La familia de T…. Álvaro Gutiérrez Zaldívar

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La familia de T… - Álvaro Gutiérrez Zaldívar

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tenía la posibilidad de entrar vivo.

      La casa tenía un alto mirador y ventanas, un cuartito protegido con techo en uno de los extremos y una escalera, con peldaños de distinta altura para que los que quisieran subir a la carrera, tropezaran.

      En el recodo que había al subir por la escalera colocaron una plancha de hierro, como si fuera el tambor de una cancha de paleta; desde arriba podían tirar contra la plancha sin que los vieran y los rebotes de las balas bajaban contra los atacantes.

      Las puertas se tapiaban y apuntalaban, porque los indios trataban de tumbarlas con la grupa de sus caballos. En la mayoría de los casos no atacaban si no tenían una clara superioridad numérica. El indio desmontado se subía al caballo de cualquier compañero, muchas veces desde la cola, agarrándose de unos nudos preparados para esa función.

      Cuando organizaban un malón, traían dos o tres caballos cada uno. Se juntaban al atacar, pero atravesaban la pampa en grupos dispersos de cincuenta o cien indios de lanza.

      Este campo era un hueso difícil de roer y pronto lo eximieron de ataques; se iban a otros lugares donde tuvieran menos problemas.

      No era fácil convivir con los indios; la mayoría de las tribus tenían una cultura de subsistencia, no criaban ganado, no sembraban, no querían trabajar en los campos. La familia contaba con algunos indios que trabajaban ahí, la mayoría eran tehuelches.

      Asunción

      Luego de un tiempo Francisco se casó con Asunción. Ella era hija de una familia de amigos españoles, que la enviaron al país a pasar una temporada. Su llegada cambió la vida de todos, lo que demuestra que alguien ajeno, con su sola presencia, modifica la estructura de un grupo.

      Convivir con alguien de afuera crea un nuevo ambiente, evita peleas y discusiones y si es buena persona, y Asunción lo era, hace surgir las mejores cualidades de cada uno.

      Era del tipo de Francisco, pero en mujer; muy femenina, hablaba y opinaba y empezó a traer por su cuenta libros sobre historia, plantas y animales. No se limitaba a estos temas, nada era ejeno a su interés.

      Al poco tiempo se notó que algo había sucedido en sus afectos, pero no fue repentino; lo más probable es que ese cambio hubiese sucedido poco a poco, y ella fue tomando conciencia de esos sentimientos.

      También empezó a escribir su propio diario sobre la vida en el lugar, y Francisco aparecía en todas las páginas.

      El libro era privado y aunque no fuera lo correcto, varios lo leían. Al poco tiempo todos sabían para qué lado estaba tirando los tejos. Parece increíble, pero sus Diarios todavía están en la biblioteca.

      Se acabó casando con Francisco, pero en la familia quedó latente la leyenda de que Braulio partió a territorio indio porque estaba enamorado de ella.

      Si algo de eso hubo, nunca se sabrá.

      Con los años Francisco y Asunción se fueron de Argentina, primero a España y luego a Holanda, país del que nunca volvieron. Asunción dejó en el campo sus anotaciones con letra clara y menuda, impresa con una tinta que con el tiempo se puso roja por algún tipo de oxidación.

      Era difícil encontrar dos personas más semejantes que Francisco y Asunción; y sin embargo se encontraron aquí, en mitad de la nada. Lo resalto porque hay una teoría sobre la atracción de los opuestos; en este caso fue la atracción de los iguales.

      Tenía un tipo de belleza tranquila, en el sentido de que no provocaba, no era el tipo de mujer que al entrar a un lugar hace que los hombres empiecen a codearse y a murmurar. Tenía además el don de la ubicuidad, nunca estaba donde no debía estar; si una conversación se convertía en privada, desaparecía, como si fuese la sombra de una luz que se apaga lentamente.

      Andaba a caballo con una silla de cuero repujado en la que montaba de costado, no a horcajada; tenía una particular relación con la naturaleza y en especial con los animales.

      Era una facultad propia de ella; miraba el cielo, el viento, la luna y predecía con notable certeza el tiempo que tendrían en la semana.

      Era tan buena con los animales que los terneros abandonados por sus madres por cualquier motivo pasaron a su cuidado, y el porcentaje de mortandad disminuyó notablemente.

      Lo interesante es que Asunción no tenía ninguna noción anterior sobre la vida en el campo; había visto caballos, alguna oveja, pero no muchos animales más. No tenía idea del tiempo requerido para los nacimientos, fueran yeguas, vacas u ovejas.

      En su libro escribió: “Las vacas, pese a ser herbívoras, luego del parto se comen la placenta. Supongo que lo hacen para borrar rastros del nacimiento y proteger a sus crías de pumas, zorros y otros depredadores”.

      Y continuaba “En la estancia en esa época no se estacionaba el servicio de toros y vacas en un periodo corto, de tres o cuatro meses. Estamos pensando con Francisco en corregirlo; en este momento los terneros nacen durante todo el año, y cuando la vaca da a luz en un potrero lejano, no puede recibir ayuda si tiene problemas.

      ”El ternero seguramente morirá, y si no se lo saca rápido la madre también.

      ”El nacer y sobrevivir no es fácil, deberían juntarse todas las vacas cercanas a parir en un potrero ubicado al lado de las casas”.

      “Tampoco”, agregaba, “se deben tener todas las categorías de animales juntos durante todo el año, porque los toros servirían a terneras jóvenes, que no tendrían la edad apropiada”.

      Algunos sostienen que Francisco se casó cuando ya estaban esperando un hijo; quizás sea cierto, es difícil vivir en medio de tanta naturaleza descontrolada y mantener reglas que están en conflicto con la libertad que los rodeaba.

      Pasaban los días juntos y presenciaban en el campo las relaciones de los potros con las yeguas y los toros en plena actividad.

      Alguna cosa, en algún momento, se les iba a ocurrir, y no había sistemas organizados para controlar nacimientos.

      En los libros no aparece nada acerca de esto, pero en general las reglas y la realidad no siempre marchan juntas; a veces las reglas establecen una cosa y la realidad, otra.

      Lo que sí es cierto es que Francisco quería casarse y viajar a Europa, pero Braulio, por razones que nadie supo, se fue al Sur y su partida los obligó a quedarse en el país tres años más.

      El edificio principal del campo tenía y tiene todavía una enorme biblioteca, que ocupa todas las paredes de un cuarto, desde el piso hasta el techo, y es el espacio cerrado más grande de la casa. Francisco y Asunción compraban cada libro que aparecía en Buenos Aires, no importaba el tema o la procedencia. Limitaban las compras por idioma, pero tenían libros escritos en castellano, inglés, francés, italiano y portugués.

      Al final compraron una gran colección particular.

      El vendedor no tenía idea de lo que vendía, incluso estaba tan contento con el precio que le pagaron que les regaló las bibliotecas de madera que los contenían, los candelabros, las lámparas, los escritorios y las escaleras para acceder a los que quedaban cerca del techo. Posiblemente fuera la colección privada más grande que había en esa época en Buenos Aires.

      El responsable fue el padre del vendedor. Cuando

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