La buena voluntad. Ingmar Bergman

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de otro tipo.

      Estudiar en vacaciones. Alumno reacio y deprimido con postillas en las rodillas, medio dormido. Profesor reacio y deprimido con rabia contenida y pensamientos disolutos. La ventana se abre hacia el verano. A lo lejos, pero perfectamente visibles, se bañan cuatro muchachas entre gritos y risas. Aromas balsámicos del jardín. La casona de Åkerlunda, en la finca del mismo nombre, unas decenas de kilómetros al noroeste de Upsala. El arroyo del parque, los cultivos, los rápidos, las colmenas, unas vacas indolentemente desorientadas en el sembrado de centeno. Estudiar en vacaciones.

      El joven conde se llama Robert y mira fijamente y de mal humor la gramática alemana abierta frente a él. Se espera que de un momento a otro recite el presente, el imperfecto y el pluscuamperfecto y, a ser posible, también el futuro del verbo auxiliar «sein». Henrik, con corbata y en mangas de camisa, está sentado al otro extremo de la mesa, estudiando Historia de la Iglesia. De tanto en tanto subraya algo con un trozo de lápiz romo. Robert y Henrik, dos esclavos encadenados en el fondo de las galeras de la sabiduría. Las chicas que se bañan, gritan. Robert alza la mirada y la clava en la ventana con blancas cortinas que se ondulan perezosamente. Henrik quita los pies de la mesa y cierra el libro.

      henrik: ¿Y bien?

      robert: ¿Qué?

      henrik: ¿Ya te lo sabes?

      robert: ¿No podríamos ir a bañarnos?

      henrik: ¿Qué crees que diría tu padre?

      El joven conde remueve el trasero, se tira un pedo y dirige a su torturador una mirada de aborrecimiento. Robert, en realidad, es un chico guapo, el ojito derecho de su madre, pero ahí está ahora, entre el yunque y el martillo: la vanidad y las aspiraciones del conde.

      robert: Me cago en la puta de los cojones, maldita sea.

      henrik: ¿Crees que a mí me parece divertido? Vamos a sacar todo el partido posible a la situación.

      robert: Pero usted cobra, coño. (Se rasca la entrepierna).

      henrik: Abróchate los pantalones y haz el favor de acercarme la gramática.

      Robert le tira el libro a Henrik y se guarda de mala gana la pija, azulada y levemente ondeante. Pone los brazos sobre la mesa, la cabeza sobre los brazos, y adopta la posición de dormir.

      henrik: Bueno, vamos a ver, ¿el presente?

      robert (velozmente): Ich bin, du bist, er ist, wir sind, Ihr seid, Sie, sie sind.

      henrik: Muy bien. Vamos con el imperfecto, pues.

      robert (igual de rápido): Ich war, du warst, er war, wir waren, Ihr wart, Sie, sie waren.

      henrik (sorprendido): Hay que ver. Y ahora… ¿qué falta?

      robert: El perfecto, cojones, me cago en la puta.

      henrik: ¿Perfecto?

      robert: Ich habe gewesen. (Silencio).

      henrik (lo mira con fijeza).

      robert: Du hast gewesen, er hat gewesen. (Silencio).

      Víctima y verdugo se miran con implacable aversión. En este instante, sin embargo, no se puede saber quién desempeña un papel u otro.

      henrik: ¿Cómo?

      robert: Wir haben gewesen.

      En ese crítico momento entra el conde sin llamar a la puerta. Posiblemente haya estado escuchando desde fuera. Svante Svantesson de Fèste llena la habitación con su volumen, su voz, sus patillas y su nariz. Los ojos son de un azul infantil; la cara, roja con tendencia al morado. Henrik se pone de pie y se estira la ropa. Robert se derrumba. Ya sabe lo que le espera.

      conde svante: Así que… gramática alemana, ¿eh?… Esto… ¿Qué le iba a decir? ¡Ah!, sí. Un joven que se llama Ernst Åkerblom vino en bicicleta y quería hablar con usted. Le comuniqué que estaba usted ocupado con mi hijo hasta la hora del té y le sugerí que fuese a bañarse con las chicas, cosa que parece que hizo con mucho gusto. Sí, eso era. ¿Qué tal va Robert? ¿Es ineducable o ha logrado usted inculcarle algún conocimiento de los que se supone que debe tener un aristócrata desde que se suprimieron los cuatro estamentos? ¿Qué tal va?

      henrik: Yo creo que Robert es listo y hace progresos. Claro que hay lagunas…

      conde svante: ¿Dice usted de verdad lagunas? ¿No abismos?

      henrik: … Digo que hay lagunas, pero si nos esforzamos los dos, lograremos unas cuantas cosas antes de que empiece el curso.

      conde svante: ¿Ah, sí? ¿De veras? Vaya, vaya, esto parece prometedor. Y tú, ¿qué dices, Robert? ¿Eh?

      El conde golpea a su hijo en la nuca con la mano abierta de modo que se oye cómo le rechinan los dientes. Es un gesto hecho con intención de dar ánimos, pero Robert baja la cabeza, empieza a moquear y una lágrima se abre paso por su sucia mejilla.

      robert: Sí.

      conde svante: ¿Qué te pasa? ¿Estás llorando?

      robert: No.

      conde svante: Ya, ya me parecía a mí. Suénate. ¿No tienes pañuelo? ¿Y eso? Anda, toma el mío. No moquees. Quiero hablar a solas con tu profesor. Llévate la gramática y siéntate a estudiar en el cenador.

      Robert se retira cabizbajo, parece una desgracia andante. Cuando se cierra la puerta, la voluminosa humanidad del conde se desploma en una vacilante silla con el respaldo roto. Se queda así, agobiado y rezongando como para sí mismo.

      henrik: ¿El señor conde quería hablar conmigo?

      conde svante: Su madre dice que soy injusto. Que me meto con él. Que no lo quiero. No sé, me parece que no vale la pena seguir esta especie de tortura. ¿Qué opina usted?

      henrik: No hay que perder las esperanzas.

      conde svante: Bobadas, señor Bergman. Mi hijo Robert es un zángano incorregible, un completo imbécil. Un llorica de los cojones. De mayor será un tunante y un botarate. Sigue pareciéndose a su tío materno, y en él puede verse el resultado final.

      henrik: Da lástima el muchacho.

      conde svante: ¿Cómo que da lástima? ¿Da lástima alguien que lo ha tenido todo? ¿Que nunca ha tenido que esforzarse, que es el niño mimado de su madre? Si ese da lástima, lo que da lástima es la humanidad.

      henrik: Tal vez dé lástima la humanidad.

      conde svante: Pero ¿qué mariconadas está usted diciendo, señor Bergman? No me venga con semejantes fantasías enfermizas. Ich habe gewesen! Sí, señor. El hombre es un maldito montón de mierda, señor Bergman. Una contaminación en la superficie de la Tierra. Menos mal que hay caballos. Si no tuviera mis caballos, me pegaría un tiro en la cabeza. Los caballos sí que dan pena. Su gran error fue pactar con el hombre al comienzo de los tiempos. Y ese pacto lo están pagando. (De pronto). Estamos, pues, de acuerdo en suspender la broma esta de que Robert estudie durante las vacaciones, ¿no es así?

      henrik: Usted decide, señor conde.

      conde

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