Donde Se Oculta El Peligro. Desiree Holt
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"Está todo bien. Solo he visto algo que quiero. Recogió el espejo de mano que ella había colocado en el tocador y luego regresó, con las piernas de ella abiertas de nuevo sobre sus poderosos muslos. Apoyó el espejo contra su estómago para que estuviera de cara a Taylor. "Quiero que me mires, pequeña. Mira cómo se ve tu increible coño cuando meto y saco mis dedos." Su voz se hizo más gruesa. "Supongo que nunca te habías mirado en el espejo, ¿verdad? Quiero que veas lo que te has perdido todos estos años. Cómo es tener la mano de un hombre estirando estos pequeños y apretados músculos y esparciendo tus jugos en esa suave carne. Mírate mientras te doy placer, ve cómo tu cuerpo responde ante mí.
"Yo nunca..."
"No, estoy seguro de que nunca lo has hecho." Su voz estaba cargada de lujuria. "Pero, esta noche, lo harás."
Su piel se calentó cuando su mirada se dirigió automaticamente al espejo, y lo vio abrir su coño y deslizar dos dedos en su interior. Oscuros zarcillos de necesidad se enroscaron en su estómago y extendieron sus tentáculos a cada parte de su cuerpo. La bombardearon sensaciones desconocidas, despertando su sexualidad dormida.
"¿Quieres saber cómo te sientes, pequeña?" Su voz era gruesa con deséo. "Raso húmedo. Eres muy suave por dentro y muy húmeda. Resbaladiza. Pero ajustada. Muy ajustada. Veamos cómo de ajustada eres." Deslizó un tercer dedo y los flexionó juntos para estirarla.
Taylor no podía apartar la mirada del espejo, de sus dedos deslizandose dentro y fuera de ella, de la superficialidad que le decía lo humeda que estaba. Estaba fascinada por la vista de esos fuertes dedos masculinos golpeando fuera y dentro de su vagina, los nudillos rozando los rizos de su sexo, que estaban inundados por su humedad. Automaticamente, separó más sus piernas y se apoyó en los codos para tener una visión sin obstáculos del espejo de mano.
Mientras observaba el suave movimiento—dentro, fuera, dentro, fuera—el temblor en su vaina se hizo más rápido y más duro y se hizo eco en su cuerpo.
"¿Te gusta pequeña?" Su voz tenía un ligero temblor. "¿Te excita esto?"
No podía hablar, tan atrapada por el espectáculo erótico que tenía ante sus ojos que el habla era imposible. Pero cuando su otra mano se dirigió a su hinchado bulto y lo masajeó, ella quiso cerrar los ojos y dejarse llevar por la sensación.
"Abre los ojos, pequeña," ordenó él con una voz suave. "Los ojos bien abiertos. Pon tus pies en mis muslos y dobla las rodillas." Asintió cuando ella obedeció. "Así está bien."
Ahora ella podía verlo todo, su sexo entero, su núcleo, donde sus dedos seguían con su movimiento hipnótico mientras masajeaba su clítoris.
"Dios." La palabra se escapó de sus labios.
Sus ojos se clavaron en ella. "Te calienta, ¿verdad? Pensé que lo haría."
Taylor vagamente podía oirlo ahora, aunque él no debaja de hablarle meintras convertía su clítoris en un nudo palpitante de tejido y su vaina codiciosa. Queriendo más, necesitando más, movió sus manos a la parte interior de sus muslos, manteniendo sus piernas extendidas para no obstruir la vista del espejo.
Cada una de las sensaciones de su cuerpo se incrementaron, consumiendola hasta que no existiera nada más que un intenso orgasmo. Intentó apartarse de él, aterrorizada por un lugar en el que nunca había estado, pero con la necesidad de ir. Su cuerpo le dio la bienvenida mientras su mente lo combatía. Una fina capa de sudor la cubría y le costaba respirar.
"No lo combatas." Su voz era oscura y seductora. "Acompáñalo. Deja que venga."
Sin previo aviso, el orgasmo se apoderó de ella, un violento levantamiento y sacudida, olas de sensaciones que golpeaban su cuerpo, la lanzaban de un lado a otro y la golpeaban con una intensidad aterradora. Los espasmos la sorprendieron más allá de su control. Su sangre estaba caliente. No—templada. No—caliente.
Él movió una mano para presionar su abdomen y mantenerla en su sitio mientras su cuerpo se entregaba al orgasmo. "Mira," ordenó él. "No apartes la mirada."
Taylor quiso echar la cabeza atras y gritar con éxtasis, pero se obligó a mirar el espejo. Vio como las paredes de su coño agarraban sus dedos, palpitaban contra ellos y el líquido brotaba de ella hacia su mano. Sus ojos se centraron en su cara, mirando, tal vez midiendo la fuerza de sus espasmos. En su punto más alto, empujó con más fuerza dentro de ella y sus dedos rozaron el punto sensible que la hizo caer de nuevo, un juguete en el viento que la consumía.
Mantuvo sus dedos dentro de la vaina, acariciando la carne aún temblorosa hasta que la última réplica se apagó. Cuando los sacó, los llevó a su boca y lamió cada uno con cuidado. Sus ojos brillaron. "Dulce crema, pequeña. Muy dulce."
Apartando el espejo, también se movió hasta quedar tumbado junto a ella. Tiró de su cuerpo contra el suyo, todavía temblando por su climax. Le acarició la espalda, sus grandes manos la acariciaron y la sostuvieron mientras su respiración volvía a ser algo parecido a la normal.
Esto tiene que ser la cosa más loca que él haya hecho nunca. ¿Qué diablos estoy haciendo aquí? No tenía nada que hacer en esta habitación con esta mujer en particular. Un disparo sería demasiado generoso para él.
No era un hombre que se dejara llevar por su polla. Ni mucho menos. Y la pasión era una emoción prohibida en su vida. El pasado le había enseñado lo que podía ser una trampa. Le picaba y se rascaba. Cuando satisfacía sus necesidades sexuales, siempre era sincero con las mujeres que se llevaba a la cama. No esperes nada, les decía. No tenía nada que ofrecer.
Sin embargo, aquí estaba, incapaz de alejarse de esta mujer que le hacía sentir cosas muertas y enterradas desde hace tiempo. Una mujer con quien no tenía nada que ver en primer lugar.
Considerando su edad, era sorprendentemente inexperta, pero el fuego floreció bajo la piel de alabastro y se encendió en sus ojos verde esmeralda. Su falta de experiencia hacía que se calentara más que por la mujer en sí. Con cada respuesta que obtenía de ella, su propio cuerpo reaccionaba.
Sus ojos deboraron su desnudez, imprimiendo la imagen en su mente. Era una miniatura de Rubens que cobraba vida, todo curvas exuberantes y carne voluptuosa. Pechos que cabían bien en la palma de sus manos. Caderas y muslos con los que un hombre podía darse un festín. Su piel tan suave y satinada que al tocarla le calentaba la sangre y le palpitaba la polla.
Ella no se recortó ni se depiló el vello púbico y él se preguntó cómo sería ese tentador coño totalmente desnudo. Su polla se agitó cuando la visión se disparó en su cerebro.
La rabia irracional le arañó, el resentimiento hacia la mujer por hacerle sentir cosas cuando él quería que esto no fuera más que un acto de satisfacción física. Amargura que no podía apartar de ella, atraído por el tirón de un hilo invisible que ella, sin saberlo, ejercía sobre él. Sabía que la ira le había hecho comportarse de forma espantosa, pero no parecía poder hacer otra cosa.
Si hubiera tenido la fuerza de alejarse antes de que las cosas llegaran tan lejos. Pero no la había tenido entonces, no la tendría ahora. En vez de eso, había tratado de hacer que le despreciara utilizando palabras groseras y obligándola a hacer cosas como el truco del espejo. Sus gustos y hábitos sexuales estaban muy por encima de todo lo que Taylor Scott había experimentado nunca. Estaba seguro