La familia de T…. Álvaro Gutiérrez Zaldívar

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La familia de T… - Álvaro Gutiérrez Zaldívar

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que los que el padre había detallado en su catálogo.

      Antes de que su hermano partiera a buscar caballos al Sur, Francisco le comentó que había hallado un libro de un autor alemán donde se decía que los caballos eran originarios de América. Algunos autores importantes sostienen hoy la misma teoría; no se refieren al tipo de caballo que conocemos, sino a sus antecesores, que un día pasaron el puente y entraron en Asia, extinguiéndose en América.

      Los mamíferos, en la época en que desaparecen los dinosaurios, eran de poco tamaño y desarrollo; se calcula que el antecesor del caballo medía menos de un metro, y el mamífero más grande debía pesar unos cincuenta kilos.

      Años después volvieron junto con los conquistadores.

      Esos primeros caballos se dispersaron por Asia, Europa y África y fueron transformándose en los distintos tipos que ahora existen de acuerdo con las cruzas, lo que comían y el clima. Por otro lado, también intervenían los seres humanos en la selección, como hizo Braulio cuando fue a buscar los caballos indios. Determinaba las yeguas que estarían con cada padrillo.

      Desde ahí surgieron luego los ponis, los percherones, los andaluces, los berberiscos y los árabes.

      Vivieron en el campo en un momento dramático; casi todo el siglo XIX fue un periodo terrible para Argentina, el país se agotaba en luchas internas y externas. Contrariamente a lo que se cuenta, la mayoría de la gente vivía en la pobreza y el desamparo.

      Los indios

      Muchos de los indios pertenecían a distintos grupos que se juntaban para aumentar su número en los ataques; pero, con el paso de los años, sus orígenes se confundieron y algunos perdieron su identidad tribal. Pasaron a ser llamados, de una manera genérica, “Pampas”.

      En las estancias de frontera se vivía mal y con temor. Era lo habitual. En la mayoría de los casos, las desgracias generales están constituidas por una multitud de desgracias personales.

      Las publicaciones de la época indican la verdad de lo que sucedía; antes de la campaña del desierto, y de esto no hace muchos años, los indios hacían lo que querían, exigían vacunos y caballos, sueldos mensuales similares a los del ejército, y que se los nombrara coroneles, generales y otros cargos.

      Los gobiernos ocultaban la situación; de lo contrario no habría quien quisiera ir a las estancias de frontera. Entre el ocultamiento y las mentiras pronto en la ciudad solo quedaron los rumores y la ignorancia. Se daba por cierto lo que era falso y por falso lo que era cierto.

      Tan grave era el problema que pocos lugares escapaban del alcance de los indios; así, las tierras en Entre Ríos y Uruguay valían el doble que las de Buenos Aires, porque no llegaban los malones. La parte de la Provincia de Buenos Aires que estaba más protegida no era mucha; básicamente eran los campos situados al nordeste.

      En 1873 muere Calfucurá, el gran jefe araucano que gobernó a sus indios durante cuarenta años y dejó una nación de veinte mil indios, con tres mil guerreros. El general Roca pidió el apoyo al Congreso para avanzar con la frontera hasta el río Negro y el Neuquén.

      Rosas, con anterioridad, trató de llevar el límite con los indios al sur del río Colorado. No pudo mantenerlo, y lo criticaron por no levantar guarniciones en los pasos cordilleranos. En ese momento era imposible, no había forma de que los soldados sobrevivieran en esa posición. Los hubieran degollado a todos. Si los dejaban ahí quedaban en el medio, entre los que estaban acá y los que estaban en Chile. La mayoría de los arreos se llevaban al otro lado.

      Se calcula que del lado chileno, al sur del Bio-Bio de donde eran originarios, había unos ochenta mil araucanos.

      Rosas, en Caseros, usó a Calfucurá contra sus enemigos, pero este luego se dio vuelta y se dedicó a atacar en la Provincia de Buenos Aires, que se había separado de la Confederación. La vida de algunos indios era el pillaje y el asalto permanente; de trabajar, cultivar o hacer algo útil, nada.

      En 1840 Calfucurá ataca en todas las fronteras; en 1852 dispone su tribu en batalla del lado de Rosas y cuando éste pierde se apodera del pueblo de Azul.

      Buenos Aires quedó separada de la confederación. En 1852 se fundó el Estado de Buenos Aires; los indios sabían que era el lugar más rentable para atacar. A Namuncurá, que actuaba igual que su padre, se lo nombró Coronel del Ejército Nacional.

      Hubo escuadrones indios en las batallas de Caseros, Cepeda y Pavón. Acaso su poderío era tal que los gobiernos no podían hacer otra cosa.

      Al mismo tiempo estaban los ranqueles, y otras etnias; estos eran indios locales como Yanquetruz, Paine y Catriel; éste último estuvo preso en la isla Martín García.

      En 1855, tres años después de la caída de Rosas, las tropas indias asolaban Olavarría, Azul, las pampas de Córdoba, Cuyo y Santa Fe.

      Como dato curioso se puede mencionar que varios caciques y capitanejos indios tomaban el nombre de blancos a los que admiraban; así vemos Mariano Rosas por Rosas, Baigorrita por Baigorria, Alvarito Rumay por Álvaro Barros.

      En 1870 hubo un enorme malón araucano dirigido por Calfucurá sobre Tres Arroyos y otro de su hijo sobre Bahía Blanca. Pocos años después empezó su ocaso.

      Los gobiernos no sabían cómo detenerlos y por otro lado temían que algunos países europeos, especialmente Inglaterra y Francia, trataran de apoderarse de la Patagonia, como hizo Napoleón III con Maximiliano en México, en la misma época. También influía el hecho de que los ingleses estuvieran ocupando las Islas Malvinas.

      La zona de la cordillera era la menos conocida, desde ahí entraban y salían los araucanos, llevando miles de cabezas de ganado robadas de las estancias de la provincia.

      El gobierno hacía pactos con ellos, que consistían en la entrega periódica de regalos para que no atacaran. No obstante, los indios igual invadían, y los caciques alegaban que los ataques los realizaban grupos que no podían controlar.

      Con estos intercambios y sobornos se logró que durante unos años disminuyeran las invasiones.

      Varias provincias eran manejadas por caudillos en guerra permanente. Dictaban justicia con jueces que ellos elegían, los cuales, en la mayoría de los casos, no tenían ningún conocimiento de Derecho o de equidad. La pena más común era la muerte y la confiscación de bienes. Las sentencias eran generalmente arbitrarias, las creaban para cada caso, hubiera o no precedentes.

      Hubo incluso una resolución de algún gobernante que terminaba dictaminando que, “además serán castigados con otras penas arbitrarias”. O sea, que las iban a inventar después de sucedido el hecho.

      El personal de estancias y fortines

      Los soldados y oficiales del ejército rara vez cobraban sus sueldos; algunos vivían en fortines de frontera comiendo los avestruces que podían bolear. Su sueldo llegaba cada seis meses, cada dos años o nunca.

      Muchos ni siquiera figuraban como reclutas, estaban ahí cumpliendo penas lo mismo que delincuentes. También terminaban confinados los que no tenían un trabajo fijo.

      Si alguno de los peones del campo necesitaba viajar debía presentar un certificado que establecía en qué lugar se desempeñaba, y qué día tenía que volver.

      Había

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