Luis Enrique Nieto Arango: reminiscencias de un rosarista. Kevin Hartmann

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Luis Enrique Nieto Arango: reminiscencias de un rosarista - Kevin Hartmann Ciencias Humanas

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los fines de la corona. Es decir, este no era un destino muy apetecido y menos para un personaje de la talla de fray Cristóbal de Torres. Ahí surge una primera inquietud: ¿por qué lo nombraron acá? Eso no se ha terminado de aclarar.

      Pero siguiendo con el contexto de la llegada del arzobispo a Santafé, en 1635, uno puede situar dos fenómenos paradójicos que están sucediendo en España: el Siglo de Oro, cuando la lengua y las artes hispánicas brillan extraordinariamente, y, al mismo tiempo, la decadencia política del imperio.

      La España de Carlos V y Felipe II era el imperio más poderoso conocido en la época y tenía posesiones en todo el mundo, pero, producto de múltiples factores, comenzó a perder grandes extensiones de territorio. Hay una simpática anécdota de Francisco de Quevedo, quien, al oír que la gente se refería a Felipe IV como el Grande, exclamó: “Sí, evidentemente: grande como los agujeros, que son más grandes cuanta más tierra les quitan”.

      Ahora bien, a fray Cristóbal le correspondió vivir una época paradójica: al tiempo que había un extraordinario despliegue de riqueza intelectual, se presentaba una decadencia política muy profunda, que produce un curioso análisis por parte de la clase intelectual. Usualmente, los imperios nunca han tomado consciencia de su propia decadencia; eso es una constante histórica: nadie se da cuenta cuando se está empezando a derrumbar; sin embargo, los españoles sí lo hicieron. Es más, toda la intelectualidad española entendió que algo estaba pasando cuando se empezaron a dar cuenta de que un imperio tan inmenso ya mostraba graves síntomas de debilidad.

      Por eso, se empezaron a analizar todas las posibles causas del decaimiento imperial: las pestes; los problemas gravísimos de la deuda contraída por España con los banqueros alemanes; el propio descubrimiento de América, que había creado una crisis grave, al tiempo que un desplazamiento de la población campesina al interior de la península, y, obviamente, la expulsión de judíos y moros.

      Pero, aparte de eso, se hablaba de otra causa: de la carencia en la educación del príncipe. Atribuida a Erasmo de Róterdam, esa tesis consideraba indispensable crear una clase dirigente suficientemente preparada para atender adecuadamente las necesidades de un reino. Pues bien, la falta de preparación de los dirigentes del imperio español fue, precisamente, una de las explicaciones que llevaron a la grave crisis que sobrevendría posteriormente.

      Sin lugar a dudas, Cristóbal de Torres fue influido por este contexto político. Debemos recordar que él fue un hombre de la Corte muy cercano a Felipe III y Felipe IV, y que por lo mismo tuvo acceso a infidencias e información privilegiada.

      ¿Qué factores explican ese grado de cercanía con la realeza española?

      Ese voto de confianza corresponde a que Cristóbal de Torres fue confesor de los reyes y predicador. Aquí hay que tomarse un momento y contar que durante la parábola hispánica de fray Cristóbal hubo un hito que no ha sido suficientemente desentrañado: un famoso sermón en Córdoba.

      Eso fue en 1614: fray Cristóbal estaba muy joven. Atendiendo al convento dominico de San Pablo en Burgos, cursó todas las disciplinas que lo llevaron a convertirse en auxiliar del obispo de Córdoba hacia mediados de la segunda década del siglo XVII. En una celebración litúrgica, fray Cristóbal pronunció un sermón oponiéndose a la idea de la Inmaculada Concepción sosteniendo que no creía lógico ni explicable que la Virgen María fuera concebida sin pecado original. Esa había sido la histórica posición de su orden respecto al tema; sin embargo, hay que recordar que en ese momento había una disputa ideológica con los franciscanos, quienes sostenían la idea contraria: es decir, creían que la Virgen, por ser la madre de Cristo, estaba libre del pecado.

      El sermón pronunciado por fray Cristóbal es de entrada polémico. Al defender que la idea del inmaculismo es un error lógico se metió en problemas con la población cordobesa, que desde la época de los visigodos tenían especial arraigo a la idea de la Inmaculada Concepción. Diego de Madrones, el obispo del que era auxiliar fray Cristóbal, no se atrevió a condenar su sermón antiinmaculista. Sin embargo, fue tal el estremecimiento de su sermón que ciertas fuerzas se movieron para que el mismísimo Felipe III solicitara expresamente sellar el tema. Esa fue la razón por la cual el joven dominico tuvo que salir de Córdoba.

      Tiempo después llegaría a la corte del rey, donde tuvo una misión importante y un papel protagónico, pues era cercano a los reyes Felipe III y Felipe IV y a sus consortes. Al mismo tiempo, se hizo amigo de personajes tan importantes como Francisco de Quevedo y Villegas; es más, Quevedo y fray Cristóbal fueron tan cercanos que este último fue censor de uno de sus libros.

      ¿Por qué un hombre que ha logrado incrustarse en el centro mismo de la monarquía decide radicarse del otro lado del Atlántico?

      Eso es bien curioso: como dijimos, llegó a América a una edad muy avanzada. Todo me da la idea de que era un hombre muy polémico, y eso es lo que, finalmente, quiero resaltar. Fray Cristóbal era un hombre apasionado en lo que hacía y decía, de unos principios muy sólidos, que defendía radicalmente. Uno tiende a tener la idea de que durante aquel tiempo todo el mundo pensaba de manera homogénea. Pero cuando uno empieza a explorar con detenimiento, se da cuenta de las enormes diferencias, las polémicas y las discusiones que existían en esa época en una enorme cantidad de temas y fray Cristóbal estuvo involucrado en varias de ellas, como lo vimos con el famoso sermón de Córdoba.

      Se sabe también que era un gran orador. Tenía una gran capacidad retórica. Al tiempo, era predicador de los reyes, y eso, sumado a otros méritos, le daba un poder enorme. Por eso, no deja de ser curioso que fuese nombrado arzobispo en un lugar más bien inhóspito y lejano, y a tan avanzada edad.

      Ahora bien, para mí, una de las cosas más curiosas sobre la vida de fray Cristóbal es que, ya estando mayor, convirtió la doctrina de la Inmaculada Concepción en el epicentro de sus enseñanzas. Tanto así, que el Colegio que va a fundar lo va a dedicar a esa idea de la Inmaculada Concepción, yendo en contravía de su propia orden; de hecho, en las Constituciones del Rosario dice que hay que seguir en todo a santo Tomás, menos en ese tema. Eso demuestra también una extraordinaria flexibilidad intelectual. Uno siempre piensa que las ideas de esa época eran fijas, y ortodoxos sus voceros; pero de repente también se encuentra un personaje como estos, que cambió radicalmente sus ideas, y siguen siendo todavía un enigma los factores que lo condujeron a ese radical viraje teológico2.

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      Constituciones para el Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario (1653). Título V, Constitución I.

      Empecemos a hablar de la figura de fray Cristóbal como arzobispo de Santafé.

      Fray Cristóbal llega a Santafé precedido de un problema. Tengo entendido que el anterior obispo, Bernardino de Almanza, había tenido un enfrentamiento con el poder civil —con la Real Audiencia— y se sabe que el nombramiento de fray Cristóbal se da, precisamente, porque es reconocido como un hombre de carácter, de una personalidad recia y que puede hacer valer sus ideas. Ahora bien, una vez llegado a Santafé, el recién nombrado arzobispo capta inmediatamente los tres principales problemas por los que atraviesa el Nuevo Reino de Granada: la condición de los indígenas, la salubridad pública y la educación.

      El primero merece ser resaltado, ese es un tema que siempre se le ha abonado a fray Cristóbal: su sensibilidad frente a la discriminación contra los indígenas en la Nueva Granada. En el blog del Archivo Histórico3 publicamos una comunicación del Superior de los Jesuitas de la época, donde le escriben a Felipe IV que fray Cristóbal es un hombre extraordinario, que ha logrado resolver ese problema estableciendo la comunión de los indígenas. Se sabe que los indígenas, agradecidos por ese reconocimiento4, le entregaron una mitra de paja, que se conservó siempre como una de las joyas más importantes

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