La disputa por el poder global. Esteban Actis
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![La disputa por el poder global - Esteban Actis La disputa por el poder global - Esteban Actis Claves del Siglo XXI](/cover_pre947179.jpg)
Ya en los años noventa, cuando afloraron los conflictos intraestatales (desintegración de Yugoslavia, disputa étnica en Ruanda, entre otros) y emergieron con fuerza las “nuevas amenazas” de carácter transnacional, muchos políticos y analistas reconocieron –y añoraron– el grado de certidumbre y previsibilidad que brindaba la denominada Cortina de Hierro durante el período de la Guerra Fría. Por aquel entonces, las dos potencias tenían un control relativo sobre las dimensiones externas, en tanto que las esferas de influencia de cada actor estaban perfectamente delimitadas. Poco quedaba fuera de ellas.
Las amenazas (el otro) estaban íntimamente vinculadas con un territorio, tenían una bandera y una conducción. En el nuevo mundo esa certidumbre se desvaneció. Ya para mediados de los noventa, el futuro armonioso de “civilidad cosmopolita multilateral” se presentaba como una quimera (11).
Asimismo, la proliferación nuclear entre las grandes potencias y la profundización de la interdependencia económica, alteraron la ecuación y dejaron en claro que en la actualidad, un conflicto estatal tradicional puede ser mucho más costoso de lo que podría haber resultado en el pasado, además de altamente peligroso. El final de la Guerra Fría no implicó la desaparición del conflicto y las tensiones entre los actores estatales, sino más bien una menor propensión al enfrentamiento bélico directo por las vías convencionales conocidas. En los últimos 20 años han ocurrido menos guerras y menos muertes en cada guerra si se lo mira desde una perspectiva comparada (12).
Un aspecto paradójico de la actual crisis global producto de la pandemia es que mientras en el interior de los EE. UU. se comenzaba a gestar un nuevo consenso en identificar a otro Estado (China) como la mayor amenaza a su primacía global, un virus con origen en ese país provocó una conmoción y un nivel de daño en todo el territorio estadounidense sin precedentes. Richard Haass argumenta que esta situación no es coyuntural y advierte correctamente que buena parte de los mayores desafíos y amenazas que enfrenta el mundo en general y EE. UU. en particular son de carácter transnacional y van más allá de China y de la lógica estatal (13). Como mostraremos en el capítulo IV, también es cierto que ninguna de las nuevas amenazas propias de un mundo entrópico pueden ser manejadas y controladas de manera efectiva sin el concurso de los actores estatales más poderosos, puntualmente EE. UU. y China.
Un terremoto a escala planetaria
Ahora bien, el actual evento sistémico tiene importantes diferencias con los episodios anteriores en relación con sus primeras e inmediatas consecuencias. La más importante de ellas es que los primeros efectos de la crisis del COVID-19 se han diseminado de manera rápida e inmediata por todo el planeta. Estamos presenciando una crisis mucho más global que las que la precedieron, tanto en las dimensiones sobre las cuales ha generado impacto como en su extensión. A los efectos gráficos, bien podemos caracterizar al COVID-19 como un terremoto a escala planetaria, puesto que de manera muy rápida, en un muy corto período de tiempo, generó un alto grado de destrucción cuyos efectos perdurarán a medio y largo plazo.
El 11 de septiembre del 2001 alteró rápidamente la vida en los EE. UU. y en Medio Oriente. En relación con la potencia, los atentados provocaron casi 3.000 muertes (fue el primer ataque en suelo norteamericano desde el bombardeo japonés a Pearl Harbor) al tiempo que generaron una elevada sensación de pánico y miedo en la población. Esta situación habilitó una serie de reformas internas cuestionadas por su avance sobre las libertades individuales (Patriot Act). En el mundo árabe/musulmán, los atentados también provocaron pánico, miedo e incertidumbre en la población: suponían que las muertes en suelo propio –tal como ocurrió– solo eran una cuestión de tiempo.
Naturalmente, la conmoción y la incertidumbre también tuvieron su impacto sobre las expectativas económicas globales: provocaron una desaceleración del crecimiento del PIB mundial –que pasó del 4,3% en el año 2000 a un 1,9% para el año 2001– además de impactar fuertemente en sectores específicos de la economía real como la industria del turismo y la aviación.
La crisis económica y financiera de 2008 alteró rápida y profundamente la vida en EE. UU. y Europa trastocando principalmente la dinámica en el mundo de las finanzas internacionales. El fuerte crecimiento de la desocupación y el problema crediticio (crisis de las hipotecas) se volvieron palpables de manera inmediata en el mundo desarrollado y provocaron un tsunami económico, político y social. Sin la espectacularidad mediática que tuvo el colapso del World Trade Center en Nueva York durante los atentados del 11S, el crack económico disparado en 2008 también se cobró innumerables víctimas humanas. Algunas investigaciones indican que 10.000 personas se quitaron la vida en Norteamérica y Europa entre 2008 y 2010 (14). En términos económicos, el impacto sistémico se expresó con una profunda recesión global (-1,8% del PIB para el año 2009). Sin embargo, una particularidad para destacar de aquella crisis fue la resiliencia mostrada por los mercados emergentes en general y por China en particular, cuyo crecimiento sirvió para contrabalancear la fuerte recesión que registraron las economías del G7.
Si la crisis del 2008-2009 fue una recesión, la actual crisis gatillada por la pandemia es una fuerte depresión. Desde una perspectiva histórica, el mundo atraviesa la cuarta mayor caída de la economía mundial de la era contemporánea. La más grave desde la Segunda Guerra Mundial.
Figura 1.1. Caída del PIB mundial per cápita (1876-2020)
En porcentaje
Fuente: Banco Mundial (2020, proyección).
En cuanto a la crisis del COVID-19, lo asombroso es que a diferencia de los eventos anteriores, la pandemia alteró en un tiempo récord la vida en todos los rincones del planeta y en todas sus dimensiones. No ha existido país en el mundo en donde no se haya modificado en mayor o menor medida la cotidianeidad de sus ciudadanos. Según Adam Tooze, estamos siendo testigos de la primera crisis económica de la era antropocena (15). La crisis se magnifica como consecuencia de los esfuerzos globales para contener el avance de una desconocida y letal enfermedad. Asimismo, el COVID-19 expone de manera explícita una cruda advertencia acerca de que el control de la naturaleza en el que descansa la vida moderna resulta mucho más frágil de lo que podemos imaginar.
En este marco, los fallecimientos como consecuencia del esparcimiento del virus son otro indicador que evidencia el carácter altisonante de la crisis que atraviesa el mundo. En Europa hay que remontarse a la Segunda Guerra Mundial para ver tantas muertes por una misma causa en tan poco tiempo. En EE. UU., la cantidad de víctimas producto del COVID-19 registradas hasta mediados de agosto alcanzaba el escalofriante número de 170.000 ciudadanos estadounidenses fallecidos, lo que duplica el número total de soldados que perdieron la vida como consecuencia del involucramiento militar de EE. UU. en diferentes conflictos alrededor del mundo desde la guerra de Corea.
La expansión efectiva y potencial del virus afectó a la economía real de todos los países del mundo en su totalidad, sin distinción de sectores, y provocó un crack bursátil mayor al experimentado en 2008 ante la elevada incertidumbre en los mercados respecto de los inconmensurables efectos de la pandemia. En magnitud, la recesión global del 2008-2009 quedó claramente atrás. Desde que la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró a finales de enero al brote de coronavirus como pandemia, las proyecciones sobre el crecimiento del PIB mundial en 2020 fueron cada vez más sombrías y alcanzaron para el mes de junio la cifra de -5,2% (-6,2% el PIB per cápita) según el escenario base proyectado por el Banco Mundial en su reporte Perspectivas Económicas Mundiales.
Para América Latina, la crisis del COVID-19 llegó en el momento menos oportuno. En diciembre de 2019, la Comisión Económica para América