La vida de los Maestros. Baird T. Spalding
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La lectura proseguía con Jast como intérprete. No tardamos en darnos cuenta que la historia se parecía de una manera sorprendente al evangelio según San Juan, pero con muchos más detalles. Siguieron hojitas similares al evangelio de San Lucas, después otras similares al de Marcos y otras en fin al de Mateo.
Después de la lectura, los oyentes se reunieron en pequeños grupos. Nosotros, junto a Jast, buscamos a Emilio para que nos diera explicaciones. Emilio nos informó que esos documentos se leían en cada asamblea anual y que el pueblo, en el que se hacía la lectura, era el centro del país que había sido antiguamente el teatro de aquellas escenas. Le hicimos notar la similitud con las historias relatadas en la Biblia. Respondió que muchas de las historias del Antiguo Testamento habían sido tomadas de los documentos que acabamos de ver, pero que las escenas más recientes, como aquellas de la crucifixión habían pasado en otra parte. Sin embargo, el conjunto estaba centrado sobre el nacimiento y vida del Cristo. El tema principal era la búsqueda del Cristo en el hombre y buscaba mostrar a los extraviados, alejados de este ideal, que el Cristo vivía siempre en ellos. Emilio mismo nos dijo que el lugar del acontecimiento no tenía mucha importancia, porque el deseo de los Maestros era sobre todo perpetuar el sentido espiritual de los acontecimientos.
Empleamos el resto del día y de la jornada siguiente en hacer comparaciones y tomar notas. Por falta de espacio no puedo reproducirlas aquí. El lector comprenderá el sentido espiritual de la historia de las hojitas, releyendo los capítulos citados de la Biblia. Descubrimos que el padre del sobrino de Emilio que había hecho la lectura, descendía en línea directa del padre de Juan Bautista. Era costumbre que un miembro de su familia leyera los documentos en esta asamblea. El templo donde nos alojábamos había sido un lugar de adoración para Juan y Zacarías.
Nuestros amigos manifestaron el deseo de hacer su camino. Nosotros convinimos entonces con Jast para que se quedara y que los otros se fueran. Al día siguiente acabamos de leer los documentos, y al otro día partimos a nuestro turno. Aunque la hora era muy temprana todos los aldeanos se habían levantado para desearnos buen viaje.
XX
Durante los cinco días siguientes atravesamos el país antiguamente recorrido por Juan. Al quinto día llegamos al pueblo donde nos esperaban nuestros caballos. Emilio estaba allí, y a partir de ese momento el viaje fue relativamente fácil hasta que llegamos a su pueblo natal. Al acercarnos al pueblo, observamos que el país estaba más poblado. Las rutas y pistas eran las mejores que habíamos encontrado hasta entonces.
Nuestro camino corría a lo largo de un valle fértil que remontamos hasta una meseta. Notamos que el valle se cerraba más y más. Al fin las paredes se acercaron tanto al río que el valle no formaba más que un barranco. Hacia las cuatro de la tarde llegamos de repente a un acantilado vertical, de un centenar de metros de altura, desde donde el río caía en cascada. El camino llevaba a una explanada al pie del acantilado de gres cerca de la cascada. Un túnel se abría en la pared y subía cuarenta y cinco grados hasta una meseta superior. Habían tallado escalones en el túnel, de manera que la subida era fácil.
Enormes trozos de piedra habían sido preparados para tapar, llegado el caso, la abertura inferior del túnel y presentar así una barrera formidable a un eventual ataque. Al llegar a la meseta superior, constatamos que la escalera subterránea constituía el único acceso posible a partir del barranco. Muchas de las casas del pueblo estaban adosadas a la muralla. Las casas tenían por lo general tres pisos, pero sin aberturas antes de la tercera planta. Cada abertura tenía un balcón, lo bastante ancho para que dos o tres personas pudieran estar cómodamente y observar los alrededores.
Nos contaron que la zona había estado antiguamente habitada por una tribu indígena, que se mantuvo aislada del mundo hasta el punto de desaparecer como tribu. Los raros sobrevivientes se habían agregado a otras tribus. Así pasó con el pueblo natal de Emilio, y los lugares de encuentro de muchos de nuestra expedición, que se habían repartido en pequeños grupos para cubrir más territorio.
Una encuesta nos reveló que éramos los primeros en llegar, y que los otros vendrían veinticuatro hora más tarde. Se nos asignó por alojamiento una casa del pueblo adosada a la muralla. Las ventanas del tercer piso daban sobre los pliegues montañosos. Nos instalaron confortablemente y nos informaron que la cena sería servida en el salón. Bajando, encontramos a la hermana de Emilio sentada a la mesa, con su marido y los hijos que habíamos encontrado en el techo del templo, así como al mismo Emilio.
Apenas habíamos terminado de cenar, escuchamos un ruido en el pequeño jardín frente a la casa. Un aldeano vino a advertirnos que uno de los otros destacamentos acababa de llegar. Eran los compañeros de nuestro jefe Thomas. Se les sirvió la comida y los instalaron esa noche con nosotros, después todos subimos a la terraza superior. El sol se había puesto, pero el crepúsculo duraba aún.
Vimos una depresión, de donde fluían las profundas gargantas de los torrentes provenientes de las montañas de los alrededores. Esos torrentes se vertían todos en el río principal, justo antes de que este se precipitara en cascada por encima del acantilado de gres ya descrito. El gran río emergía de un barranco profundo y no recorría más de una centena de metros sobre la meseta antes de caer en cascada por el precipicio. Otros torrentes pequeños formaban cascadas de veinte a sesenta metros sobre las paredes verticales que bordeaban al río principal. Muchos llevaban un gran volumen de agua, otros solamente algunas gotas, otros al fin, habiendo cruzado las paredes laterales de las gargantas, se precipitaban en una serie de cascadas.
Muy arriba en las montañas, los barrancos contenían glaciares, que se proyectaban como dedos gigantes a partir de las nieves eternas que cubrían toda la cadena montañosa.
La muralla exterior del pueblo se juntaba con las paredes de la garganta del río principal, después bordeaba hasta la cascada. En el lugar de unión las paredes eran casi verticales, de unos seiscientos metros de alto y formaban una barrera natural tan lejos como se podía ver. La meseta se extendía de norte a sur un centenar de kilómetros y de este a oeste unos cincuenta. Fuera del túnel inclinado, el único acceso a la meseta se encontraba en el lugar más ancho, Allí un sendero conducía a un puerto defendido por una muralla similar a la nuestra.
En tanto que nosotros comentábamos las ventajas de este dispositivo, la hermana y la sobrina de Emilio se nos reunieron. Un poco más tarde su cuñado y su sobrino también vinieron. Notamos en ellos síntomas de agitación contenida, y la hermana de Emilio no tardó en decirnos que esperaba la visita de su madre. Nos dijo: «Estamos tan dichosos que a duras penas podemos contenernos, tanto amamos a nuestra madre. Nosotros amamos a todos los que viven en las esferas más altas de la realización, ya que ellos son todos bellos, nobles y compasivos. Pero nuestra madre es tan bella, tan exquisita y adorable, servicial y amante, que no podemos negarnos a amarla mil veces más. Por otra parte somos de su carne y de su sangre. Sabemos que vosotros la amaréis también».
Preguntamos si venía con frecuencia. Se nos respondió: «¡Oh! sí, viene siempre que tenemos necesidad de ella. Pero está tan ocupada con su trabajo en su esfera, que viene solamente dos veces al año por sí misma, hoy es el día de una de sus visitas anuales. Esta vez se quedará una semana. Estamos tan dichosos que no sabemos qué hacer mientras la esperamos».
La conversación se orientó sobre nuestras experiencias después de nuestra separación, y ya había tomado un cariz animado cuando un súbito silencio se abatió sobre nosotros. Antes de habernos podido dar cuenta, estuvimos sentados sin decir ni palabra y sin que ninguno hiciera una reflexión. Las sombras de la tarde se habían agrandado y la cadena nevada de las lejanas montañas era semejante a un monstruo enorme dispuesto a lanzar sus zarpas de hielo en el valle. Después oímos un ligero rumor nacido del silencio, como si un pájaro se posara. Una niebla pareció condensarse al este del parapeto, y súbitamente adquirió la forma, ante nosotros, de una mujer