Descomposición vital. Kristina M Lyons
Чтение книги онлайн.
Читать онлайн книгу Descomposición vital - Kristina M Lyons страница 6
Mi trabajo etnográfico de largo plazo se llevó a cabo durante tres años entre 2008 y 2011; otros diez meses consecutivos entre 2013 y 2014, y una serie de viajes de investigación antes y después de ese tiempo. Transité por laboratorios, oficinas gubernamentales, viveros, huertas, bosques, talleres de educación popular y movilizaciones rurales, acompañando a un grupo heterogéneo de científicos del suelo y tecnócratas en la ciudad capital de Bogotá, redes de movimientos sociales rurales y familias campesinas que participaban en la construcción e implementación de propuestas agrarias alternativas en el Putumayo y sus alrededores. Además de asistir a los eventos y seminarios del “Año de los suelos” del IGAC, entrevisté a varios científicos: agrólogos, agrónomos, biólogos y microbiólogos de suelos, químicos, mineralogistas y ecólogos. También hice trabajo de campo en el Laboratorio Nacional de Suelos del IGAC y trabajé como asistente de investigación voluntaria en el Laboratorio de Microbiología Agrícola del Instituto de Biotecnología de la Universidad Nacional de Colombia (IBUN) en Bogotá. En el Laboratorio de Suelos y en el IBUN fui asistente en experimentos de laboratorio y en viveros, tomé clases informales de microbiología de suelos y participé en inoculaciones de campo y levantamiento de suelos. Pude aprender así las prácticas y los conceptos fundamentales de la ciencia de suelos practicada por el Estado y prestar atención a las relaciones —muchas veces implícitas, pero siempre políticamente cargadas— entre suelos, concentración de tierras, conservación ambiental, conflictos territoriales y las raíces agrarias de la guerra colombiana. Además de asistir a conferencias nacionales de ciencia de suelos en las ciudades de Bogotá, Ibagué y Pereira, participé en el XVIII Congreso Latinoamericano de la Ciencia del Suelo en Costa Rica, en noviembre de 2009. Esto me permitió situar las prioridades de investigación colombianas, la legislación ambiental y los conflictos socioambientales y territoriales en el marco de debates científicos e iniciativas de política pública de escala continental.
A pesar de las preocupaciones conceptuales y ético-políticas potencialmente compartidas entre campesinos y científicos, existen también diferencias considerables. Las prácticas de los científicos del suelo suelen estar situadas en laboratorios y dependen de los ciclos de financiación de investigaciones del Estado, de alianzas con gremios industriales y de muestras de suelos transportadas desde la violencia rural a la relativa seguridad urbana. Las prácticas de las comunidades rurales se sitúan en medio de la militarización de la vida cotidiana y dependen de distintos modos de laboriosidad y experimentación en huertas, bosques y potreros frecuentemente invadidos por minas antipersonal. Las relaciones directas entre estos grupos no son predecibles, fáciles ni necesariamente existentes. Aprender de la mano tanto de científicos del suelo como de campesinos complicó casi de inmediato cualquier división antropológica convencional entre “estudiar hacia arriba”, en el sentido ya clásico de Laura Nader (1972), para entender el funcionamiento del poder entre expertos e instituciones, y “estudiar hacia abajo”, para analizar la capacidad del común de la gente para transformar y resistir a aquellas estructuras.5 Resultó imposible plantear una oposición simple entre “ciencia” y “no ciencia” o asumir dinámicas jerárquicas y situaciones fijas de subyugación y potencial subversivo. En este libro no ubico en una esquina a la “ciencia del suelo clásica”, incluyendo la concepción del suelo como un reservorio para la nutrición de cultivos, y en otra los enfoques integrales de las redes comunitarias agroecológicas. Tampoco asumo que la agricultura alternativa adopta siempre una postura homogénea en contra de la tecnología o las interacciones de mercado. Por el contrario, rastreo cómo la comunidad científica y las comunidades rurales negocian las fronteras de la ciencia e impulsan sus saberes y prácticas hacia la vida política —en la medida en que pueden hacerlo— con el fin de transformar las condiciones materiales de diferentes seres y elementos que comparten las contingencias de la vida y la muerte en el marco de una guerra de larga duración y construcciones de paz emergentes.
Una creciente literatura de orientación feminista y poscolonial en estudios de la ciencia y la antropología ha hecho importantes aportes a nuestra comprensión de la intensificación de la apropiación capitalista de los mundos materiales e inmateriales —lo que algunas autoras han llamado la mercantilización de la “vida misma” (Sunder Rajan 2006; Rose 2007; Povinelli 2011; Vora 2015)—. Este libro toma esta literatura como punto de partida, a la vez que se desmarca de ella, al poner en primer plano el surgimiento de procesos socioecológicos que luchan por existir y persistir como alternativas políticas, económicas y éticas a una captura reductiva de la vida centrada en el mercado. Estas luchas están en el centro del proceso de justicia transicional que Colombia atraviesa actualmente y son parte fundamental de la persistencia del entrelazamiento entre violencias y conflictos socioambientales y territoriales. Dichos procesos también son de gran importancia para los esfuerzos colectivos e individuales para renovar y transformar formas de vida orgánicas y sucesionales en una era humanista y capitalista marcada por los discursos universalizantes del Antropoceno y estrategias de mitigación del cambio climático dependientes del manejo tecnocientífico del “medio ambiente”.
En el capítulo 1 presento mi encuentro con Heraldo Vallejo en el marco de la guerra contra las drogas colombo-estadounidense y sitúo históricamente las estructuras extractivistas que dan forma a las relaciones territoriales en (y con) el Amazonas occidental colombiano. Empiezo a hacer más familiar la urgencia expresada por las comunidades rurales para cultivar procesos agroambientales alternativos, a los que llamo procesos de agrovida de selva. También delineo los métodos etnográficos que pongo en práctica para tratar las relaciones entre seres humanos y el suelo. Además, presento a algunos de los actores individuales y colectivos que me enseñaron a prestar atención a la hojarasca.
El capítulo 2 se enfoca en la campaña del “Año de los suelos”, llevada a cabo por el IGAC en 2009. Allí abordo las implicaciones ético-políticas que tiene el valor cambiante de los suelos como mundos vivos para los destinos entrelazados de estos y los científicos de suelos vinculados al Estado. Tomando como inspiración la noción creativa de los suelos como el teatro de la vida del doctor Abdón Cortés, científico colombiano, imagino de manera especulativa aquello que llamo la poética de la política de la salud del suelo, generando alianzas entre conceptualizaciones científicas y formas poéticas de sentir y percibir el suelo.
Por medio de acercamientos etnográficos en laboratorios, en fincas y en viajes para hacer levantamientos de suelos del Estado, el capítulo 3 pone en conversación las prácticas científicas y las campesinas. Despliego un concepto que tomo prestado de Heraldo: el cultivo de ojos para ella (la selva), a efectos de demostrar las relaciones parcialmente coincidentes, divergentes e inconmensurables que emergen entre el cuidado del suelo por un interés científico o siguiendo imperativos económicos y el cuidado de un mundo lleno de seres que se alimentan entre sí.
En el capítulo 4 acompaño las diversas prácticas materiales y sus correspondientes filosofías de vida de una red dispersa de familias rurales e iniciativas agrarias alternativas en todo el piedemonte y la planicie andino-amazónica. En lugar de la productividad —uno de los elementos centrales del crecimiento capitalista moderno—, exploro cómo la capacidad regenerativa de la selva se basa en la descomposición, la impermanencia, e incluso la fragilidad, todo lo cual pone en cuestión las bifurcaciones modernistas de orientación biopolítica entre vivir y morir.
En el capítulo 5 adopto el término agroecológico de los espacios vitales de la agrónoma brasileña Ana Primavesi como herramienta de pensamiento, conceptual y política