenador de futbol americano, que en los años sesenta promulgó su célebre frase: «Ganar no lo es todo, es lo único»?

      Esa idea de Lombardi es para mí la explicación perfecta para describir a la zanahoria de la que te he estado hablando a lo largo de este libro.

      Esta cultura triunfalista, de obtener el logro por el

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