La buena voluntad. Ingmar Bergman
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anna: ¡Cuánto me alegro de que hayas llamado, mamá! Sí, sí, Ernst ha llegado muy bien. ¿Cómo? Que sí, que llegó muy bien, digo. En este momento está roncando como un ángel bendito. No se oye muy bien. Que no se oye muy bien. ¿A papá le duele el estómago? Como siempre, pobre papá. ¿Que qué vamos a hacer esta noche? Pues seguramente iremos al parque Odin, hay un concierto. ¿Que si estamos solos? ¿Cómo dices, mamá? Solo estamos Ernst y yo. ¡Uy, qué cara va a salir esta llamada, mammchen! Muchos saludos a todos. Va a haber tormenta, se oyen muchos ruidos en el teléfono. Muchos besos, mammchen, y no te olvides de darle un abrazo a papá de mi parte. ¿Qué dices, mamá? ¿Que tengo la voz rara? Son figuraciones, es que se oye muy mal. Adiós, mamá, vamos a colgar.
Anna cuelga el auricular y le da a la manivela, va corriendo a la cocina, le tira del pelo a su hermano y le echa luego los brazos a la cintura. Ten cuidado con mi hermana, dice Ernst con ternura. Ten muchísimo cuidado. Es la más sincera hipócrita y la más experta embustera de la cristiandad.
La cena quizá no sea precisamente exquisita, pero resulta, de todas maneras, divertida. Ernst ha manipulado con suavidad el candado de la bodega del director de Tráfico y ha puesto a enfriar unas botellas de borgoña blanco, el oporto está en el botiquín. Las ventanas están abiertas hacia el ocaso y el silencio de la calle, se oye una tormenta camino de algún sitio y el sol se ha apagado, sumido en una nube azul oscuro más allá del tejado de cobre de la biblioteca Carolina Rediviva. Anna se ha arreglado con gusto: lleva una blusa de seda fina color sepia con escote cuadrado, mangas largas y puños de encaje. La falda tiene un corte muy elegante, el cinturón es ancho con hebilla de plata. Se ha recogido el pelo en un moño bajo. Los pendientes son pequeños y brillan discretamente, pero se nota que son caros.
¿De qué hablan? Pues, por supuesto, de la insólita experiencia en la estación de Bälinge; luego hablan de Torsten Bohlin, que se ha ido a Weimar para seguir después hasta Heidelberg. Le ha escrito varias cartas a Anna, que se las ha encontrado aquí, en casa, alguien olvidó pedir que se las reexpidieran. La culpa es solo mía, dice Anna, a papá nunca le gustan mis pretendientes. Solo Ernst, dice Ernst, y se echan a reír los tres. Anna toma de la mano a su hermano. Mira a ver si hay puros en la caja de papá, dice.
Y los hay; bastante resecos, sí, pero se pueden fumar. Ernst le hace contar a Henrik el altercado en Åkerlunda. Y de pronto Henrik se vuelve hacia Anna, la mira intensamente y dice: ¿y tú vas a ser enfermera? Lo que lleva a Anna a ir en busca de un pequeño álbum: esta es la clínica Sophia, ¿ves?, y aquí en la parte de atrás, con las ventanas al parque y al bosque de Lill-Jan, tenemos las clases. Y aquí están los dormitorios, están bastante bien, solo vivimos dos en cada cuarto. La comida también es buena, y los profesores, estupendos. Aunque la disciplina es muy rígida. Y los días muy largos, nunca menos de doce horas. Desde las seis y media de la mañana hasta mucho después de las seis de la tarde. Así que para entonces una ya está muerta, ¿sabes Henrik? Anna está de rodillas en la silla de comedor, muy cerquita de Henrik, huele a algo fresco y dulce, no es exactamente perfume, sino tal vez un buen jabón. ¿O quizás es que ella huele así? ¿Solo ella? Ernst está sentado a la cabecera de la mesa, balanceándose en la silla con el puro entre el pulgar y el índice. Mira sonriente y, sí, un poquitín borracho a su hermana y a su amigo. Henrik siente el antebrazo de ella contra el suyo, su cabello le hace cosquillas cuando inclina la cabeza para buscarse en las fotografías. ¡Aquí estoy!, dice. No lo parece, el uniforme no sienta muy bien que digamos, aunque la cofia es mona, pero no nos la dan hasta que terminamos la carrera. Mi hermana va a ser hermana, mi hermana, hermana Anna, dice Ernst, y los tres se echan a reír. Por cierto, hacéis muy buena pareja juntos.
Anna cierra de golpe su álbum y deja espacio entre ella y Henrik. ¿Te parece atractiva mi hermana? Más que atractiva, contesta Henrik con seriedad. E insiste: ¿qué quieres decir con eso? No lo estropees todo ahora que lo estamos pasando tan bien, dice Anna un poco enfadada y sirviéndose un poco de oporto. Me ha caído una gota en la falda, dice luego. Haz el favor de darme la garrafa de agua, Henrik, es mejor probar con agua. ¡Qué mala suerte! La falda nueva. Ernst y Henrik miran cómo Anna frota la mancha con su servilleta. La falda ciñe la redondez de la cadera y del muslo.
Terminan la bebida y recogen la cocina juntos. Ernst friega, Henrik seca, Anna ordena y coloca en alacenas y cajones. ¿De qué hablan mientras? Probablemente los dos hermanos cuentan cosas de mammchen: es mamá la que manda, mamá gobierna, mamá decide. Mamá se pone a hablar con papá, justo cuando este acaba de sentarse en su sillón preferido con el periódico y el cigarro de la mañana, y dice: oye, Johan; o bien: oye, Åkerblom (si es algo importante), ahora tenemos que decidir por fin si le echamos una mano a Carl otra vez con la letra de cambio o si dejamos que acuda a los desgraciados de los usureros, como siempre, eso ya lo sabemos. Tú decides, dice papá Johan. No, Johan, protesta mammchen sentándose, ya sabes que en los asuntos económicos siempre hago lo que tú dices, ¡no puedes seguir usando esa chaqueta, está empezando a salirle brillo en los codos!
Los hermanos son buenos comediantes, se ríen e interpretan, Henrik se deja ir, nunca antes ha visto seres tan hermosos. Siente una intensa nostalgia, pero no sabe bien de qué.
O así, dice Anna, atropelladamente, haciendo de mamá Karin. Oye, Ernst, escucha, ¿quién era la dama con la que estabas el jueves en el café Ekberg? Bien que os vi por la ventana, de algo muy misterioso debíais de hablar, porque os olvidasteis del chocolate y del pastel. Sí, sí, era bastante guapa, muy guapa, incluso, pero ¿era una chica verdaderamente fina? ¿Qué ha sido de Laura? Laura nos caía muy bien a papá y a mí. Es una pena que no sientes cabeza, querido Ernst, estás demasiado mimado por las chicas. No tienes más que mover el dedo meñique y vienen al galope y a montones. Tu amigo, ¿cómo se llama? ¿No se llama Henrik Bergman? Será también un cabeza de chorlito que seguramente se trae muchos líos de faldas. Es demasiado guapo para que una joven se atreva a confiar en él.
Por la noche empieza a llover. Se han sentado en el salón verde, entre sillones cubiertos de sábanas y cuadros tapados. Al oscurecer, los suelos de madera, despojados de alfombras, parecen más blancos, las ventanas sin cortinas se recortan con perfiles más acusados. Ernst canta un lied de Schubert con clara voz de barítono y Anna lo acompaña al piano. Es del ciclo La bella molinera, la canción número 18: «Ihr Blümlein alle, die sie mir gab, euch soll man legen mit mir ins Grab». Los sonidos flotan lentos a través de la habitación en penumbra. Dos velas alumbran a Ernst y a Anna, que se inclina sobre las notas. «Ach. Tränen machen Nicht maiengrün, machen tote Liebe nicht wieder blühn…».
Henrik contempla el rostro de Anna, la suave línea de la boca, el dulce resplandor de los ojos, la brillante oleada del pelo. Cerca de ella, con la cara vuelta hacia Henrik, pero en este preciso momento con los ojos cerrados, Ernst, con su fino y escaso pelo peinado hacia atrás, la boca pálida, los rasgos faciales muy acusados.
Henrik contempla fijamente a los dos hermanos, detiene el tiempo, ahora no puede correr sin más ni más, ni de cualquier manera. Él nunca ha vivido nada semejante, no sabía que existían esos colores, un espacio cerrado se abre. La luz se hace más intensa, se marea: así que esto puede vivirse. Esto puede vivirlo él también.
ernst: Schubert sabía mucho del espacio, del tiempo y de la luz. Juntó elementos inimaginables y sopló sobre ellos. Y así los hizo comprensibles para los demás. Los instantes le atormentaban y los resolvió para nosotros. El espacio era escaso y sucio. Nos resolvió el espacio. Y la luz. Él vivió entre frías y crueles sombras y nos puso la tierna luz a nosotros. Era un santo. (Guarda silencio. Silencio).
anna: Propongo que demos una vuelta hasta el puente Fyris antes de acostarnos.
ernst: Está lloviendo.