Descomposición vital. Kristina M Lyons
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Varias versiones de los argumentos y varios apartes de este libro se compartieron y se nutrieron de una amplia variedad de públicos, como los departamentos de Antropología de las Universidades de Chicago, Tufts y California, Irvine; el taller Our Own Devices (Nuestros propios medios), organizado por el Instituto de Posgrados de Diseño, Etnografía y Pensamiento Social y la Escuela de Diseño Parsons de la New School; el taller Resistance Is Fertile: On Being Sons and Daughters of Soil (La resistencia es fértil: ser hijos e hijas del suelo) de la Universidad de Ciudad del Cabo, Sudáfrica; el taller Rediscovering Soils: Knowledge and Care in the Worlds of Soil (Redescubrir los suelos: Conocimiento y cuidado en los mundos del suelo), organizado por la Universidad de Sheffield, Inglaterra; el Coloquio de Estudios Ambientales; el Simposio de Estudios Latinoamericanos y Latinos; el Centro de Investigación de Ciencia y Justicia y el Taller de Encuentros Etnográficos del Departamento de Antropología de la Universidad de California, Santa Cruz; la serie de conferencias Cultura, Poder y Cambio Social de la Universidad de California, Los Ángeles; la Serie de Coloquios de Estudios de la Ciencia en la Universidad de California, San Diego; el Salón de Tecnociencia y el Instituto de Estudios de Mujeres y de Género en la Universidad de York; el lanzamiento de la Política Nacional para la Gestión Sostenible del Suelo, organizado por el Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible y la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, en Bogotá, Colombia; el espacio de seminarios del antiguo Centro para el Estudio de la Ecología Política en Bogotá, Colombia; el seminario semanal del Laboratorio de Microbiología Agrícola del Instituto de Biotecnología de la Universidad Nacional de Colombia, seccional Bogotá; y el Museo Etnográfico del Área Cultural del Banco de la República en Leticia, Amazonas, Colombia.
La vida es relación y me siento bendecida por contar con una red increíble de familiares cultivados. Estoy infinitamente agradecida por el amor y el apoyo de mi querida hermana Oneida Giraldo y toda la familia Giraldo Camargo; la profunda amistad de Astrid Flórez, Raquel Díaz, Felicity Aulino, Karina Hof, Rachel Cypher, Catalina Giraldo y Juan Diego Prieto; los impulsos colaborativos de mis inspiradoras colegas feministas Tania Pérez-Bustos, Lina Pinto-García, Alejandra Osejo, Carolina Botero y Juana Dávila; el espíritu afín de Diana Bocarejo; y la hermandad y compañía intelectual de Iván Vargas Roncancio. A Tom Chauvin le agradezco su lealtad incondicional y por presentarme la antropología. Mis más sentidos agradecimientos a la familia Ganley-Roper, por acogerme entre ellos, y especialmente a Barbara por animarme a adentrarme de lleno en la poesía etnográfica. Siempre estaré agradecida con Sylvia Sensiper, por su alma generosa y por acogerme en un momento oscuro. Por último, estoy muy agradecida con mi querido padre Everett Lyons, y con mi encantadora y terca abuela Evelyn Pilbin-Lyons, mi ángel protector, cuyo apoyo en este mundo y más allá de él me ha dado fuerzas todos los días de mi vida. A mi madre, siento mucho que no haya podido estar aquí para ver esta publicación hecha realidad, pero confío en que está dibujando un corazón en el aire con sus manos. Finalmente, agradezco a mi marido Gustavo Rebolledo que se ha vuelto mi gran compañero en todos los sueños, aventuras y propuestas de vida. Su apoyo y amor es el más lindo y generoso regalo.
La investigación para este libro no hubiera sido posible sin la financiación de la Fundación Wenner-Gren, el Consejo para la Investigación en Ciencias Sociales (Social Science Research Council), el Programa de Investigación sobre la Cuenca Pacífica de la Universidad de California y el Programa Presidencial de Becas Posdoctorales de la Universidad de California. La escritura fue facilitada por la Fundación Andrew W. Mellon y la Universidad de California, Davis, en particular el Seminario Sawyer “Cosmopolítica Indígena: Diálogos sobre la Reconstitución de Mundos”, así como una generosa Beca Posdoctoral Hunt de la Fundación Wenner-Gren.
Introducción La vida en medio del veneno
Durante los años que estuve inmersa en mi trabajo de campo oficial en el sur de Colombia, los retenes militares al borde de la carretera eran una forzosa realidad cotidiana para los habitantes y visitantes de la región. Según la situación de orden público del momento, estas paradas podían repetirse cada 45 minutos. En el mejor de los casos, un viaje nocturno desde el departamento andino-amazónico del Putumayo hasta la capital andina de Bogotá contaba por lo menos con tres de estas paradas. Aunque normalmente el viaje en bus dura entre 13 y 16 horas, todo depende del estado del tiempo y de las variables condiciones viales a lo largo de un trayecto marcado por fallas geológicas categorizadas como inestables, las cuales suelen causar derrumbes y deslizamientos en épocas de lluvia. La rutina en los retenes siempre era la misma.
La cédula.
Quítese las botas.
El bolso.
(Un labrador olfatea)
No le sonría (al perro). Ni siquiera lo mire.
¿Para dónde va? ¿De dónde viene?
Con frecuencia los soldados repartían volantes que decían: “Guerrilleros de los frentes 32 y 48 de las FARC, ¡desmovilícense ahora! Sus familias los esperan. Vuelvan a sus casas. Vuelvan con nosotros. ¡Vuelvan a la vida digna!”.
Siempre que esas escenas regresan a mi memoria, oigo el ruido de los soldados rompiendo los paquetes y cajas de la gente. Esos paquetes, revueltos entre guacales de gallinas, bolsas plásticas y maletines en la bodega del bus, llevaban queso casero y otros productos del campo preparados como regalos para sus familiares de otros lugares del país. Siempre había murmullos de protesta entre los pasajeros, pero ante todo dominaba una silenciosa resignación. Con los brazos cruzados, la gente veía cómo los soldados abrían sus bloques de queso y esculcaban sus bolsos esperando encontrar paquetes de cocaína. Eran actos de violencia repetitiva y mundana marcados por el ruido de cuchillos cortando cinta pegante y rompiendo cuerdas cuidadosamente anudadas.
La primera vez que viajé al Putumayo en 2007 lo hice como parte de una delegación de derechos humanos y monitoreo de la política antidroga con la organización no gubernamental estadounidense Witness for Peace, mejor conocida en Colombia como Acción Permanente por la Paz. La delegación tenía como propósito hacer seguimiento al impacto de la política antidrogas estadounidense y sus vínculos con la guerra que se libraba desde hacía más de 50 años entre el gobierno colombiano y la guerrilla más grande y antigua del hemisferio occidental, las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia-Ejército del Pueblo (FARC-EP). Conocido como la puerta a la Amazonía colombiana, el Putumayo tiene fronteras