Aproximación histórica a la relación de la masonería . José Eduardo Rueda Enciso
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Es interesante el planteamiento de Loaiza sobre la poca presencia de la sociabilidad católica en la costa Atlántica, donde, parece, la alianza entre los masones y la Iglesia católica había hecho definitivamente superflua la utilización de instrumentos asociativos adicionales.18 No obstante, nos parece que se quedó corto en exponer la sociabilidad liberal, primordialmente en lo relativo a la beneficencia, pues, quiérase o no, fue la forma particular que adoptó la masonería radical, para contrarrestar la acción de la caridad conservadora, y sobre todo para rebatir y enfrentar los estigmáticos conceptos que sobre la masonería habían consagrado las encíclicas del pontífice Pío IX.19 Despacha fácilmente la cuestión afirmando que las juntas de beneficencia tuvieron existencia efímera, particularmente creemos que esa apreciación no es cierta.
El aparte dedicado a la contribución de las mujeres a la sociabilidad conservadora contiene una interesante presentación de la Asociación del Sagrado Corazón de Jesús, en donde Loaiza resalta que esa asociación jugó un papel importante en el crecimiento de la mujer como ente social, pues con ella se inició una etapa más autónoma en la que las matronas católicas dejaban de ser un simple apoyo de las actividades de la Sociedad de San Vicente de Paúl.
La nueva asociación femenina distribuía sus tareas en cuatro secciones: reformadora, catequista, celadora y la de caridad.20 Sociedad esta que tuvo un notorio crecimiento, dado que, en 1868, cuatro años después de su fundación, contaba con mil socias que cumplían labores no solo en Bogotá, sino en algunos de sus pueblos aledaños, extendiéndose luego a las ciudades que desde los tiempos coloniales habían sido centros urbanos: Bogotá, Pasto, Popayán, Cartagena, y proyectándose en los Estados de Cundinamarca y Antioquia. En diez años (1864-1875) alcanzó a tener 30 filiales, y en 1882 contaba con 39.
En general, los establecimientos de beneficencia cuentan con una mediana historia institucional. El Hospital de Caridad, o San Juan de Dios, es el que tiene una mayor cantidad de estudios, principalmente el exhaustivo trabajo de la profesora Estela Restrepo Zea: El Hospital San Juan de Dios, 1635-1835. Una historia de la enfermedad, pobreza y muerte en Bogotá (2011), que es una estupenda síntesis de los trabajos históricos anteriores sobre la institución, por lo que contiene una importante base de fuentes primarias y secundarias con la que logró reconstruir una historia sobre los fundamentos, transformaciones y crisis de un modelo de atención hospitalaria que se debatió entre la caridad privada eclesiástica y la atención pública estatal, que, para nosotros, es la diferencia fundamental entre caridad y beneficencia. Evidencia la situación asistencial y las prácticas médicas de la época colonial y de la era republicana, como también la preocupación moral y económica por insertar a los vagos, los menesterosos, etc., en la fuerza laboral. El libro oscila entre la historia particular del hospital y la historia de la medicina, de la higiene o salud pública, en diferentes momentos del período que comprende el estudio.
Desde los años ochenta del siglo pasado, en nuestro medio cobró importancia la historia social de la ciencia, modalidad que ha permitido abordar el entronque de la medicina con la ciencia y la sociedad, y ampliar mucho más la base bibliográfica. Es así como los trabajos de los doctores Emilio Quevedo21 y Hugo Armando Sotomayor Tribín, como los del sociólogo Néstor Miranda, han avanzado en el análisis de la historia de la medicina. De igual forma, los miembros de la Academia Colombiana de Medicina han contribuido con sugestivos escritos sobre los médicos, el desarrollo institucional, etc.
Una de las principales animadoras de la historia social de la ciencia ha sido la doctora Diana Obregón Torres. Su más importante y representativo trabajo Batallas contra la lepra: Estado, medicina y ciencia en Colombia (2002), junto con el de Jorge Tomás Uribe Ángel, Las reformas administrativas para el tratamiento de la lepra en la segunda mitad del siglo XVIII (1999), ha conseguido ampliar el estudio de la lepra en Colombia, desde la época colonial al presente. Recientemente, la antropóloga Claudia Platarrueda Vanegas y la historiadora Catherín Agudelo Arévalo lograron compilar una importante base documental, consignada en Ensayo de una bibliografía comentada sobre lepra y lazaretos en Colombia, 1535-1871: representaciones, prácticas y relaciones sociales (2004), que le sirvió a la primera para escribir su monografía de maestría en Antropología Social y luego convertirla en libro: La voz del proscrito. Experiencias de la lepra y devenir de los lazaretos en Colombia (2019), interesante intento por historiar el Lazareto de Contratación en el departamento de Santander, trabajo que tiene un alto grado de carga emocional, de memorias familiares y personales, se centra mucho en los prejuicios, los escrúpulos y la exclusión que tuvieron que enfrentar los enfermos confinados. Tiene un alto componente de la obra de Obregón Torres, por lo que en algunos momentos se acerca al tema que nos interesa, el de la relación de la masonería con la beneficencia. Es así como, por ejemplo, señala que
Obregón ha mostrado que, en Colombia y desde temprano en la Colonia, se consideró a la lepra como una enfermedad especial y, como ninguna otra, necesitó de un aparato normativo y administrativo complejo para manejarla. Aunque el influjo de la acción católica sobresalió en la administración de la lepra, así mismo lo hicieron los esfuerzos gubernamentales por regular un espacio social donde modelos como la caridad, la filantropía, la beneficencia... pudieron expresarse y ocupar los lugares complementarios.22
Sin embargo, en casi todos esos trabajos poco o nada se habla de la vinculación de la masonería con los médicos, o viceversa, en la formulación de políticas, etc., que ha sido nuestro propósito. Sin dejar de mencionar que, en una charla informal con Néstor Miranda, él me comentó que el doctor Quevedo tenía información y reflexiones al respecto, pero hasta el momento no los había hecho públicos.
El mismo año de la publicación de su tesis doctoral, Loaiza Cano fue colaborador del tomo I de la Historia de la vida privada en Colombia. Las fronteras difusas del siglo XVI a 1880, dirigida por Jaime Borja Gómez y Pablo Rodríguez Jiménez, con el artículo “El catolicismo confrontado: las sociabilidades masonas, protestantes y espiritistas en la segunda mitad del siglo XIX”, en el que amplió algunos aspectos del devenir del espiritismo durante el siglo XIX, como de las prácticas asociativas, destacando su influencia cultural y política en la esfera pública; toca entonces su incidencia en la caridad y su relación con la Iglesia católica y el Partido Conservador a partir de la erección de la Sociedad de San Vicente de Paúl en 1857.
Muy sugerente es el planteamiento de que el espiritismo fue una práctica asociativa que se separó de los círculos de la ortodoxia católica, y de alguna manera intentó ocupar espacios que hasta entonces habían sido dominio exclusivo de la Iglesia católica, especialmente la experimentación de acontecimientos sobrenaturales.
Loaiza Cano retomó un aspecto planteado por Jean-Pierre Bastian y otros autores en un volumen editado a principios de la actual centuria,23 el de la laicidad institucional o política, y la secularización social a contrapelo de la religión católica, lo que implicó la separación entre el Estado y la Iglesia, muy influida por las fuentes teóricas norteamericanas, pero esencialmente francesas, que condujo a un choque frontal entre el poder temporal y el de la Iglesia.
Tanto Bastian como Loaiza Cano coinciden en que, durante el siglo XIX, en las sociedades latinas de Europa y América, se experimentó, a pesar de la Iglesia católica, una modernidad religiosa, pero que, ante el intento de construcción de un Estado nuevo y moderno, laico y civil, se transformó, por el influjo de los nuevos tiempos, en una Iglesia católica romanizada y reformada, dispuesta a luchar contra aquellos que consideraba errores del mundo moderno, lo que se plasmó en 1864 con la publicación del Syllabus de Pío IX, el que se condenaron 80 errores, entre los que fueron incluidos la masonería, el liberalismo, el progreso, la civilización moderna y la separación entre el Estado y la Iglesia.
En efecto, de haber sido una religión totalizadora en la etapa colonial, luego de los cambios revolucionarios