La vida de los Maestros. Baird T. Spalding

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La vida de los Maestros - Baird T. Spalding Colección Nueva Era

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países, decrépita, mancillada, derrochada, es el testimonio de una marcha titubeante e incierta, que descubre la vejez. Un hombre que conserva y desarrolla su poder espiritual guarda su plasticidad y actividad a los quinientos o a los cinco mil o a los diez mil años o eternamente como en el tiempo del ardor de su adolescencia.

      »Nosotros aspiramos a la luz blanca y pura de la Edad de Cristo. Vemos despuntar la aurora que se expande. El mundo verá bien pronto el esplendor y la plena eclosión. No habrá más tinieblas ni limitaciones, sino un progreso eterno a falta del cual todo se reintegrará en el seno de la Sustancia Universal. Es necesario avanzar o retroceder. No es posible un término medio ni pararse. Cuando vuestra nación reconozca su dominio, su verdadera misión irá de la mano del Espíritu, se expresará según el deseo de Dios y dejará al espíritu crecer en el interior. Entonces vuestro gran país se volverá una maravilla desafiando toda descripción.

      »Sin duda fue necesario la gran fuerza del pico y las garras del águila para mantener la cohesión de vuestra nación durante su desarrollo inicial, pero la verdadera luz espiritual va a venir. No se advierte que la paloma es más poderosa que el águila, y la paloma protegerá eso que el águila guardaba. Contemplad las palabras grabadas en vuestras monedas: “In God we trust”, “E pluribus unum”. Todos para uno es la divisa del espíritu cuando la paloma reemplaza al águila en el seno de la nación».

      Emilio terminó ahí, diciendo que iba a dejarnos por algunos días, y se trasladaría a un pueblo a unos trescientos o cuatrocientos kilómetros para encontrarse con unos amigos que se reunían allí. Prometió encontrarse con nosotros en un pequeño pueblo de la frontera a un centenar de kilómetros, lugar al que llegaríamos en cuatro días. Después desapareció. Fue igual que en la cita, cuando vino acompañado de sus cuatro amigos.

      XI

      Al llegar al pueblo fronterizo, llovía a cántaros y estábamos empapados hasta los huesos. Se nos instaló en un confortable alojamiento que comprendía una gran habitación amueblada, extremadamente alegre y cálida, destinada a servir de salón y comedor. Uno de nosotros preguntó de dónde venía el calor. Pero nuestra inspección no nos reveló ninguna estufa o entrada de calor. Nos sorprendimos un poco, pero ya empezábamos a estar habituados a las sorpresas, y no hicimos más comentarios seguros de que obtendríamos una respuesta más tarde.

      Acabamos de sentarnos a la mesa para cenar, cuando Emilio y sus cuatro amigos entraron sin que supiéramos de dónde venían. Los cinco aparecieron en un extremo de la gran habitación en donde no había ninguna abertura. Todo sucedió sin ruido, muy simplemente. Emilio nos presentó a sus cuatro amigos extranjeros y estos se sentaron a la mesa al igual que quien está en su casa. Antes que nos diéramos cuenta, la mesa se colmó de cosas buenas para comer, pero no había carne, ya que estas gentes no comen nada que haya gozado de una vida consciente.

      Después de la comida, uno de nosotros preguntó acerca del calor de la habitación. Emilio dijo: «El calor que vosotros percibís, proviene de una fuerza tangible y utilizable por cada uno de nosotros. Los hombres pueden entrar en contacto con esta fuerza superior de todo poder mecánico y servirse de ella bajo la forma de luz, calor y también energía para hacer mover las máquinas. A eso le llamamos nosotros fuerza universal, un poder divino procurado por el Padre para uso de todos sus hijos. Si la utilizarais la llamaríais movimiento perpetuo. Puede mover no importa qué máquina, efectuar transportes sin el menor consumo de combustible, y dar igualmente luz y calor. Está disponible en todos lados, en cada uno, carece de tarifas y no necesita ser comprada».

      Uno de nosotros preguntó si la comida les llegaba también directamente del Universal bajo la forma en que nosotros la habíamos comido, igual que el pan y las provisiones que nos habían sido provistas hasta ahora.

      Emilio nos invitó a acompañarlo hasta el domicilio de sus cuatro amigos, a trescientos cincuenta kilómetros de ahí. También nos dijo que veríamos a su madre. Y comentó: «Mi madre es una de aquellas mujeres que han perfeccionado de tal modo su cuerpo que puede llevarlo a recibir las más altas enseñanzas. Vive continuamente en el invisible. Y lo hace de forma voluntaria, ya que recibiendo las más elevadas enseñanzas puede ayudarnos considerablemente. Para haceros ver esto más claro, os diré que ha avanzado hasta alcanzar el Reino celeste en donde está Jesús; el lugar que se llama a veces “séptimo cielo”. Supongo que este lugar representa para vosotros el misterio de los misterios, pero no hay tal misterio. Es el lugar de la conciencia, el estado del alma donde todos los misterios son revelados. Cuando se alcanza, es invisible a los mortales, pero uno puede volver a instruir a aquellos que son receptivos. Se regresa al propio cuerpo, ya que este se encuentra tan perfeccionado que se puede llevar a donde uno quiera. Los iniciados de esta orden pueden volver a la tierra sin reencarnación. Aquellos que han pasado por la muerte están obligados a reencarnarse para disponer de un cuerpo en la tierra. Nos han sido dados cuerpos espirituales y perfectos. Es necesario verlos y mantenerlos así para poderlos conservar. Quien ha dejado su cuerpo por las regiones del Espíritu, advierte de que es necesario retomar un cuerpo y seguir perfeccionándolo».

      Antes de levantarnos de la mesa, acordamos que la expedición se dividía en cinco secciones, cada una de las cuales sería conducida por cada uno de estos grandes hombres que habían venido a cenar con nosotros. Gracias a este dispositivo, nos sería posible la exploración de vastas regiones. Facilitaría nuestro trabajo, permitiéndonos verificar fenómenos tales como los viajes en el invisible y comunicación del pensamiento a distancia. Cada sección comprendería por lo menos a dos de nosotros con uno de los cinco Maestros como guías. Estarían muy alejados unos de otros, pero el contacto se conservaría gracias a esas gentes, que nos testimoniaban tanta amistad y no dejaban pasar una ocasión para dejarnos examinar su trabajo.

      XII

      Al otro día todos los detalles fueron arreglados. Mi sección comprendía dos de mis compañeros y yo. Íbamos acompañados de Emilio y Jast. A la mañana siguiente cada sección estuvo preparada para partir en una dirección diferente. Estaba convenido que observaríamos atentamente todo lo que ocurriera y que tomaríamos nota. Quedamos en encontrarnos a trescientos cincuenta kilómetros de allí. Las comunicaciones entre las diversas secciones debían estar aseguradas por nuestros amigos. En efecto, ellos se encargaron de conversar todas las noches, yendo y viniendo de sección en sección.

      Cuando queríamos comunicarnos con nuestro jefe de destacamento o con un camarada, nos era suficiente confiar el mensaje a nuestros amigos. La respuesta nos venía en un intervalo de tiempo increíblemente breve. Cuando dábamos esos mensajes, los anotábamos íntegramente con fecha y hora. Anotábamos también la fecha y la hora de su llegada. Cuando nos reunimos nuevamente, comparamos nuestras notas y constatamos que estas coincidían perfectamente. Nuestros amigos viajaban de un campo al otro y conversaban con los miembros de cada sección. Anotamos cuidadosamente el lugar y la hora de sus apariciones y desapariciones, así como los temas abordados: en estos también coincidía todo perfectamente, cuando comparamos posteriormente nuestras notas.

      Nuestras secciones se encontraban separadas una gran distancia. Una estaba en Persia, otra en China, la tercera en el Tíbet, la cuarta en Mongolia y la quinta en la India. Nuestros amigos recorrían pues en el invisible distancias del orden de dos mil kilómetros, para tenernos al corriente de los acontecimientos en cada uno de los campos.

      El objetivo de mi sección era un pequeño pueblo situado sobre una planicie elevada, mucho antes de los contrafuertes de los Himalayas y a ciento cincuenta kilómetros de nuestro punto de partida. No habíamos llevado ninguna provisión para el viaje. Sin embargo, no nos faltó jamás nada y pudimos siempre alojarnos confortablemente por la noche. Llegamos a destino el quinto día, al comienzo de la tarde. Fuimos saludados por una delegación de gentes del pueblo y conducidos a un alojamiento convenido. Notamos que esta gente trataba a Emilio y a Jast con un profundo respeto. Emilio no había estado nunca en ese pueblo y Jast una vez solamente, después de una llamada de ayuda. En aquella ocasión se trataba de salvar a tres habitantes,

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