Autobiografía de un viejo comunista chileno. Humberto Arcos Vera

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Autobiografía de un viejo comunista chileno - Humberto Arcos Vera

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bandera, más bien para ayudar a marcar presencia y aprovechar la campaña a fin de dar a conocer los planteamientos del Partido. Con Juan Campos, cualquier día, íbamos caminando por las calles de Valdivia (o de otras localidades de la provincia) y de repente nos decía: “En esta esquina, camaradas”. Se detenía y empezaba a hablar en la esquina sobre las elecciones y lo que queríamos los comunistas. Tal como lo hacen los evangélicos hoy en día, sobre todo en los pueblos, así lo hacía Juan Campos. Y lograba que algunos curiosos se detuvieran y escucharan nuestros argumentos. Después nos empujó, a los jóvenes que lo acompañábamos, a que también hiciéramos uso de la palabra. Yo tenía alguna experiencia como orador por mis tareas en el frente sindical, pero a otros les costaba mucho, les daba una vergüenza tremenda (entre ellos a Teillier). Entonces Juan Campos estableció una norma: cada vez que se incorporaba un integrante nuevo al grupo de los “oradores” de las esquinas, invitaba a celebrarlo a un restaurante con un sándwich, una cerveza o un potrillo de tinto. Y ahí hacía la evaluación de los discursos, sugiriendo temas que podíamos usar en las próximas oportunidades y, a la vez, haciéndonos recomendaciones respecto a la forma que debían adoptar nuestras intervenciones. Fue un maestro que nos ayudó, en la práctica, en nuestro desarrollo como dirigentes políticos, capaces de hablar de cara al pueblo.

      También tomábamos decisiones poco tradicionales, buscando mejorar el trabajo. Por ejemplo, el Partido a nivel central nos proporcionaba una cantidad de dinero mensual para arrendar vehículos y poder salir a trabajar en la campaña presidencial del 70. Discutimos el asunto, nos asociamos con una camarada y le propusimos armar una compraventa de autos. En vez de arrendar vehículos, juntamos un poco de plata y los compramos, usados, claro. En el día estaban los autos y camionetas en el negocio, pero al cerrar el local en la tarde, justo en las horas en que se podían hacer las reuniones, disponíamos de todos los vehículos de la compraventa para poder repartirnos y trasladar a los dirigentes. Total que la camarada ganó sus pesos, y el Comité Regional, muchos más vehículos para el trabajo partidario de los que habría dispuesto si nos hubiéramos limitado a arrendarlos.

      En la Unidad Popular se barajaban cuatro candidaturas para la Presidencia de la República. Estaban el independiente Rafael Tarud, senador por Talca; el exministro y también senador Alberto Baltra por el Partido Radical; el representante del MAPU5, el ingeniero agrónomo Jacques Chonchol; Salvador Allende por los socialistas, y por el Partido Comunista, nuestro gran poeta Pablo Neruda. Como dirigentes del Comité Regional del Partido nos reunimos con todos ellos y conversamos sobre los problemas de nuestra región, pero siendo comunistas, por supuesto que organizamos una marcha y un acto en la plaza a favor de la candidatura de Pablo Neruda. Y en eso estábamos, cuando el coronel de Carabineros a cargo de las fuerzas policiales me señaló con el dedo y ordenó que me detuvieran. Así que fui a parar a la comisaría, siendo el único detenido del acto, y estuve allí hasta la medianoche. Lo insólito del caso, además de no existir ninguna razón valedera para la detención, es que ese coronel era Aldo Rojas Morales, hermano de nuestro camarada Rodrigo Rojas, miembro de la Comisión Política y director del diario del Partido, El Siglo. Tal vez, para este coronel la detención del secretario regional del PC demostraba ante sus superiores que él no tenía nada que ver con las ideas políticas de su hermano.

      Pero volviendo a las elecciones, la Unidad Popular finalmente resolvió que su candidato sería Salvador Allende. Y todos nos pusimos en campaña. Y al calor de la campaña también se recompuso el vínculo con mi hermano Pancho. Llegó un día a la sede del regional del Partido con siete trabajadores de Ferrocarriles, pidiendo ser incorporados como militantes comunistas. Por supuesto, los aceptamos y organizamos una ceremonia para entregarles sus carnés. El episodio me sirvió para recapacitar: compartiendo la misma causa con mi hermano, con los tremendos desafíos que se venían por delante, ¿qué sentido tenía mantener resentimiento por una vieja rencilla familiar? Y el modo que habíamos tenido de relacionarnos cambió para bien.

      Rememorando las actividades de la campaña, ¿cómo no recordar al locutor de tantos actos, de esta y de las anteriores, a ese querido actor, Roberto Parada? No solo abría los actos y presentaba a los artistas y oradores que correspondía, sino que además nos regalaba, con su vozarrón inolvidable, algunos poemas de Fernando Alegría. Entre ellos nos resulta inolvidable, a todos los que fuimos sus oyentes, esa extraordinaria versión del “Viva Chile Mierda”. Nos identificábamos con el poema, que nos llenaba de amor y orgullo por nuestra patria, nuestro pueblo, nuestra historia, nuestras catástrofes. Pero era la expresión, las tonalidades y la fuerza con que lo recitaba Parada las que hicieron que este recuerdo sea uno de los que no se borran6.

      Las tareas electorales las asumimos trabajando a mil por hora, con entusiasmo, con creatividad, muy vinculados a los problemas de los trabajadores y luchando por su solución. Llamábamos a votar por Allende. Nuestra fuerza crecía. Por ejemplo, logramos que un camarada comunista fuera el presidente del sindicato de Immar, mi vieja y querida empresa, donde aprendí a soldar.

      En el frente campesino, cuando llegó el 4 de septiembre de 1970 teníamos tomados 59 fundos. No eran tomas para exigir tierras, eran para exigir que se cumplieran las leyes laborales con los trabajadores del campo, que se les pagara la previsión social, los días festivos y los reajustes legales. Y ese 4 de septiembre por fin ganamos.

      Fue una alegría inmensa para nosotros. Sabíamos que en el círculo de los empresarios había preocupación y hasta susto, pero nosotros estábamos alegres. No éramos solo nosotros los que mirábamos con optimismo el futuro de nuestra patria. Creo que la inmensa mayoría de nuestro pueblo, sobre todo después de que Radomiro Tomic y la Juventud Democratacristiana reconocieron el triunfo de Allende, miraba con esperanzas lo que venía.

      Espontáneamente se armó una manifestación multitudinaria en la plaza principal de Valdivia, ordenada, tranquila y alegre. Allí escuchamos, por un sistema de parlantes, las palabras que Salvador Allende le dirigía al pueblo en Santiago y a todo Chile, desde un balcón del local de la FECH, la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile, en la Alameda, casi al frente del cerro Santa Lucía. Todos escuchábamos en silencio, con una atención profunda y compartida, cada una de sus palabras. Nos llegaba al corazón cuando decía que “la juventud de la patria fue vanguardia en esta gran batalla, que no fue la lucha de un hombre, sino la lucha de un pueblo”.

      Y cómo no emocionarse al recordar lo consecuente que fue con lo que dijo esa noche de victoria:

      Desde aquí declaro, solemnemente, que respetaré los derechos de todos los chilenos. Pero también declaro, y quiero que lo sepan definitivamente, que al llegar a La Moneda, y siendo el pueblo gobierno, cumpliremos el compromiso histórico que hemos contraído de convertir en realidad el programa de la Unidad Popular.

      Y cuando nos advertía sobre lo que se venía:

      Si la victoria no era fácil, difícil será consolidar nuestro triunfo y construir la nueva sociedad, la nueva convivencia social, la nueva moral y la nueva patria. Pero yo sé que ustedes, que hicieron posible que el pueblo sea mañana gobierno, tendrán la responsabilidad histórica de realizar lo que Chile anhela para convertir a nuestra patria en un país señero en el progreso, en la justicia social, en los derechos de cada hombre, de cada mujer, de cada joven de nuestra tierra.

      Nos llamó a comportarnos esa noche y en el futuro cercano:

      Yo les pido que esta manifestación sin precedentes se convierta en la demostración de la conciencia de un pueblo. Ustedes se retirarán a sus casas sin que haya el menor asomo de una provocación y sin dejarse provocar. El pueblo sabe que sus problemas no se solucionan rompiendo vidrios o golpeando un automóvil. Y aquellos que dijeron que el día de mañana los disturbios iban a caracterizar nuestra victoria, se encontrarán con la conciencia y la responsabilidad de ustedes. Irán a su trabajo mañana o el lunes, alegres y cantando, cantando la victoria tan legítimamente alcanzada y cantando al futuro.

      Les pido que se vayan a sus casas con la

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