Alguien que te quiera con todas tus heridas. Raphael Bob-Waksberg

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Alguien que te quiera con todas tus heridas - Raphael Bob-Waksberg

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aunque jamás lo admitiría.

      «¿Os gustaría echar un vistazo a los de plata?», pregunta Sabrina. «Sé que no queréis nada demasiado sofisticado, pero tenemos opciones de lo más modestas en plata».

      Dorothy me mira en plan ¿podemos?

      «Vamos a echarles un vistazo a los huevos de plata», digo, una frase que inmediatamente escala a la cima del ranking de cosas más estúpidas que he dicho nunca, seguida muy de cerca por «¿tenéis salsa extrapicante?» y «me gustaba más tu pelo de antes».

      Sabrina la Dependienta nos lleva a la trastienda y lo primero que nos enseña es un huevo de plata Félix Wojnowski de 1954 adornado con gemas únicas e iconografía religiosa.

      «Quizás este sea algo ostentoso, ¿no?», digo dejando claro a todos los presentes en la sala que mi preocupación primordial no es el precio, sino la ostentación.

      «No sé —dice Dorothy—, yo creo que es bonito».

      «Sí —digo—, por supuesto que es bonito, pero ¿no te parece algo ostentoso?».

      «¿Y qué tal este?», pregunta Sabrina. «Es lo que se lleva ahora: está chapado en plata, así que resulta elegante, pero no demasiado recargado».

      Dorothy asiente. «¿Has visto, Peter? Chapado en plata».

      Sonrío y bajo la vista a la etiqueta: cuesta ocho veces más que el huevo de cobre más caro.

      «Sí, son opciones muy buenas», digo. «Vamos a tener que pensárnoslo».

      Pero Dorothy ya ha concluido sus reflexiones. «Quiero llevarme una sorpresa el día de la boda, así que voy a esperarte en el coche. Peter, elijas el que elijas, sé que me va a encantar».

      Sale de la tienda y Sabrina me sonríe y dice: «¿Le echamos un ojo a los de platino?».

      Me da un escalofrío. «Si vieras nuestro apartamento… La gente como nosotros normalmente no tiene esta clase de Huevos Promesa».

      «Bueno, no es raro que el Huevo Promesa sea la pertenencia más preciada que se tiene», repone Sabrina, tratando de ayudar.

      «¿Crees que si escojo el de cobre Dorothy me odiará para siempre?»

      «¡Por supuesto que no! Ha dicho que le gustará el que elijas, sea el que sea, y creo que es importante fiarse de lo que dice la gente».

      Asiento.

      «Dicho esto», por algún motivo continúa hablando, «se le ha iluminado la cara cuando ha visto el Wojnowski».

      Pienso en Dorothy. Me acuerdo de nuestra primera cita, cuando quise llevarla al autocine, pero me rechazaron la tarjeta de crédito. Me sentí un imbécil, pero se le ocurrió que condujésemos hasta la colina para ver la película sin sonido. Nos inventamos los diálogos, lo que por alguna tonta razón resultó ser más romántico y divertido, y aquella noche me prometí que haría lo que hiciera falta para amar a esa mujer durante el resto de mi vida.

      «¿Podría reservar el Wojnowski?», le pregunto. «No puedo permitírmelo ahora mismo, pero quiero comprarlo».

      Sabrina gesticula. «No debería… pero parecéis tan enamorados… Quizás pueda esconderlo en algún sitio un par de semanas». Me guiña un ojo y el corazón se me llena de pajaritos que emprenden el vuelo, y tomo nota mental de que tengo que dejarles una buena review en Yelp y llamar a nuestra primogénita como Sabrina la Dependienta.

      Me meto en el coche y Dorothy me dice: «No me digas cuál has elegido. Quiero que sea sorpresa».

      «No he elegido ninguno», le digo. «He tomado la decisión de ser yo mismo el que fabrique un huevo con cartulinas y limpiapipas».

      «Ja-ja». Y continúa: «No, pero es broma, ¿verdad?».

      «Pensaba que querías que te sorprendiera».

      «Este debe de ser un lugar de trabajo agradable», dice Dorothy. «Te pasas el día rodeado de parejas felices y enamoradas a las que ayudas a planear su futuro juntos».

      Le digo: «Sí, y ni siquiera hace falta un máster en Trabajo Social».

      Dorothy me lanza una mirada en plan Venga, tío.

      Y yo le devuelvo otra en plan ¡Es solo un comentario!

      Y ella me mira en plan ¿Qué voy a hacer yo contigo?

      La buena noticia es que al día siguiente tiene lugar un accidente en la cantera en el que Frankie Scharff se rompe el peroné. No es que sea una buena noticia para Frankie Scharff, quien ya tiene que cuidar de su marido, que tiene una discapacidad, o para Joey Zlotnik, el tío que se encarga de subirse a la escalera para actualizar la señal de días transcurridos desde el último accidente laboral, porque cuando se puso a colocar el cero gigante, se cayó de la escalera y se rompió el peroné; pero sí que son buenas noticias para mí, porque eso significa que puedo hacer turnos extra en la cantera. Lo que también es un arma de doble filo, lo sé, porque cuantas más horas trabaje, más posibilidades habrá de que tenga un accidente y me rompa el peroné, pero tal y como yo lo veo, las ventajas superan a los inconvenientes. Tal y como yo lo veo, las ventajas son:

      1 Me hace parecer una persona ambiciosa y un buen trabajador en equipo a ojos de David y de David el de Dirección.

      2 Me pagan más. Esta ventaja es clave, porque implica que así puedo costear los gastos no previstos que puedan aparecer, como, por ejemplo, que mi prometida de repente decida que quiere un Huevo Promesa Wojnowski o un Coro Aullante en la boda, aunque sepa que son cosas que no habíamos presupuestado.

      3 Me pagan más. Esto está relacionado con la anterior ventaja, pero no es exactamente lo mismo. El anterior «Me pagan más» atiende a motivos prácticos, pero este tiene que ver más con un tema espiritual. Durante el tiempo que pase haciendo horas extra en la cantera podré pensar en que estoy ganando más dinero para así cubrir los gastos de la boda y los de la vida que voy a pasar con mi futura esposa. Esto me produce una sensación positiva, la de ser el sostén familiar, cosa que resulta muy vergonzosa y trasnochada, y si alguien me hiciera preguntas sobre el tema yo lo negaría, pero lo cierto es que sienta bien.

      4 Me ahorro discusiones con Dorothy por cosas de la boda. Este punto me hace sentirme menos bien, pero lo cierto es que conforme más se acerca la boda, más discutimos. Nuestra desavenencia más reciente es si habríamos de participar en la tradicional Semana del Yacimiento con el Gran Cura Kenny Sorgenfrei.

      «Tengo que yacer con el Gran Cura Kenny Sorgenfrei», dice Dorothy, «para que así pueda confirmarle a todo el pueblo mi virginidad».

      «Pero es que no eres virgen», le digo. «No lo somos ninguno de los dos».

      «El tema no es ese», dice. «Es una tradición. Si el Gran Cura Kenny Sorgenfrei no le dice a todo el pueblo que soy virgen, mi madre va a pasar una vergüenza tremenda».

      Así que allá que va ella a yacer con el gran cura y yo a echar más horas en la cantera.

      Voy a visitar a Frankie Scharff a su casa y le llevo un guiso. Quizás no haya sido muy buena idea, porque aunque Frankie se alegra mucho de ver a un colega del trabajo, la situación en sí me deprime bastante. Vive en un apartamento diminuto

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