Violencias y precarización. Gabriela Bard Wigdor
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El cuerpo como negocio. En un sentido distinto, lo que no significa desvinculado del anterior, perspectivas reglamentaristas y laboristas plantean la regulación comercial de los negocios sexuales. Reglamentar la práctica sexual significa un recurso de excepcionalidad al derecho penal para aquellos que se relacionen al mercado sexual. A partir de mecanismos de control policial y sanitario, se genera la estrategia de legalizar la práctica de prostitución siempre y cuando esta se desarrolle en espacios controlados y cooptados por el orden institucional. El discurso laborista se encarga de sostener a la prostitución, como cualquier trabajo que debe ser registrada en los marcos de regulación laboral reconocidos. Si bien esto parecería ubicar en el reconocimiento a quienes realizan esta práctica, esto no significa que no aparezcan condiciones de explotación y mercadeo del cuerpo por terceros: “la defensa regular de los derechos y la mejora de las condiciones laborales en el mercado del sexo, se debe apoyar en la reivindicación de la libertad de decisión sobre la gestión del propio cuerpo, como negocio autónomo” (Villa Camarma, 2010, 163).
El cuerpo como mercancía. A diferencia de las anteriores, en las que la valoración e interpretación está generada desde lecturas externas a la práctica de quienes ejercen la prostitución, esta se inserta en una forma de esclavitud sexual en la que ser prostituta es ser víctima de un proceso que no ha sido de su completa decisión, ya que resulta de condicionantes estructurales presentes en su experiencia de vida como la pobreza, marginalidad, abuso sexual, falta de oportunidades laborales y educativas, o la presencia del narcomundo. Aquí, más allá de los marcos normativos que permitan dar visibilidad a derechos y reconocimiento de quienes practican la prostitución, esta siempre será una condición forzada que se reduce a una lógica de esclavitud sexual.
El cuerpo como poder. El cuarto eje lo constituyen aquellas posturas de corte feministas que sostienen la reivindicación de la elección exclusiva de la mujer a la gestión de su cuerpo (Gimeno, 2011). Culturalmente en nuestro contexto nacional, la figura de prostituta suele ir referida a la imagen de mala mujer, enfrentada a la de mujer virtuosa que se atribuye a la esposa fiel y ama de casa. En este sentido, Raquel Osborne (1989) sostiene que si bien la prostitución está vinculada a la desigualdad social estructural entre hombres y mujeres, esto no significa hacer a un lado las reivindicaciones de los derechos de estas mujeres. Frente al abolicionismo que niega la libre voluntad de las mujeres trabajadoras sexuales, ubicándolas como receptoras de violencia, plantean una agencia de alcance significativo en torno a la conquista de su reconocimiento y autonomía. Aquí, varias autoras (Juliano 2002, Petherson 2002) llaman la atención que la estigmatización de quien ejerce la prostitución, por ejemplo, al utilizar el término “puta” para referir a ella, no es resultado exclusivo de su actividad, sino forma parte de una construcción sociocultural que obedece a procesos de racionalidad de una dominación de género, en la cual ser mujer es asumir una obligación de sumisión frente al dominio masculino.
Estas cuatro trayectorias permiten observar, en el caso específico de la dinámica de vida en la ciudad fronteriza del norte del país, cómo ha prevalecido una creciente estigmatización de las mujeres jóvenes frente al marco normativo y axiológico que los espacios sociales tradicionales han producido en relación con el cuerpo y la sexualidad. Ser joven, pobre, prostituta es enfrentar una permanente vulnerabilidad de la propia condición de ser mujer, en la que ofrecer servicios sexuales no constituye una decisión enmarcada en protección de sus derechos o “libre elección”, sino un escenario de explotación como una mercancía de satisfacción que le permitirá acceder a un pago por los veinte minutos pactados para el servicio.
Según datos del CAPASITS (Centro Ambulatorio para la Prevención y Atención en SIDA e Infecciones de Transmisión Sexual), delegación Ciudad Juárez, en marzo del 2019, se tenía un registro de 5 200 mujeres dedicadas a la prostitución en diversas zonas de la ciudad. De esta población, el porcentaje mayor son mujeres jóvenes menores de 30 años, destacando la zona centro de la ciudad como el lugar donde desarrollan la actividad de prostitución. La experiencia de vida de jóvenes mujeres y hombres que han encontrado en el mercado del trabajo sexual, no solo un escenario propio de la creciente precarización y exclusión social (Salazar, 2015) que prevalece en el escenario de Ciudad Juárez asociado a la presencia de una cultura misógina que las reduce a una objeto de deseo, sino también la opción de negociar un pago por servicio que en otros espacios laborales simplemente no podrían acceder: “la denominación trabajadora sexual aparece como una de las formas de luchar contra la estigmatización y, al mismo tiempo, tender puentes entre mujeres trabajando en distintos sectores del mercado sexual (prostitutas, actrices porno o bailarinas eróticas)” (Santiago Morcillo y Cecilia Varela, 2016: 10).
El proyecto plantea un análisis en dos trayectorias. Por un lado, caracterizar cómo se ha venido gestando en la ciudad fronteriza del norte de México un régimen estético de exclusión y negación resultado de una serie de procesos en el contexto neoliberal que han producido vidas precarias que no vale la pena ser recordadas (Monárrez Fragoso, 2013). Por el otro lado, analizar a partir del relato biográfico la producción de una subjetividad situada (Arfuch, 2013) abordada desde lo estético, político y ético en relación con la experiencia de vida de las y los jóvenes vinculados al mercado sexual en Ciudad Juárez, México.
Metodología
La pregunta central indaga en torno a: ¿cómo se construye la experiencia biográfica y memoria en jóvenes varones y mujeres vinculados al mercado sexual en Ciudad Juárez, México?, y parte del supuesto de que en los últimos años, en esta ciudad fronteriza del norte de México, se ha insaturado un régimen estético patriarcal caracterizado por un escenario de exclusión social, la presencia de diversas expresiones de violencias y una creciente precarización de la vida en la población juvenil, dando como resultado que en lo particular, jóvenes insertos en el mercado sexual, generen prácticas y narrativas que les permiten negociar o enfrentan la dominación de dicho régimen. En este sentido, el trabajo muestra los resultados parciales de una estrategia de historia de vida con jóvenes —varones y mujeres— que ejercen el trabajo sexual en diversos espacios, considerando cuatro ejes de análisis: mundo íntimo-familiar, mundo de la negociación y el consumo, mundo de los derechos y vinculación con la esfera institucional, y el mundo de la expectativa y el deseo.
Estos cuatro ejes permiten una lectura transversal a la actividad del trabajo sexual, dando cuenta de la complejidad anclada desde las dimensiones económica, política, social y subjetiva.
A partir de una investigación de corte cualitativo,11 permite abordar cómo se construye la experiencia de vida de la y el joven inserto en el trabajo sexual en Ciudad Juárez, México, considerando dos rutas epistémicas:
El conocimiento situado de Donna Haraway (1991), quien plantea que nuestro conocimiento se genera desde lugares específicos y, por lo tanto, no está exento del contexto y la individualidad desde donde se mira.
La experiencia biográfica12 que permita observar “los modos diversos en que se inscribe la huella traumática de los acontecimientos en los destinos individuales” (Arfuch, 2013: 14), además de tener presente que, como sostiene Lawrence Grossberg, “las personas hacen historia pero bajo condiciones que no son las suyas” (Grossberg, 2010: 22).
Si bien el trabajo forma parte de una propuesta metodológica de mayor alcance, en particular aquí centraremos nuestra atención en el nivel de análisis de la narrativa producida a partir del relato de vida13 que construyen los y las jóvenes. Una experiencia subjetiva que en palabras de Reguillo, permite dar cuenta de “las dimensiones subjetivas que los actores despliegan en el orden sociodiscursivo” (Reguillo, 2000).
Resultados y discusión
Si bien como mencionamos al inicio, existe un debate