La familia de T…. Álvaro Gutiérrez Zaldívar
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Unos años después la familia dejó de producirlas.
En 1857 llegó al país de Inglaterra el primer toro de raza Durham; localmente los llamaron Shorthorn (cuernos cortos). Ese era uno de los rasgos que los diferenciaba del ganado criollo que tenía cuernos largos y afilados. Luego pasaron a tener Hereford, que también tenían cuernos.
En esos años seguían con las ovejas en las partes menos fértiles del campo.
El Barón de Maua, que era brasileño, con sus socios Rocha Farías y Francisco Luís da Costa, invertían también en saladeros.
Pedro, durante un tiempo, los proveía de hacienda, pero entró a esa actividad tarde, justo cuando empezó a dejar de ser un negocio.
Como si eso no fuera suficiente, la venta a Brasil y a Cuba de charque (carne salada y secada al sol) como alimento, casi desapareció.
La sal era muy cara; se traía de Cádiz, cuando aquí había en cantidad en las Salinas Grandes; pero esa zona estaba dominada por los araucanos. Luego se la empezó a traer desde Carmen de Patagones.
En 1837 había más de treinta saladeros; en 1872 quedaban nueve.
En 1876 arribó a Buenos Aires el buque “Le Frigorifique”, iniciando la exportación de carne congelada.
En 1885 ese grupo vendió, a través de frigoríficos, corned-beef a Inglaterra. Este producto se siguió fabricando hasta no hace muchos años; se utilizó en la Primera y en la Segunda Guerra Mundial. Se vendía luego de estar veinte horas bañada en salmuera, nitratos y agua. Se cocinaba y se recubría de gelatina. No sé si todavía se produce, me inclino a pensar que en algunos lugares lo siguen haciendo.
El tatarabuelo y sus socios siguieron buscando un sistema que no fuera el enfriado y trataron de instalar un saladero en Brasil. Para ello contrataron a un capitán genovés, con el propósito de establecer la comunicación a través de los ríos, pero el negocio no daba para más.
En definitiva, de todo eso lo único que quedó en Argentina fue el campo, con lo que contenía. El resto se perdió.
Este capitán hizo varias cartas hidrográficas y se encontró una realizada en abril de 1863 sobre el río Bermejo.
Tres años antes había organizado en Buenos Aires una Sociedad denominada “Societa G.B. Lavarello y Ca e hijo” para trasladar inmigrantes en buques de vapor y a vela.
Pero como el mundo es chico, sin saber toda esta historia, cuando T… se va a trabajar fuera del país, se aloja en un departamento alquilado, que pertenecía a un Señor Lavarello. Entonces le llamó la atención un cuadrito que había en la pared con la figura de un barco de cuatro palos que decía: “Sociedad Gio Batta Lavarello –Servicio Postal entre Italia y América del Sur– De Grandes y Magníficos Vapores de Cuatro Palos–Viajes rápidos en diez y ocho días–Salidas fijas de Cádiz el 5 de cada mes.– El 5 de febrero de 1877 saldrá para Montevideo y Buenos Aires el vapor Correo Italiano SUD-AMERICA– Los Señores pasajeros de tercera clase tendrán diariamente vino, pan y carne fresca. Consignatario en Cádiz –Plaza de Mina,7 D. Luís Odero”. Cuando ella se fue se lo regaló, porque era argentina, sin saber ninguno de los dos que sus antepasados, ciento cincuenta años atrás, habían trabajado juntos. Luego encontramos la relación a través de los libros.
Hoy el cuadro permanece colgado en la biblioteca.
CAPÍTULO CUATRO
La siguiente generación
Francisco y Braulio (III)
Pedro y Dinorah tuvieron dos hijos varones.
Al mayor lo llamaron Francisco y al segundo Braulio.
T... y sus hermanos pertenecen a la línea de Braulio, y es la que en este relato vamos a seguir. Se sabe que tuvieron un tercer hijo, que quedó en malas condiciones por la patada de un caballo: vivió el resto de su vida con una mentalidad de niño, pasaba el día y a veces la noche remontando barriletes que él mismo hacía. Murió joven y sin descendencia, pero recibió el cariño de sus hermanos, que recorrían los campos con él a caballo hasta una semana antes de su muerte.
Lo enterraron en el monte cerca de la casa principal.
Los hermanos eran buenos mozos, no muy altos –alrededor de un metro setenta y cinco–, pelo castaño y ojos azules, eran fuertes y ágiles por la vida de trabajo que hacían. No intervenían en política, se limitaban a vivir cuidando los cultivos y el ganado del campo, que era en la práctica una segunda frontera para detener malones.
Pedro fue un padre distante, tenía poco tiempo para sus hijos; estaba orgulloso de ellos, y pensaba que el paso de los años le permitiría comunicarse más íntimamente y saber de sus vidas.
No fue así, los hijos se van tan rápido como las demás cosas; pasaron súbitamente de niños a muchachos, y un día Pedro descubrió que Francisco y Braulio eran dos hombres, cada uno con su vida propia.
Con su mujer Dinorah siguieron juntos y felices hasta la muerte, en uno de esos amores que duran hasta el final, al principio unidos con una mezcla de pasión y comunicación espiritual y finalmente amalgamados por el afecto y el mutuo respeto.
No voy a dar los apellidos, puedo contar esta historia, pero quizás alguno de sus descendientes prefieran no ser identificados.
Los libros del campo
El mayor, Francisco, fue el primer estudioso de la familia y el que continuó escribiendo los apuntes que había comenzado Pedro. Los libros se ordenaron con esas notas que registraban lo que había sucedido antes en la zona, gracias a lo cual puedo narrar esta historia basada en la información que brindaron distintas personas.
El libro de “parte diario” constaba de varios tomos, a los cuales se agregaban cartas y luego fotografías. El primero trataba, además, acerca de sucesos anteriores, cuando aún no habían comprado el campo, información proveniente de distintas fuentes.
Este trabajo de escribir sobre los hechos continuó en las generaciones siguientes; había días en que se escribían varias páginas, en otros apenas unos pocos renglones, pero siempre lo hacían, incluso cuando no pasaba algo que se pudiera calificar de extraordinario.
Consignaban los movimientos de la hacienda, los nacimientos y el detalle de los animales heridos. Anotaban las lluvias, que medían con un balde de hierro forjado instalado lejos de los árboles. En los libros el tema del agua aparecía siempre, a veces por su exceso, a veces por su falta.
Cuando comenzaba a llover luego de una seca, todos se sentaban en la galería para ver el agua caer sobre la tierra. Se quedaban quietos, mirando, oyendo el ruido sin hablar. Temían que cualquier movimiento o sonido pudiera detenerla.
La casa estaba a unos cuatrocientos metros del arroyo principal,