La vida de los Maestros. Baird T. Spalding
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Se nos informó que Juan Bautista había vivido en ese pueblo y recibido ciertas enseñanzas en ese templo, que estaba en el mismo estado que en aquella época. Se nos mostró el emplazamiento de la casa que había habitado, pero que había sido destruida. Cuando volvimos al templo, al final de la jornada, el tiempo se había aclarado y pudimos ver una vasta extensión. Nos mostraron los caminos que Juan seguía para ir a los pueblos de los alrededores. El templo y su pueblo existían seis mil años antes de la visita de Juan. Nos hicieron ver que el camino que seguíamos estaba en uso desde esa época. Hacia las cinco de la tarde, nuestro amigo de los documentos nos estrechó la mano, diciendo que se ausentaría pero que volvería pronto. Después desapareció.
Esa tarde asistimos, desde el techo del templo, a la más extraordinaria puesta de sol que jamás he visto, y sin embargo he tenido la buena suerte de verlas en casi todos los países del mundo. A la caída de la tarde, una ligera bruma cubría una cadena de montañas, bordeando una vasta zona de mesetas, sobre las cuales se extendía nuestra mirada. Cuando el sol alcanzó ese borde, parecía dominarla desde tan alto que contemplábamos un mar de oro en fusión. Después vino el crepúsculo, que inflamó todas las altas cimas. Las montañas nevadas resplandecían lejos. Los glaciares parecían inmensas lenguas de fuego. Todas esas llamas encontraban las diversas tonalidades del cielo y parecían fundirse. Los lagos esparcidos en la llanura parecieron súbitamente volcanes, lanzando un fuego que se mezclaba con los colores del firmamento. Durante un momento tuvimos la impresión de encontrarnos al borde de un infierno silencioso, después el conjunto se fundió en una sola armonía de colores y un atardecer dulce y tranquilo cayó sobre el paisaje. La paz que se desprendía era indescriptible.
Nos quedamos sentados en la terraza hasta medianoche, conversando y haciendo preguntas a Emilio y Jast. Esas preguntas trataban más que nada sobre la etnografía y la historia general del país. Emilio hizo numerosas citas de documentos conocidos de los Maestros. Estos documentos probaban que el país había estado habitado miles de años antes de nuestros tiempos históricos.
Emilio, terminó por decir: «No quiero criticar vuestra historia, ni halagar a vuestros historiadores, pero la verdad es que no se han remontado muy lejos en el pasado. Han admitido que Egipto significa tinieblas exteriores y desierto, como su nombre lo indica. En realidad, su nombre significa “desierto de pensamiento”. En la época egipcia, como hoy, una gran parte del mundo vivía en un desierto de pensamientos, y vuestros historiadores no han buscado el sentido escondido de esta fórmula, para profundizarlo. Han aceptado y reafirmado los testimonios superficiales (para los sentidos). Ese fue el principio de vuestra historia. Es muy difícil de unir a la nuestra. No os pido que consideréis la nuestra como auténtica, pero recomiendo que elijáis libremente entre las dos».
La luna apareció entonces redonda y plena sobre las montañas que barrían el horizonte en la lejanía. Nos quedamos a contemplarla hasta que estuvo casi en su cenit. El espectáculo era extraordinario. Ligeras nubes pasaban de vez en cuando delante de una montaña vecina, un poco más alta que el templo. Cuando las nubes pasaban cerca de la luna, teníamos la impresión de desplazarnos con esta ante las inmóviles nubes. Esto duró una hora.
Súbitamente, escuchamos detrás de nosotros un ruido similar a la caída de un cuerpo. Nos levantamos para mirar y he aquí que una dama de cierta edad estaba allí y nos preguntaba sonriendo si nos había asustado. Tuvimos la impresión de que había saltado desde el parapeto que estaba sobre la terraza, pero simplemente había rozado su pie para atraer nuestra atención y la intensidad del silencio había amplificado el sonido. Emilio avanzó con rapidez para saludarla, y la presentó como su hermana. Ella sonrió y preguntó si había estropeado nuestros sueños.
Nos sentamos de nuevo y la conversación se orientó sobre las reminiscencias de sus experiencias y su trabajo en la vida santa. La señora tenía tres hijos y una hija, todos educados en el mismo espíritu. Preguntamos si sus hijos la acompañaban. Respondió que sí, que estaban precisamente libres, y enseguida aparecieron dos personajes, un hombre y una mujer. Ambos saludaron a su tío y a su madre, y después avanzaron para ser presentados a mis compañeros y a mí. El hijo era gallardo, erguido y de aspecto varonil. Parecía tener treinta años. La hija era más pequeña, delgada y con rasgos encantadores, era una bella muchacha, bien equilibrada, parecía tener unos veinte años. Supimos más tarde que el hijo tenía ciento quince años y la hija ciento veinte y ocho. Los dos asistirían a la reunión del día siguiente, y no tardaron en descender.
Después de su partida, cumplimentamos a su madre por ellos. Ella se volvió hacia nosotros y respondió: «Todo hijo es bueno y perfecto cuando nace. No es malo. Poco importa que su concepción haya sido perfecta e inmaculada o por el contrario material y sensual. El niño de la Concepción Inmaculada reconoce rápidamente su filiación con el Padre. Sabe que él es el Cristo, hijo de Dios. Se desarrolla rápidamente y no concibe más que la perfección. El niño concebido por la vía de los sentidos puede también reconocer inmediatamente su filiación, percibir que el Cristo mora en él y realizar su perfección haciendo de Cristo su ideal. Al contemplar ese ideal lo ama, lo quiere y al final manifiesta o reproduce el objeto de sus pensamientos. Ha nacido de nuevo, es perfecto. Hace resaltar su perfección interior que había existido siempre. El primero se ha conservado en el ideal, es perfecto. El segundo ha percibido el ideal y lo ha desarrollado. Los dos son perfectos. Ningún niño es malo. Todos son buenos y vienen de Dios».
Uno de nosotros sugirió que ya era hora de ir a dormir, pues era medianoche.
XIX
A la mañana siguiente, a las cinco, todos estábamos reunidos en la terraza del templo. Después de los saludos de rigor nos instalamos formando una rueda y según la costumbre, uno leyó extractos de las sagradas escrituras. Esa mañana habían sido elegidos entre los documentos del templo. Jast los tradujo. Tuvimos la sorpresa de constatar que la primera cita correspondía al primer Evangelio según San Juan y la segunda al primer Evangelio según San Lucas. Pedimos buscar nuestras Biblias para comparar. Se nos permitió de buen grado. Jast nos ayudó a hacer los paralelos y nos sorprendimos del parecido de las dos Escrituras.
Apenas habíamos terminado, cuando sonó la campana que anunciaba la comida matinal. Entramos todos al interior. Después de la comida nos preparamos todos a descender al pueblo y no pensamos más en los paralelos entre las escrituras. Allí nos encontramos con una asamblea de numerosas personas de la vecindad. Jast nos dijo que eran especialmente pastores, que en verano conducían sus rebaños a los altos pastos, y que el momento de descender de nuevo a los valles se acercaba rápidamente. Era costumbre reunir anualmente a esas personas, un poco antes de su partida.
Atravesando el pueblo nos encontramos con el sobrino de Emilio que nos sugirió dar un paseo un poco antes de comer. Aceptamos de buen grado, ya que teníamos deseos de conocer los alrededores. En el curso del paseo nos mostró de lejos diversos pueblos del valle que presentaban un interés especial. Sus nombres, una vez traducidos, se asemejaban mucho a esos de los primeros capítulos de la Biblia. Pero el verdadero significado del conjunto se nos reveló solamente más tarde, después de que hubimos regresado al camino del pueblo, desayunado y tomado lugar en la reunión.
Había alrededor de doscientas personas reunidas cuando nuestros amigos del templo aparecieron. El sobrino de Emilio se dirigió hacia dos hombres que tenían un objeto que se parecía a un grueso libro. Cuando lo abrieron, vimos que era una caja en forma de libro. La caja contenía paquetes de hojas similares a páginas de libros. El padre del