El ecologismo de los pobres . Joan Martínez Alier
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Parte del problema yace en que la metodología constructivista de las ciencias sociales, guiada por la encuesta, a menudo se convirtió en una doctrina filosófica, un imperativo conceptual burdo e insensible a las variaciones exigidas por los objetos considerados. Solidificado en una doctrina, el constructivismo parece, entonces, el producto de una ambición bastante antigua y típica de las sociedades modernas, que consiste en pensar el orden de los asuntos humanos como totalmente autónomo, constituido por sus propios medios y según reglas independientes. La sociedad se da su ley, y todo lo que infringe esta dinámica histórica idealmente bajo control debe ser revocado como representante de una autoridad ilegítima, como la invocación de una trascendencia engorrosa e innecesaria. Pero esta oposición entre naturaleza y libertad, o autonomía, es en gran parte mítica: los ideales políticos modernos que exigen un control del destino histórico colectivo fueron muy a menudo relacionados con la consideración de los factores materiales que pesan sobre el ejercicio efectivo de la libertad, particularmente la ciencia y la tecnología. Fue especialmente el caso en la tradición socialista y marxista. Dicho de otra forma, tal vez no tengamos por qué elegir de manera exclusiva y dogmática entre, por un lado, un pensamiento crítico y deconstructivo y, por otro, el conservadurismo de las autoridades naturales.
El trabajo de Joan Martínez Alier en El ecologismo de los pobres forma parte de esta relativización de la exigencia constructivista, lo que le da su valor no solo político, sino también conceptual.3 Podemos entender el propósito general de este libro, y otros escritos provenientes de la misma inspiración teórica, como una voluntad de explorar una posibilidad conceptual diametralmente opuesta a la de los constructivismos, y que consiste no en acentuar la vertiente iconoclasta y desnaturalizante de los modernos, sino más bien en ocupar el potencial crítico de la rematerialización de algo que previamente se había pensado en términos abstractos: las relaciones económicas y políticas. En efecto, respecto de las relaciones económicas y ecológicas entre el Norte desarrollado y el Sur extractivista, que son el objeto principal del libro, hay razones para creer que la vía de la rematerialización era más acertada que la de la deconstrucción. Esta es la razón por la que El ecologismo de los pobres no es solo la aplicación dogmática de los principios de la economía ecológica al problema de la desigualdad global, sino que produce un efecto original y desestabilizador en el campo más amplio del pensamiento ecológico contemporáneo. Logra organizar la relación entre el conocimiento objetivo ideal de los ciclos físicos y biológicos que componen nuestro medioambiente de vida, por un lado, y la aparición de un nuevo sujeto crítico social e históricamente definido, por el otro: aquel formado por los campesinos y los grupos indígenas amenazados por su exposición a la economía global. Este es, de hecho, el programa que se da Martínez Alier: configurar un dispositivo teórico que sea capaz de tener en cuenta tanto la realidad material de la economía de la naturaleza como la especificidad de las situaciones de desigualdad en el acceso a los recursos, a la exposición al riesgo, a la disponibilidad de un espacio seguro y familiar.4 Dicho de otra forma, este libro plantea la pregunta de las relaciones entre naturaleza y crítica, pero de una manera que elimina de entrada las dos opciones teóricas las más intuitivas para nosotros: la solución conservadora —el restablecimiento de un orden natural completo contra el artificio moderno—; y la solución constructivista —la crítica de la idea de la naturaleza y la actitud de desconfianza hacia las autoridades consideradas como legítimas para hablar en su nombre.
Martínez Alier propone relacionar nuestra libertad con el uso de los recursos naturales que requiere —al interrogar el costo ecológico de la libertad de los modernos—, pero también considerar, desde un punto de vista crítico, cuál era aquella naturaleza de la que los modernos vivieron tanto tiempo: un recurso fundamentalmente disponible, que irrigó el pensamiento político tanto como alimentó a los hombres. Al mismo tiempo, contribuye, sin quizás lograrlo plenamente, a una concepción de la libertad para la cual las relaciones colectivas con la naturaleza no implican rechazo, sino una dimensión de la acción colectiva para integrar; no un límite, sino un catalizador de esta libertad. El ecologismo de los pobres configurará por mucho tiempo el campo de la ecología política, como lo demuestra su posteridad y la importancia actual de los problemas de justicia ambiental. Pero más fundamentalmente, este texto propone a las ciencias sociales y políticas en general, una serie de desafíos teóricos y empíricos derivados del estatus de la crítica y del significado que debe tener hoy el concepto de sociedad. Sobre estas cuestiones volveremos en las próximas páginas.
La economía de la naturaleza
Este libro tiene que ser leído como la principal expresión de un movimiento intelectual y político, que se expresó por primera vez en Río de Janeiro en 1992, durante la primera Cumbre de la Tierra. Este movimiento transformó profundamente el pensamiento ecológico de primera generación, principalmente euro-estadounidense, que le otorga mucha importancia o a la idea de naturaleza salvaje, o a la gestión de los riesgos tecnológicos. En efecto, a partir de la década de 1990, se afianzó una crítica proveniente de las antiguas periferias coloniales del imperio económico y ecológico que ejerció Europa sobre el mundo, y cuyas principales lecciones están siendo adoptadas a su vez por el viejo centro intelectual y político.5 Así, el libro documenta varios años de luchas ecológicas, durante las cuales los campesinos y las comunidades indígenas del Sur manifestaron su posición de sujeto crítico global, y vincula estas luchas con un paradigma teórico previamente establecido: la economía ecológica.6 A finales del siglo xx, los efectos combinados de la carrera por los recursos energéticos y las materias primas —extraídas principalmente en las antiguas periferias coloniales—, de las políticas de ajuste estructural preconizadas por las instituciones supranacionales para las naciones más frágiles y de las consecuencias ambientales del crecimiento económico global —aunque desigual— provocaron la multiplicación de los frentes de resistencia contra el modo de desarrollo hegemónico en el mundo. Esta combinación de factores llevó a hacer de las relaciones Norte-Sur el principal ángulo bajo el cual analizar el problema de la explotación de los recursos naturales y del papel que las distintas sociedades involucradas debían tomar en este proceso. Las dimensiones jurídicas, comerciales y ecológicas tendían, entonces, a confundirse, y se empezaba a entender que la pregunta tradicional por las relaciones de clase en la división internacional del trabajo es inseparable de los fenómenos materiales relacionados con la orientación extractiva de las economías del Sur.
Pero para hacer visibles esas asimetrías económicas y ecológicas estructurales, era necesario desarrollar instrumentos de análisis en desfase con las herramientas tradicionales de la ciencia económica y la sociología. Podemos proporcionar un panorama evocador de estas herramientas sin necesariamente retomar los que Martínez Alier produce y utiliza, pero tratando de ubicar la concepción del valor que allí se construye. Gracias al meticuloso trabajo de algunos biólogos aliados con economistas, se volvió posible, por ejemplo, dar una aproximación de la proporción que se apropia el hombre de la biomasa producida anualmente en la Tierra mediante la captación de energía solar a través de las plantas. Cultivada y consumida, o simplemente anulada por la esterilización de la tierra (asfaltadas, desbrozadas), se estima en un 25% la proporción de materia viva producida cada año —sin contar los océanos— e incorporada en el circuito económico, o sacrificada para aquel.7 Este ratio se duplicó durante el siglo pasado y fue llevado a un total obviamente inaudito, a pesar del incremento de la eficiencia, ya que en el mismo lapso la población mundial se cuadruplicó. Desde el mismo concepto de apropiación humana de producción natural neta,8 se estima que el consumo anual (para 1997) de combustibles fósiles es equivalente a 400 años de producción de biomasa: los combustibles fósiles, al ser materia orgánica descompuesta y concentrada, corresponden a la producción natural antigua almacenada en los estratos geológicos inferiores y consumida