Autobiografía de un viejo comunista chileno. Humberto Arcos Vera

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Autobiografía de un viejo comunista chileno - Humberto Arcos Vera

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tenía muchas actividades. En el plano sindical, trabajaba en dos frentes. Por un lado, mi sindicato, el interprovincial de soldadores, estaba afiliado a la Asociación de Sindicatos Cristianos (la Asich) y funcionábamos en su sede, cerca de la estación de ferrocarriles en Conce. Y, por otro, fui elegido secretario de organización de la CUT en Concepción. Para mí esto no era problema. En la Asich habían unos cabros cristianos súper buenos, vinculados a la Iglesia y muy consecuentes con los trabajadores. Siempre he pensado que los trabajadores somos trabajadores y tenemos que unirnos en función de nuestros problemas y no preocuparnos por lo que cada uno piensa o cree. Yo entendía que la CUT no se afiliaba a ninguna de las tres grandes centrales internacionales precisamente para no abanderizarse con una central y su ideología y dar cabida a todos los pensamientos en función de los intereses comunes.

      En el plano familiar, traje a la familia desde Laja a Concepción. Yo era ordenado con las platas, ganaba bien y ahora tenía menos viajes. Eso me permitió ahorrar. Al poco tiempo compramos un terreno y unos meses más tarde adquirimos una casa prefabricada. La primera casa propia de mi familia fue la de Concepción.

       Capítulo IV 1965 -1970: aunando fuerzas (Concepción, República Democrática Alemana, Concepción y Valdivia)

      El año 1965 trajo la alegría de la casa propia para mi familia, pero todavía teníamos la pena de la derrota de Salvador Allende en las elecciones presidenciales del año anterior. Aunque más o menos la esperaba, porque la derecha había abandonado a su candidato, Julio Durán, para apoyar al candidato demócrata cristiano, Eduardo Frei Montalva, igual dolió. Más que nada dolió por ver la tristeza de tantas compañeras y compañeros que se habían hecho ilusiones y soñaban que pronto empezaríamos a construir una patria distinta, más justa, más de todos.

      Pero analizando las cosas en nuestras reuniones, políticas y sindicales, fuimos levantándonos el ánimo de nuevo. La derecha tuvo que abandonar sus banderas, respaldar a un candidato que ofrecía la “Revolución en libertad”, planteaba la “reforma agraria” y la “chilenización del cobre”: eso nos mostraba que seguíamos avanzando y que nuestras ideas eran recogidas, cada vez, por más gente. Como creíamos y decíamos en esos años, a pesar de lo ridículo que hoy pueda parecer, “los vientos de la historia soplaban a nuestro favor”. Y seguimos trabajando en los dos frentes, el político y el sindical, con tanto ánimo y tanto empeño como siempre.

      En lo laboral, me aburrió la seguidilla de despidos y reintegros en la ENAP y terminé cambiándome, para seguir como soldador. En lo familiar, en esta lucha permanente entre el distanciamiento afectivo con Estela y las ganas utópicas de que todo pudiera volver a ser como al principio, se gestaron nuevos miembros en la familia. El 4 de abril del 66 llegó Santiago Vladimir, el “Chago”. Lo de Vladimir lo pueden adivinar, era mi modesto homenaje a Vladimir Ilich Lenin. Pero lo de Santiago seguro que no sospechan. Entre todas las cosas que leía, también estudiaba las luchas en mi patria. Y descubrí que a mitad del siglo XIX había existido una Sociedad de la Igualdad donde, además de Francisco Bilbao, había estado Santiago Arcos. Se me metió en la cabeza que tal vez de ese apellido venía la fuerza que nos impulsó a luchar por la igualdad, a mi padre y a toda mi familia. Así que “Chago” era también un homenaje a ese prócer del siglo XIX.

      Pero cuando estaba por nacer, me vi enfrentado a tomar una decisión bien difícil. Me pidieron que dejara de trabajar en la producción y pasara a ser funcionario de la Juventud a tiempo completo. Esto me significaba una gran merma económica. Como soldador estaba sacando 3.200 escudos mensuales y en la Juventud, después de un duro regateo, solo podían ofrecerme 720, 20 escudos más de lo que sacaba el secretario general. Como que no calzaba bien una familia creciendo y sus ingresos disminuyendo. Vacilé, pero acepté. Para mí lo más importante era la organización y la lucha de los trabajadores para cambiar Chile, y este ofrecimiento me permitía dedicarme por completo a ello. Por otra parte, pensé que esos 720 escudos eran más de lo que recibían muchos trabajadores, así que teníamos el deber de ajustarnos. También confiaba en que yo era ordenado con las platas, lo que me había permitido ahorrar incluso después de la compra del sitio y la casa. Así que empecé a ser funcionario y secretario regional de la Juventud Comunista en Concepción.

      Poco después me dijeron que había sido seleccionado para ir, junto con otros seis camaradas, a la Escuela Internacional de la Juventud Wilhelm Pieck, en la República Democrática Alemana. El curso me serviría para aprender sobre marxismo, la organización, las experiencias del movimiento obrero en otros países, en fin, sobre todo lo que a mí me parecía interesante aprender. El único problema era que el curso duraba un año y yo ya tenía mi familia, Estela y los cuatro niños. La Juventud le pasaría la mitad de mi sueldo a Estela y con eso pensaban que se solucionaba el problema. Sabía que ese dinero sería insuficiente, pero me entusiasmaba tanto el curso que acepté. Y para cubrir la insuficiencia recurrí a mis ahorros. La verdad, Estela no era ordenada con sus gastos, así que en vez de dejarle la plata –porque temía que la gastara muy al lote y hasta, tal vez, de un sopetón– se la entregué a un amigo ingeniero, con el compromiso de que él le daría mensualmente a Estela (en quincena cambiada con el pago de la Juventud) una cantidad que resultó casi equivalente a lo que la Jota le daba. A Estela no le gustó la idea de que me fuera por más de un año a otro país, me hizo un escándalo, pero frente a mi determinación, al final aceptó.

      Cuando se acercaba el invierno nuestro, no recuerdo bien el mes, partí a la RDA junto a cuatro camaradas hombres y dos mujeres. Como era del Comité Central de la Jota, iba como jefe del grupo. Llegamos a la escuela y nos encontramos con una serie de cursos paralelos donde había 1.500 jóvenes de todo el mundo. Si sacábamos la cuenta por cada país, la mayoría eran de la RDA, pero si sumábamos a los otros europeos, los latinoamericanos, los africanos, los árabes y los asiáticos, creo que éramos más los extranjeros.

      Al inicio nos recibió alguien de la dirección de la escuela que, con un traductor, nos explicó las reglas, horarios, etc. Dentro de las normas de la escuela estaba la elección de un “presidente” por parte de los alumnos, para cumplir funciones mayoritariamente protocolares. Además de trasmitir a la Dirección los problemas que pudieran plantear los alumnos de cualquier país, la función principal era asistir a las celebraciones de las fiestas patrias de cada uno, junto a alguien que representara a la dirección de la escuela y al PSUA y a alguien que representaba al PCUS. Esto le serviría para conocer a todos los jóvenes y poder establecer vínculos a fin de recoger los problemas si estos surgían. El mecanismo de selección era por bloques territoriales. Se juntaban los latinoamericanos y designaban su candidato. Los europeos, sin los de la RDA, que se excluían del proceso, el suyo. Los africanos, los árabes, los asiáticos, lo mismo. Después se haría una asamblea general donde votaban los jefes de los grupos de cada país para elegir cuál de esos cinco candidatos sería el presidente de los estudiantes ese año.

      En el grupo de los latinoamericanos, había argentinos, peruanos, colombianos, mexicanos, guatemaltecos, algunos centroamericanos más y nosotros. Cada jefe de delegación tenía que hacer una presentación de sus integrantes y contar algo de la situación que vivía su país. Después, todos votaban por alguno de ellos y el que obtenía la mayoría iba como candidato del bloque latinoamericano a la elección general. Todos hicieron presentaciones muy interesantes, tal vez algunas un poco largas, algunas con palabras un poco difíciles, pero nos sirvieron para abrir la mente, aprender cosas nuevas e interesarnos por los problemas de nuestros vecinos y romper esa tendencia a quedarnos encerrados solo en los nuestros. Después vino la elección y me llevé la sorpresa de que me eligieron como candidato del bloque latinoamericano. Analizando el asunto en la noche, los camaradas me dijeron que probablemente lo que había volcado la elección a mi favor fue mi intervención, que había sido la más breve (habría esperado que me dijeran que fue la intervención más brillante, pero no, solo dijeron que fue la más breve. Después, pensando, me conformé: “Lo bueno, si es breve, dos veces bueno”). Pero en realidad, el factor clave para que me eligieran candidato del bloque latinoamericano no fue ni lo bueno ni lo breve de mi intervención,

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