Autobiografía de un viejo comunista chileno. Humberto Arcos Vera

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Autobiografía de un viejo comunista chileno - Humberto Arcos Vera

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la elección del presidente, todos nos pusimos en campaña de alianzas. No solo nosotros, sino todas las delegaciones latinoamericanas intentaban contactar a los africanos, los europeos y los de la RDA, que si bien no presentaban candidatos, igual votaban.

      Ganamos los latinoamericanos. Y yo, como “presidente de los jóvenes del mundo” en esa escuela, me sentía “el descueve”, como decíamos entonces, “la raja” como dicen ahora. En todo caso, la verdad es que solo me correspondió cumplir tareas protocolares en esa función. Y atendiendo al análisis de mis camaradas respecto a las razones que estaban detrás de mi elección, siempre intentaba hacer las intervenciones más breves posibles. Pero cuando me pasé de la raya fue para el 18 de septiembre. La intervención del representante del PCUS fue larga, con análisis político del mundo y de Chile en un español lleno de acento; la del representante de la dirección de la escuela, con traductor –lo que alarga más el asunto–, y , al final, yo: “En Chile en esta fecha nos dedicamos a comer y a tomar. Así que ¡salud!”, dije mientras agarraba un vaso. Junto con entusiastas aplausos, conseguí que todos nos pusiéramos manos a la obra.

      La escuela fue una experiencia muy valiosa para mí, tanto por las materias que estudiamos como por la convivencia con personas de otras nacionalidades. Me impresionaron los mexicanos, muy choros; los argentinos, muy cultos, y los africanos, inteligentes y muy dotados para aprender idiomas. Había personas de Mozambique, Nueva Guinea, Angola, Etiopía, Somalia y todos, al poco tiempo, conversaban con nosotros en español y con los dueños de casa en alemán, no perfecto, bien chapurreado, pero que les permitía comunicarse y hacerse entender. Este tiempo también me abrió relaciones con gente de la RDA que después, en dictadura, me fueron muy útiles. El año de la escuela se me pasó volando.

      Pero ahí, en la RDA, tuve otra experiencia que me impactó mucho. Yo tenía hemorroides (que atribuía a los efectos de mi trabajo en soldaduras) y estando en la escuela empecé a defecar con sangre. Me llevaron a un hospital y decidieron operarme. Tenían que colocarme una anestesia general y me pusieron una máscara para que respirara. De pronto me vi en un túnel, de esos que hay en las minas, avanzando sobre una especie de correa transportadora. Y empecé a visualizar a toda mi familia –abuela, madre, padre, hermanos, Estela, hijos–, a camaradas de la Juventud y el Partido, de Concepción y Valdivia, y a compañeros de los sindicatos. Lo único que quería era tirarme de la correa transportadora, salir de ella como fuera y, de repente, desperté. Estaba rodeado por los médicos, que me miraban un poco sorprendidos. El traductor me explicó que me habían dado por muerto, pues yo no tenía ningún signo vital. Cuando conversaban sobre qué podía haber causado mi muerte, yo abrí los ojos y volví a la vida. Después de un tiempo me operaron, pero esta vez me anestesiaron poniéndome una inyección en la vena y no sufrí ningún problema. Esa experiencia me dejó traumado: incluso años después en Chile, cuando me acordaba, me preguntaba si estaría realmente en mi patria y me pellizcaba para cerciorarme de que era real lo que vivía.

      Regresé a Chile a mediados del 67 y me correspondió hacerme cargo de la secretaría regional de la Juventud en Concepción. Me encontré con que, por una parte, empezaban a reactivarse los trabajadores (habían quedado un poco desarmados después de la derrota electoral del 64) y, por otra, el movimiento estudiantil daba peleas importantes en la Universidad de Concepción. En ellas se fue destacando una notable generación de dirigentes, todos ellos estudiantes de Medicina y militantes del MIR, Movimiento de Izquierda Revolucionaria: Miguel Enríquez, Bautista van Schouwen, ambos provenientes de la Juventud Socialista, y un líder tremendamente carismático, exmilitante de la Jota, Luciano Cruz. Ellos llevaban la voz cantante en las movilizaciones universitarias y, en el II Congreso del MIR, en 1967, fueron elegidos como los principales dirigentes de su organización. Se planteaban contra las elecciones y creían que había que preparar las condiciones para la lucha armada a fin de tomar el poder para los trabajadores. Esas ideas, que al calor de la Revolución cubana y de la heroica gesta de Ernesto Che Guevara en Bolivia encontraban muchos oídos receptivos en la juventud estudiantil, eran contrarias al camino que impulsaba nuestro Partido y teníamos una discusión permanente contra ellas.

      Nuestro centro seguía estando en la organización de los trabajadores y los pobladores para luchar por la solución de sus problemas pero, a la vez, aprovechábamos las instancias electorales. En ese año 67 se celebró la elección municipal y nuestro Partido, a nivel nacional, representó casi un 15% del electorado, algo más que nuestros socios, los socialistas, pero bastante menos que la Democracia Cristiana, partido que recibió la mayor votación, por sobre el 35%. En Concepción nos fue bastante bien, sacamos regidores en todas las comunas y en Lota ganamos la alcaldía. Recuerdo que en la Jota estábamos muy orgullosos porque una candidata, mujer y de la juventud, Norma Hidalgo, fue elegida regidora en Coronel.

      Y en el año 68, poco después de que naciera nuestro tercer hijo varón, José Greene, el “Pepe”, me plantearon una nueva tarea partidaria: hacerme cargo de la secretaría regional del Partido en Valdivia. Dejaba la Juventud para asumir una responsabilidad mayor, esto me pesaba un poco, pero volvía a mi ciudad natal, donde todavía estaba mi madre, lo que era una gran alegría. Así que hicimos las maletas y con toda la familia nos instalamos en la vieja casa de mis padres. Después de un tiempo, sin querer queriendo, Estela nuevamente quedó embarazada, esta vez de nuestro último hijo varón, Delfín Volodia, que arribó en Valdivia el 1 de noviembre del 69.

      Al llegar a Valdivia me encontré con el Partido en una situación complicada. Bernardo Araya, un respetado dirigente del Comité Central, secretario regional anterior, tuvo que trasladarse a Santiago y, en su lugar, quedó otro compañero que no estuvo a la altura. Primero, manejó las platas del Partido de una manera muy poco clara, por no decir derechamente, de manera corrupta. En el Partido de Valdivia había seis funcionarios, él viajaba mensualmente a Santiago para retirar los dineros de sus sueldos. Pero en Santiago usaba esa plata para comprar mercaderías que después vendía en Valdivia, por lo que, al llegar al sur, no pagaba los sueldos en una fecha determinada, sino en la medida en que iba haciendo sus negocios. Huelga decir que, además de complicarles mucho la vida a los camaradas funcionarios, el secretario regional subrogante no destinaba la ganancia que obtenía a financiar actividades del Partido ni tampoco la repartía entre todos los funcionarios, sino que se la echaba directamente al bolsillo.

      Pero además había otro problema. En la dirección regional este sujeto les había dado un peso grande a compañeros vinculados a la masonería, que se coordinaban entre sí y prácticamente orientaban, casi como fracción, todo el trabajo partidario. Había una gran preocupación por los pequeños empresarios, por los artesanos, por los sectores medios, lo que estaba bien, pero lo que no era aceptable es que se descuidara totalmente el trabajo con los obreros, con los pobladores y con los campesinos chilenos y mapuches.

      Les planteé estos problemas a los compañeros del Comité Central y me enviaron a uno de sus integrantes del carbón, muy bueno. Él me hizo algunas sugerencias y recomendaciones, y me respaldó plenamente para que adoptara algunas medidas de reorganización, la primera, echar del Partido al compañero que había caído en prácticas corruptas. Y entonces, aprovechando mis experiencias anteriores, recurrí a los jóvenes (de esos tiempos): Teillier, el actual diputado y presidente del PC, era un estudiante de Castellano en la Universidad Austral, con harto prestigio. Conversé largamente con él y lo convencí para que dejara sus estudios y trabajara como funcionario, como encargado de las finanzas del regional. A Nelson González, el “Pata de lancha”, otro estudiante, lo convencí de que aceptara ser encargado del Comité Local. Al secretario de la Juventud lo entusiasmé para que tomara el frente campesino y, en la Jota, quedó reemplazándolo otro cabro muy bueno, Abernego Mardones.

      Hubo un vuelco en el trabajo: salíamos a todas las localidades de la provincia, armábamos organizaciones del Partido o sindicales en todas partes. Se notó el influjo de la sangre joven, pero todo fue posible gracias a las enseñanzas que nos dieron viejos muy nobles. Y quiero contarles sobre uno de ellos.

      El Partido designó como candidato a diputado por la zona a Juan Campos. Era un viejo sindicalista,

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