Aproximación histórica a la relación de la masonería . José Eduardo Rueda Enciso

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Aproximación histórica a la relación de la masonería  - José Eduardo Rueda Enciso Ciencias Humanas

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vino a realizar esos bellos principios redentores para procurar el bienestar de las sociedades”.60

      O como en 1862 lo hizo Mosquera al constituir la Orden Redentora y Gloriosa de Colombia.

      De hecho, cuando a partir de 1849 se vincularon varios jóvenes abogados a la hermandad, lo hicieron, entre otras cosas, porque para entrar a una logia bastaba tener una buena condición económica y estar dispuesto a pagar las cuotas, que eran elevadas,61 y porque “[la masonería], era una institución altamente humanitaria que trabajaba solamente por la fraternidad, la libertad, la caridad, y la ilustración universales, y la acepte con entusiasmo. La idea de formar una asociación que se extendía a través de los siglos por el mundo entero para hacer el bien, sin distinción de razas, religiones ni gobiernos, halagaba mucho mis sentimientos de filantropía y cosmopolitismo”.62

      En general, a nivel mundial, las logias dedicaron esfuerzos a las labores o campañas benéficas: aportes para ayudar a un hermano o hermanos en desgracia, inauguración de colegios gratuitos para niñas, instalación de escuelas de artes y oficios, establecimiento de sala cunas, inauguración de casas de socorro, fundación de sociedades para extinguir la mendicidad, creación de juntas de socorro para atender las necesidades de la clase trabajadora y de los posibles afectados por las epidemias de cólera.63 En la Nueva Granada, y posteriormente en los Estados Unidos de Colombia, también se dieron ese tipo de labores o campañas, pero poca atención se les ha prestado por parte de la historiografía.

      Cada logia administraba un fondo para los pobres, también conocido como de beneficencia. Es así como, desde los comienzos en 1846-1849, la logia Estrella del Tequendama contó con recursos para auxiliar a los necesitados, representados en el tronco de los pobres, que consistía en una limosna que se recogía al terminar cada tenida, cuyo monto se repartía a la salida del templo masónico.

      Cuando un masón era investido con un grado superior al 18, siempre se tuvo en cuenta que “el gozo y el bien son expansivos, a reglón seguido, se determinaba sacar del fondo común de beneficencia una suma destinada a una logia, normalmente en la que el masón había sido iniciado”.64 Igualmente, se recolectaban fondos “para socorrer a hijos de viudas y a hermanos pobres en desgracia”,65 que eran repartidos en “secreto, sin ruido y ostentación”.66 Pues, para ser masón, había que demostrar docilidad a las disposiciones sobre la protección recíproca entre hermanos.67

      Obviamente que, cuando un hermano se encontraba en dificultades, se hacía lo posible para socorrerlo, por ejemplo, en la tenida del 11 de marzo de 1881 de la logia Propagadores de la Luz, se acogió la idea de su similar, la del Tequendama, de adelantar una colecta en favor

      del joven Luis Merizalde afligido de elefancia. El Venerable quiso explorar la voluntad de los hermanos presentes para saber cual o cuales querían hacerse cargo de la comisión. El Hermano Victoriano Peña propuso hacer imprimir una esquela implorando la Caridad de los hermanos miembros activos en favor del joven que la ha solicitado. El Venerable ofreció hacer la impresión de las esquelas sin costo alguno, en lugar de la cuota que le corresponda.68

      Las logias sirvieron también para prestar dinero a los hermanos que pasaban apuros económicos. Es así como, el 29 de agosto de 1867, en el seno de la logia Propagadores de la Luz, el tesorero Antonio Clopatofsky manifestó “que hacía presente al taller, que… se ha dirigido al Hermano Rafael Mendoza con el objeto de indicarle la necesidad que hai para que el expresado Hermano reintegre al Tesorero de la Logia la cantidad de cien pesos que se le dieron en calidad de préstamo por el término de dos meses”.69 En la tenida del 19 de septiembre se informó que Mendoza había tenido inconvenientes para reintegrar el mencionado préstamo, pero que ya lo había cancelado.

      Entre 1849 y 1850, el país sufrió una epidemia exógena70 de cólera morbus que tuvo sus primeros síntomas en la costa Atlántica, entre julio y agosto de 1849, y se fue extendiendo por el río Magdalena a lo largo del país. Entre abril y mayo de 1850 hizo su aparición en Bogotá, situación que obligó al Estado a organizar las actividades de beneficencia y contó con la colaboración de la recién reabierta masonería del centro del país.

      El cólera morbus asiático había pasado de la India a Europa en 1831. Para 1833 llegó a Estados Unidos, Chile y otras naciones americanas, dejando a su paso miles de muertes, y amenazaba con llegar a la Nueva Granada, por lo que el gobierno trató de tomar medidas preventivas y solicitó recomendaciones a la Facultad de Medicina de la Universidad Central de Bogotá, que a su turno nombró una comisión compuesta por los profesores Benito Osorio y Manuel Niño para redactar una memoria sobre el cólera morbus. Los dos galenos definieron la enfermedad como contagiosa y propusieron la adopción de un cordón sanitario o cuarentena, sugerencia que fue acogida y puesta en práctica por el gobierno, pero que causó alarma y molestias en la población.

      La memoria pasó al Tribunal Médico, cuyo censor era el médico Antonio María Silva Fortoul, tío abuelo del poeta José Asunción Silva Gómez. El destacado censor recibió la memoria con el encargo de que la analizara y diera su concepto, el cual fue adverso. Osorio y Niño respondieron airadamente, y se entabló una encarnizada polémica en la que se enfrentaron dos escuelas médicas: Silva era partidario de la escuela fisiológica del doctor Broussais, que consideraba que el cólera no era una enfermedad que se trasmitiera por contagio, sino que era una modalidad de gastroenteritis enteramente aguda, que se extendía desde la garganta hasta el último intestino, la que debía ser controlada con medidas pertinentes, opiniones que contradecían la cuarentena recomendada por la comisión de la Facultad, por lo que causaron la burla y el rechazo de parte de la mayoría de los médicos.71

      Entre 1839 y 1842, durante la Guerra de los Supremos, se presentó una epidemia de viruela. En 1840, la viruela anduvo a sus anchas por Cartagena, contribuyendo aún más a las condiciones de pobreza y precariedad de la población. Tanto en Cartagena como en el resto del país se cumplió una campaña contra la viruela, cuyo enfoque principal fue adelantar la vacunación masiva de la población, en la que participaron los jóvenes médicos Antonio Vargas Reyes y Antonio Vargas Vera, quienes, a partir de entonces, se destacarían en el ejercicio de la medicina, en el establecimiento y consolidación de la profesión como disciplina académica, en el fortalecimiento de las actividades de beneficencia y filantropía, ambos se vincularían a la masonería en 1850. En 1842, según parece por motivos políticos, Vargas Reyes, que había participado en los ejércitos rebeldes durante la Guerra de los Supremos, tuvo que viajar a París.

      Al presentarse los primeros brotes del cólera en la costa Atlántica, los diferentes estamentos sociales, políticos y económicos del interior del país trataron de tomar medidas preventivas para evitar la difusión y contagio. Es así como, entre 1849 y 1850, al discutirse qué medidas preventivas debían tomarse, los estamentos científicos y sanitarios se inclinaron por el concepto emitido por Silva Fourtoul en 1833, se enfatizó especialmente en la inconveniencia del aislamiento, se debían tomar medidas de seguridad, mejorar la salubridad, cuidar la higiene, aumentar el aseo. Sin embargo, no se sabía exactamente la causa o causas, la que solo en 1884 fue dada por Roberto Koch, quien descubrió que el cólera morbus era producto de una bacteria, el vibrión colérico, lo que implicó que al fin se pudieran adoptar medidas preventivas que pudieran erradicar la enfermedad en su origen.

      La epidemia de cólera de 1849 causó grandes estragos en la ciudad de Cartagena, prácticamente la diezmó, pues de 12 000 habitantes que tenía la ciudad, durante las seis semanas que duró, el cólera cobró 4000 víctimas, es decir una tercera parte. Durante esas semanas, varias veces al día se disparaban los cañones desde las plazas para intentar purificar el aire, se hacían fumigaciones

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