La buena voluntad. Ingmar Bergman

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La buena voluntad - Ingmar Bergman La principal

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      ernst: Ya habéis reñido. No perdéis el tiempo. Pero es que Anna tiene muy poca paciencia. Le gusta ir rápido.

      Obliga a Henrik a sentarse en la leñera pintada de blanco que está junto a la pared corta del vestíbulo y se coloca delante de las puertas de cristales para evitar una posible fuga. En ese momento aparece Anna en el salón. Al ver a su hermano se para en seco y se golpea el muslo con la mano. Luego se vuelve bruscamente hacia la ventana.

      ernst: ¿Qué coño habéis estado haciendo?

      henrik: Te pido por favor que me dejes salir, el próximo paso será darte un puñetazo.

      anna (grita): Déjalo, déjalo, que se vaya.

      ernst: No desaparezcas, Henrik. Tú y yo bien podemos cenar en Kalla Märta a las cinco. ¿Has oído?

      henrik: No sé, no va a servir de nada.

      Lleva su equipaje abrazado, recoge la gorra de bachiller de la percha. Ernst abre la puerta del vestíbulo y Henrik desaparece escaleras abajo a grandes zancadas. Ernst cierra y se acerca despacio a su hermana. Ella sigue junto a la ventana y todo en ella denota enfado y sufrimiento.

      ernst: Anna, corazoncito de arándano, ¿cómo has armado este lío?

      Anna se vuelve hacia Ernst y le echa los brazos al cuello, llora durante unos segundos muy dramáticamente, con regodeo, tal vez. Luego se calla y se suena en el pañuelo que le tiende Ernst.

      anna: Estoy segura de que lo quiero.

      ernst: ¿Y él?

      anna: Estoy segura de que me quiere.

      ernst: Pero, entonces, ¿por qué lloras?

      anna: ¡Sufro tanto!

      Ernst no consigue enterarse de más. Se sienta en una silla, sienta a su hermana en sus rodillas y así se quedan, en dulce intimidad y sin decir una palabra más. Deja de llover y el sol dibuja cuadrados y rectángulos nítidos y blancos en las sábanas que cubren las ventanas. Toda la habitación parece flotar.

      Henrik lleva a cabo lo que ha dicho que tenía intención de hacer y se encamina al hotel Gillet. Sube con esfuerzo los seis pisos y golpea la puerta de Frida. Al cabo de unos segundos ella abre medio dormida; lleva un amplio camisón de franela y una media alrededor del cuello. Tiene la nariz enrojecida y le brillan los ojos. Mira fijamente a Henrik, como si fuera una aparición. Pese a ello, se hace a un lado para que entre.

      frida: Pero ¿estás aquí, en la ciudad?

      henrik: ¿Estás enferma?

      frida: Tengo un resfriado tremendo, me duele la garganta y tengo fiebre. No tuve más remedio que venirme a casa anoche a las nueve y media, estaba a punto de perder el conocimiento. ¿Quieres un poco de café? Iba a preparar algo caliente.

      henrik: No, gracias.

      frida: Qué sorpresa más agradable que hayas venido, nunca me lo hubiera esperado. Y gracias por tu preciosa carta. Te iba a contestar, pero tengo muy poco tiempo y tampoco se me da muy bien escribir.

      Detrás de una mampara se ve el único artículo de lujo de la habitación. Es un pequeño hornillo de gas que tiene una llama tiznada y mortecina. Frida hace café y prepara unos bocadillos. Henrik protesta blandamente pero se deja servir. Frida anda sin hacer ruido, descalza y solícita. Por fin se sienta en la cama, se tapa con el edredón y sopla el café, que está muy caliente y que ella sorbe a través de un terrón de azúcar. De pronto mira atentamente a Henrik, que está sentado en la única silla de la habitación y que ha dejado su taza de café en la mesilla de noche.

      frida: ¿Estás tú también enfermo? Tienes muy mala cara.

      henrik: No es nada.

      frida: ¿Cómo puedes decir eso? Como si no viese yo que algo te pasa.

      henrik: Será que estoy triste.

      frida: Sí, eso está claro. ¿Tienes algo que decirme? Me da la impresión de que sí.

      henrik: No.

      frida: Lo parecía.

      henrik: … No.

      frida: Ven aquí que te abrace.

      Deja el café y el bocadillo y lo atrae hacia sí; él no la rechaza.

      frida: ¿Tienes miedo de que te contagie?

      henrik: … No.

      frida: Anda, desnúdate y acuéstate.

      Ella se levanta rápida de la cama y baja la persiana rota. Se quita la media del cuello y se pasa un peine frente al manchado espejo que hay encima de la cómoda. Antes de volver a la cama se quita el camisón. Debajo del camisón lleva una corta camiseta de punto y una braga de perneras bastante largas. Se despoja de la braga, pero se deja puesta la camiseta.

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