La buena voluntad. Ingmar Bergman
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Читать онлайн книгу La buena voluntad - Ingmar Bergman страница 18
henrik: A mí me apetece.
ernst: A mí, nada.
anna: Venga, Ernst, no seas bobo.
ernst: Id tú y Henrik. Yo me quedo y liquido lo que queda en la botella.
anna: Pero yo quiero que vengas. Y no solo quiero, exijo que vengas. Así que ya lo sabes.
ernst: Anna es hija de su madre. En todos los aspectos.
anna: Mi hermano carece de la más elemental sensibilidad. Es una lástima, la verdad.
ernst: Ahora no entiendo de qué estás hablando.
anna: Eso es lo que pasa. ¡Que no entiendes!
Pasean bajo la suave lluvia de la noche estival. Anna en el centro, bastante más baja, llenita, flanqueada por los gallardos jóvenes. Van los tres del brazo y andan despacio. Ninguna farola enturbia la luz de la noche. Se paran a escuchar.
La lluvia se cuela por los árboles.
anna: Callad. ¿Oís? Un ruiseñor.
ernst: Yo no oigo nada. En primer lugar, no hay ruiseñores tan al norte, y, en segundo lugar, el ruiseñor no canta después de San Juan.
anna: Calla. No paras de hablar.
henrik: Pues sí, sí, es un ruiseñor.
anna: Escucha bien, Ernst
ernst: Anna y Henrik oyendo ruiseñores en julio. ¡Estáis perdidos! (Escucha). Pero ¡coño!, si es verdad que es un ruiseñor.
Esa misma noche, a las dos, se divisan relámpagos a través de la clara persiana del cuarto del servicio. De vez en cuando se oye un lejano retumbar de truenos. El susurro de la lluvia es irregular, a veces más intenso, a veces apenas un débil goteo. De pronto, el silencio puede ser tan grande que Henrik oye los latidos de su propio corazón y de su sangre en el tímpano. Está desvelado, yace boca arriba con las manos detrás de la cabeza y los ojos completamente abiertos: Así es, así puede ser. ¡Incluso para mí, Henrik! La abertura del espacio, tan herméticamente cerrado antes, se va haciendo cada vez más grande, es como un vértigo.
Alguien anda por la cocina, la puerta se abre chirriando de modo particularmente manifiesto, esto no es ningún sueño. Anna está en el rectángulo iluminado, no puede verle la cara, todavía está vestida.
anna: ¿Estabas durmiendo? No, ya sabía yo que no dormías. Pensé: Voy a ir a ver a Henrik y decirle lo que pasa.
Sigue inmóvil en el vano de la puerta. Henrik no se atreve a respirar. Esto es muy serio.
anna: Yo no sé qué me pasa contigo, Henrik. No está bien que estés aquí conmigo. Pero es mucho, muchísimo peor cuando estás lejos de mí. Yo siempre…
Calla y reflexiona. No cabe la menor duda de que es de vital importancia ser veraz. Henrik quiere hablar de su turbación, del espacio cerrado y abierto, pero es demasiado complicado.
anna: Mamá dice que lo más importante es conocer los propios sentimientos. Yo siempre he sido sensata para eso. Así que me parece que tengo bastante confianza en mí misma, la verdad.
Vuelve la cabeza y da un paso atrás. La luz del amanecer entra por la ventana de la cocina y le da ahora de lleno en la cara. Henrik ve que ha llorado. O que llora. Pero la voz es serena.
anna: No se puede… Mamá y otros, mis hermanastros, por ejemplo, dicen que he heredado mucho entendimiento, tanto de papá como de mamá. Siempre me he sentido un poco orgullosa cuando me han elogiado por mi sensatez. He pensado que así debe ser la vida y que así quiero yo que sea. No tengo, verdaderamente, por qué tener miedo. (Silencio, largo silencio). Pero ahora tengo miedo o, para ser sincera: si lo que siento es miedo, entonces tengo miedo.
henrik: También yo tengo miedo.
Tiene que carraspear. La voz se le ha quedado seca y ahogada. Y ahora, en ese preciso instante, se le para el corazón, solo un momento, pero se le para.
henrik: Además, se me ha parado el corazón. Ahora mismo.
anna: Yo sé lo que pasa, Henrik. Estamos en un momento decisivo, imagínate, en un momento tan singular y enigmático… que el tiempo se detiene, o nos parece que se detiene, o «el corazón», como dices tú.
henrik: ¿Qué hacemos?
anna: En realidad, no hay más que dos posibilidades… (Sobriamente). O te digo: Márchate, Henrik; o bien: Ven a mis brazos, Henrik.
henrik: ¿A ti te parece que las dos alternativas son malas?
anna: Sí.
henrik: ¿Malas?
anna: Decisivas.
henrik: ¿No podemos permitirnos jugar un poco?
anna: Pero si es que ni siquiera sé qué clase de persona eres.
henrik: Yo no soy nada raro.
Hay un asomo de espanto en el tono, de cómico espanto. Henrik no tiene mucho conocimiento de sí mismo, nunca lo ha tenido, nunca lo tendrá. Anna mueve la cabeza sonriendo: ¡Ya ves lo arriesgado que puede resultar esto! Traspone el umbral, entra en la habitación y se sienta a los pies de la cama, estirándose la falda. Henrik se mueve torpemente hasta quedarse sentado.
anna: A mí me parece que tú no sabes nada de nada. A mí me parece que estás como ensombrecido, no encuentro otra palabra así de repente.
henrik (débilmente): ¿Ensombrecido?
anna: No haces más que repetir lo que yo digo todo el tiempo. Di tú lo que te parece.
henrik: Te lo voy a decir ahora mismo. Yo nunca, y digo nunca, y juro que es verdad, yo nunca en mi vida he pasado un día, una tarde y una noche como este día, esta tarde y esta noche. Y eso lo juro. No sé nada más. Me siento turbado y agradecido y asustado. Quiero decir, que todo esto me va a ser arrebatado. Siempre es así. Me quedo con las manos vacías; suena dramático, pero así es. Quiero decir, sencillamente, que por qué habría de tocarme a mí algo de lo que he vivido hoy. ¿Entiendes, Anna? Tú y Ernst vivís en vuestro mundo, no solo en el aspecto material, sino en todos los aspectos. Para mí es inaccesible. ¿Entiendes, Anna?
Anna afirma despacio con la cabeza y mira a Henrik con mirada triste. Luego sonríe, se levanta, va hacia la puerta y se vuelve.
anna: Bien. De cualquier manera, podemos aplazar el momento decisivo durante unas horas, o incluso unos días o unas semanas.
Dicho esto, sonríe con indulgencia y da las buenas noches. Luego cierra la puerta, que chirría violentamente.
Puedo verlos en el comedor, sentados a la gran mesa con las patas de león, ya recogida. Han colocado el tablero de ajedrez del director de Tráfico entre los dos. Han quitado las sábanas protectoras de dos ventanas. Llueve serena y pertinazmente. Veo también a Ernst, está en la puerta, con gabardina y la gorra de bachiller en la mano, diciendo que se va al departamento de meteorología un rato, que el profesor quiere hablar con él. Cenamos a las cinco, murmura Anna moviendo un alfil. Hasta luego y buena