Aproximación histórica a la relación de la masonería . José Eduardo Rueda Enciso
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de asilo y beneficencia
su interés y su piedad
i son una realidad.98
Algunos hombres públicos, como el conservador y en sus primeros años masón Rufino Cuervo Barreto,99 que en 1822 se vinculó a la logia Fraternidad Bogotana, se preocuparon por conocer a fondo temáticas atinentes a la educación y la caridad; Cuervo lo hizo entre 1835 y 1836 cuando visitó Europa, “en París y en Italia visitó colegios, orfanatos, hospicios y asociaciones de caridad. En París fue admitido en la Société de la Morale Chrétienne que, en torno a su miembro más ilustre, Lamartine, promovió la abolición de la esclavitud, la rehabilitación de los criminales y el desarrollo de las obras de beneficencia”,100 experiencias y conocimientos que al llegar a la Nueva Granada trató de promover.
Otros viajeros, diplomáticos y estudiantes que se preocuparon por la temática de la beneficencia en Francia y otros países del continente europeo, y que de alguna manera influyeron con su conocimiento, experiencia, etc., serían: el médico Bernardino Medina Calderón, quien fue presidente de la Junta General de Beneficencia entre 1883 y 1897. Los conservadores Nicolás Tanco, José Joaquín Borda; los liberales y masones José María Samper Agudelo, Medardo Rivas y Nicolás Pardo.
Algunos de ellos, en diferentes épocas y circunstancias, como José Joaquín Borda, José María Torres Caicedo y el masón Ramón Gómez, copiaron reglamentos y se documentaron sobre las instituciones de beneficencia.101 Importante resaltar que, en el caso de Borda y Torres Caicedo, las copias y demás informaciones se las remitieron al coronel José Anselmo Pineda Gómez, que por la década de los cincuenta estaba formando su importante fondo documental, pero que también era un apasionado por la temática de la caridad y la beneficencia, y sobre todo un permanente donante en cuanto evento de esa naturaleza hubiese.
El inicial desinterés de los liberales por las actividades de beneficencia se hizo evidente en 1850, pues dentro de las reformas de medio siglo, sin dejar de ser de competencia estatal, se disminuyó la fuerza pública y se hizo palpable la intervención del Estado en la beneficencia,102 definida como lo que abraza “la higiene pública, la caridad nacional con relación a males de carácter general, como lazaretos, cuarentenas, y la gratitud debida a los hombres que prestan a la nación grandes e importantes servicios”.103
Desde entonces se tuvo especial cuidado en darle un sustento legal a la beneficencia, la ley del 20 de abril de 1850 declaró como gastos nacionales siete departamentos: Gobierno, Justicia, Guerra y Marina, Relaciones Exteriores, Obras Públicas, Beneficencia y Recompensas, Hacienda y Tesoro.104 Subrayando que, para esa fecha, la beneficencia y la instrucción pública estaban consideradas en un mismo rubro o departamento, sin conocer cómo se repartían los dineros, es probable que la mayor cantidad de recursos se los destinara a la instrucción.
En el espíritu de algunos masones, especialmente de los que militaron en el radicalismo, estaba presente la necesidad de interesarse por actividades relativas a la beneficencia y la filantropía, ya que se consideraban socialistas que debían practicar en extenso el auxilio mutuo y la organización del Estado, según el principio de igualdad. Es así como José María Samper escribió en el periódico La Reforma: “La masonería colombiana debe adoptar un papel paternal, crear un frente laico de beneficencia pública que le garantice a las élites liberales un control de ese mar que se llama pueblo”.105
En Cartagena, por las condiciones particulares de convivencia armoniosa entre los masones y la jerarquía eclesiástica, se adelantaron campañas filantrópicas y caritativas conjuntas, en lo que contribuyó mucho el hecho de que algunos sacerdotes católicos estaban afiliados a las logias existentes en la ciudad, y que la dirigencia civil de Cartagena consideró importante contar con el apoyo y reconocimiento de la institución eclesiástica.106
Es más, en 1867, se fundó en Cartagena la logia femenina Estrella de Oriente, única en su género, que reunió un grupo distinguido de mujeres católicas notables, próximas al Partido Conservador, el cual orientó su quehacer a acompañar las actividades caritativas de algunas asociaciones católicas y a reivindicar el ejercicio práctico de la caridad. Esta logia funcionó hasta 1876.107
En el resto del país las cuestiones atinentes a la beneficencia, la filantropía y la caridad, funcionaron de manera distinta. En la coyuntura del derrocamiento de José María Melo y la postoma de Bogotá, la temática de la beneficencia copó la atención de las autoridades del gobierno central y de las diferentes gobernaciones. No obstante, fue el Partido Conservador y la Iglesia los que impulsaron sociedades de beneficencia y caridad.
De hecho, si tenemos en cuenta el citado decreto del 9 de mayo de 1851, sobre fundación de sociedades y comunidades religiosas, con prohibición de las de la Compañía de Jesús, se le dio un espaldarazo a la formación de las sociedades de caridad, lo que fue aprovechado por los conservadores y la Iglesia católica para erigir tal tipo de sociedades, puesto que tal contubernio utilizó las prácticas asociativas como un instrumento de control social, como una herramienta de vigilancia de las costumbres y proselitismo religioso.108
En efecto, el 31 de enero de 1855, luego de la retoma de Bogotá por las fuerzas constitucionalistas, ad portas de comenzar, el 1° de abril, el gobierno bipartidista de Manuel María Mallarino, se expidió la Ordenanza 231 sobre las Sociedades de Beneficencia y Caridad, la que fue
subdividida en tres secciones: la primera para organizar y mejorar el servicio material del Hospital de Caridad i solicitar recursos para el socorro de los enfermos, la segunda para mejorar i organizar el servicio de la Casa de Refugio, para procurar la educación e instrucción de los espósitos después de la lactancia, i de promover eficazmente la adquisión de limosnas voluntarias i constantes en dinero i efectos para el auxilio i aumento de los fondos de aquel establecimiento, i la tercera para reunir los esfuerzos i solicitar los medios para traer de Europa o de los Estados Unidos i establecer i conservar en ésta capital, el benéfico instituto de las “Hermanas de la Caridad”.109
Se les encargó entonces los establecimientos de la Casa de Refugio y Hospital de la Caridad, entes que “eran auxiliados por una parte de la renta de los diezmos… [subrayando que] antes que se separase la Iglesia del Estado, tenía el Hospital un noveno de los fondos de los diezmos para ayudar a sus gastos; hoy no existe para el Hospital ese noveno, i a los participes de los diezmos no se les deduce nada, por qué dejó de existir el patronato con la independencia de la Iglesia”.110
En 1855, la Casa de Refugio, además de asilar a las mujeres, enseñaba algunos oficios, esencialmente de manufactura, para que las asiladas tuvieran como enfrentar su sustento y contribuyeran al mantenimiento de la Casa. Uno de los principales oficios fue el de cigarreras, a cuyo cuidado se nombraba una mujer experta, en el mencionado año fue nombrada, por el gobernador Pedro Gutiérrez Lee, la señora María Josefa Vivas, quien hasta ese momento se desempeñaba como directora de la Casa de Reclusión en Guaduas. Por su buen comportamiento fue nombrada mayordomo de la Casa, cargo que ejerció hasta 1861.111
Con la erección de las sociedades de beneficencia y caridad se quiso confiar a “los sentimientos filantrópicos y humanitarios de las señoras de Bogotá la mejora del servicio y la conservación de los establecimientos de beneficencia y caridad, y se autorizó al Gobernador de la Provincia la creación de una o más Sociedades de Beneficencia y Caridad, compuesta por las señoras que quieran servir gratuitamente”.112
Al objeto de tales sociedades se lo perfiló así:
Mejorar i organizar el servicio material de enfermos en el Hospital de Caridad; de los espositos i mendigos