Aproximación histórica a la relación de la masonería . José Eduardo Rueda Enciso
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Sin embargo, la masonería no es una asociación exclusivamente filantrópica, pues no solo está dedicada a la caridad y el auxilio al necesitado. Tampoco es una institución de admiración recíproca “establecida con el fin de satisfacer la ambición y la vanidad de los que desean ocupar posiciones elevadas, usar insignias, joyas, epítetos sonoros y retumbantes”.47 Obviamente que no es un club social, ni una organización política, no es una iglesia, ni una orden religiosa.
En los templos masónicos se práctica
el libre examen, se propicia la libre investigación científica, se le rinde culto a la libertad de pensamiento, a la tolerancia por las ideas ajenas y contrarias, es adogmática, respetuosa de la ley del país donde actúa, del Estado de derecho, de la igualdad humana. Es ajena a la frivolidad de nacimientos y circunstancias determinadas por títulos, preeminencias y fortunas. Solo reconoce la superioridad del talento y el ejemplo de vida digno, respetuoso, racional, donde se alberga la tolerancia y el amor al prójimo. Su misión es luchar contra la ignorancia, la ambición y la hipocresía. No es una secta, no es un culto. Es una escuela de moral, un centro de estudios, un taller donde se procura formar líderes y buenos ciudadanos.48
Desde que la masonería especulativa arrancó, a comienzos del siglo XVIII, sus organizadores y promulgadores se preocuparon por organizar un cuerpo destinado a promover acciones benéficas y caritativas. Fue así como, en Inglaterra, en 1724, bajo la égida del Gran Maestro, el duque de Richmond, se organizó la Comisión de Beneficencia y el Instituto de Caridad, constituyéndose un fondo general destinado a socorrer a los hermanos pobres o desgraciados, a sus viudas y huérfanos.49
Entre beneficencia, filantropía y masonería existe una estrecha vinculación, pues los masones, si bien muestran una sincera preocupación por el problema social, acaban decantándose siempre hacia posiciones que preconizan la necesidad de armonizar los intereses de capital y trabajo, de restablecer las buenas relaciones entre patronos y trabajadores, cumpliendo cada uno de sus deberes y derechos. Sus intervenciones en este terreno, por lo tanto, rara vez van más allá de la práctica de la caridad y la beneficencia hacia los más necesitados.50
La estrecha relación entre beneficencia-filantropía-masonería siempre fue considerada por la Iglesia católica como “una careta... como también lo era que se repartieran, distribuyeran y parapetasen en sociedades anodinas de socorros mutuos, con nombres diversos y reglamentos incoloros de idílica simplicidad e inocencia”.51
Por lo demás, dados sus menguados y prácticamente insignificantes recursos económicos, las obras benéficas o caritativas, realizadas por los masones, difícilmente tienen una trascendencia pública. En la mayoría de los casos se vieron limitados a socorrer individualmente a familias indigentes o a miembros de la orden que por distintas razones se encontraban en apuros económicos. Así, en los siglos XVIIII y XIX, el reparto de limosnas de pan o la organización de rifas para fines benéficos eran prácticas habituales en el seno de las logias, aunque también se realizaban para conmemorar algún acontecimiento importante.52
1.3. El liberalismo y la masonería colombiana y su papel en la implantación de la beneficencia
A partir de la década de los treinta del siglo XIX en Francia e Inglaterra y de la de los cuarenta en España, se abrió camino y se hizo realidad la idea que el progreso de la civilización y la industria implicaban importantes costos sociales. Se configuraron entonces dos tendencias irreconciliables frente al desarrollo del catolicismo: la liberal, que pensaba que el pauperismo, la nueva miseria, era un tributo que exige el proceso civilizador; la socialista y comunista, que proclamó la lucha de clases y la revolución social como medios para terminar con la explotación del hombre por el hombre, por lo que la economía social se presentó como el mejor amortiguador de la lucha de clases.53
La pequeña y mediana burguesía, representada por médicos, filántropos, higienistas, economistas, alienistas y otros reformadores sociales, muchos de ellos vinculados a la masonería, se propusieron mediar en la guerra social imprimiendo unas obligaciones que sirvieran de lenitivo a las duras condiciones de vida de los trabajadores. Simultáneamente, propusieron una tutela diversificada de las clases populares que evitara las insurrecciones, las epidemias, los baños de sangre, y redujera y neutralizara su peligrosidad social.54
En la Nueva Granada esas ideas fueron trasladadas. En un primer momento, entre 1845 y 1849, durante el primer gobierno de Tomás Cipriano de Mosquera. A continuación, en el gobierno de José Hilario López, entre 1849 y 1853, con la implantación de las reformas de medio siglo. Además de ser oriundos de Popayán y amigos de infancia, ambos habían combatido en las guerras de Independencia, aunque luego militaron en diferentes bandos, Mosquera en el de Bolívar y López en el de Santander, los dos se vincularon a la masonería. Mosquera ingresó a la logia Los Hermanos del Sur de Popayán en 1821, a los 23 años, alcanzó el grado 33, más adelante jugó un papel fundamental en el crecimiento de la hermandad; López lo hizo en 1834, a los 36 años, en Cartagena, en la logia Hospitalidad Granadina, alcanzó el grado 18, posteriormente, a partir de 1849, fue aceptado en la recién erigida logia Estrella del Tequendama N° 11, de Bogotá, como miembro honorario.55
En torno a las tendencias de concebir el desarrollo del capitalismo, hubo muchas discusiones y enfrentamientos, entre liberales y conservadores, mediando siempre la Iglesia católica. En todo ello la masonería neogranadina tuvo siempre un papel protagónico importante, simultáneamente la beneficencia, poco a poco, fue ganando un espacio.
En efecto, entre 1849 y 1867 los diferentes gobiernos liberales, emparentados con la masonería, no se interesaron mayor cosa por promover la beneficencia, aunque en los nombres de las logias aparecían palabras relacionadas con ella: filantropía, amistad, hospitalidad, caridad, y sus estatutos y principios consagraban actividades acordes. Lo político y lo ideológico marcaron, desde las primeras logias formadas durante la Gran Colombia,56 lo que de alguna manera fue una característica de la masonería colombiana, a diferencia de, por ejemplo, España, donde la masonería a partir de 1820, originariamente había tenido, ante todo, un fin caritativo y filantrópico, solo pasado algún tiempo fue que se convirtió en un instrumento político.57
En el territorio de la actual Colombia, hasta 1867, la situación no había variado mucho desde la Colonia: las labores de caridad eran adelantadas por las comunidades religiosas y por algunas sociedades promovidas por la Iglesia católica. No obstante, en el imaginario de algunos masones neogranadinos existían ciertas inquietudes respecto a la relación entre la masonería, la caridad y la beneficencia. De hecho, en las tenidas, no solo neogranadinas, sino de otros lugares del planeta, siempre fue recursiva una palabra mágica: la caridad masónica, considerada como el lazo de unión de la humanidad.58
Es así como, el 24 de junio de 1850, Salvador Camacho Roldán definió la masonería, entre otras, como
la caridad es la única esperanza de los millones de desgraciados que pueblan la tierra… Caridad, igualdad i amor, he aquí, hermanos míos, los sentimientos que debe inculcar en nuestros corazones i deben ser el norte de nuestra conducta allá en el bullicio de la sociedad profana, como acá en la tranquilidad de este recinto… este taller [debe estrechar] entre nosotros los dulces lazos de fraternidad i amor sincero con que hemos jurado unirnos para siempre, i nos de valor i perseverancia para continuar en la ardua tarea de civilización que hemos emprendido.59
El mismo día, José María Samper proclamó que “la masonería es la República por excelencia,