Para una crítica del neoliberalismo. Rodrigo Castro

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Para una crítica del neoliberalismo - Rodrigo Castro Fuera de serie

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Foucault identificará este proceso sobre todo con la figura de Giscard, que mientras dicta el curso es precisamente presidente de la República. «Ahora bien, esta idea de una política social cuyos efectos queden neutralizados por completo desde el punto de vista económico ya la encontramos formulada con mucha claridad al principio de ese periodo de instauración del modelo neoliberal en Francia, es decir, en 1972, por el ministro de Finanzas de entonces, Giscard d'Estaing» (2007: 239).

      34 De hecho lamenta que no haya llegado a hablar de biopolítica, que «el curso se haya dedicado íntegramente a lo que solo debía ser su introducción» (359). Hay que recordar la forma en que cierra el curso, pues entrega precisamente algunos de los elementos que debería incluir ese análisis de una biopolítica neoliberal: «Lo que debería estudiarse ahora, entonces, es la manera cómo los problemas específicos de la vida y la población se plantearon en el marco de una tecnología de gobierno que, sin haber sido siempre liberal —lejos de ello—, no dejó de estar recorrida desde fines del siglo xviii por la cuestión del liberalismo» (366). Este programa de trabajo en todo caso no se continúa en los cursos siguientes.

      35 Hay algunas sugerencias, durante el curso y en otros trabajos: la política social privatizada, el mercado sanitario, el programa del hombre empresa, la responsabilización individual como principio de orden social; pero no llegan a ser una descripción.

      36 Foucault considera que existe un impulso neoliberal francés, que ya desde la década del 50 ha tensionado la política francesa con medidas «liberales» frente a la más preponderantes posiciones «dirigistas». Menciona a modo de ejemplo a Pinay en 1952 y la reforma sobre todo monetaria impulsada por el comité que presidió en 1958 Jacques Rueff, uno de los participantes del coloquio Lippmann (2007: 232-233). Pero, más allá de estas tensiones o incursiones, habría un cambio esencial a partir de la primera mitad de la década del 70 en que se instaura un modelo de inspiración alemana. E incluso que el gobierno de Giscard contemporáneo al curso sería francamente neoliberal en el sentido del ordoliberalismo. De modo que «hay un parentesco que salta a la vista entre lo que ellos dicen y el modelo alemán, el ordoliberalismo alemán, las ideas de Röpke, Müller-Armack, etc. Ahora bien, es muy difícil encontrar simplemente el acta de reconocimiento, la declaración que permita decir: ah, aquí está, esto es lo que hacen y saben que lo hacen» (2007: 227). Foucault insiste en que se ha esforzado por encontrar conexiones explícitas, que soporten esta intuición, rescata por fin las afirmaciones de un joven asesor del Gobierno en materia económica Christian Stoffäes, quien señala a fines de 1978 que calificaría sus propuestas como economía social de mercado con un poco más de audacia revolucionaria. Foucault comenta «por fin se habían pronunciado las palabras» (2007: 229). Sugiere incluso Foucault que en marzo de 1979 que comenzaba a volverse «une tarte à la crème» (2004: 221) en Francia las alusiones al neoliberalismo norteamericano. La reconstrucción que ha hecho Denord (2004) tiende a mostrar la viabilidad de esta intuición. El surgimiento de los nuevos economistas en Francia, la fundación de publicaciones especializadas cercanas al monetarismo y especialmente la fundación de la UDF en 1978, partido de Giscard que será el principal agente, un par de años después de la relaboración ideológica de la derecha. Todos ellos son elementos que a la distancia permiten desglosar la intuición de Foucault de que el neoliberalismo se ha instalado en Francia y al mismo tiempo evidencian las razones políticas que lo llevan a preocuparse por este tema. Hay que insistir que cuando se dice neoliberalismo en este contexto se refiere principalmente en este caso a la versión alemana que a juicio de Foucault aterriza en Francia. Aunque parezca exagerado, algunas descontextualizaciones bizarras hacen necesario insistir que de hecho ni Thatcher ni Reagan han sido siquiera elegidos cuando termina el curso Nacimiento de la biopolítica y que la preocupación de Foucault es imposible que se dirija hacia esa configuración de reformas. Si bien Foucault conoce algunos textos de neoliberales norteamericanos y los analiza con más o menos fortuna, no está viendo ni las reformas de Thatcher, ni Reagan, ni el consenso de Washington, pues esto aún no existe. Podría haberse fijado en la experiencia chilena o algunos de los elementos neoliberales implementados en el Brasil, país que conoce, y no lo hace, es un defecto del análisis y probablemente fruto de su frecuente localismo francés. Pero es el contexto francés a pesar de todo el factor explicativo.

      Zamora identifica bien el contexto francés y sugiere que Foucault se siente inclinado por la política de Giscard. Los argumentos serían una posible amistad, o un trato periódico con un funcionario del gobierno de Giscard de cierta importancia. Parece una lectura incorrecta. Me permito recordar un par de cosas concretas. Foucault, que no suele referirse a las elecciones presidenciales, dice los siguiente a propósito del triunfo de Giscard en 1974 y la reacción cultural de la derecha «la antigua derecha petainista, la antigua derecha colaboracionista, maurrasista y reaccionaria que se camufló como pudo tras de Gaulle, considera que ahora tiene el derecho a reescribir su propia historia. Esta vieja derecha que, desde Tardieu, había sido descalificada histórica y políticamente, ahora vuelve al frente del escenario. Ella apoyó explícitamente a Giscard. Ya no necesita usar una máscara y, por lo tanto, puede escribir su propia historia» (1994: 647). Y al final del periodo, cuando Miterrand derrota a Giscard en 1981, añade que el Partido Socialista ha sido sensible a ciertos temas de las luchas ecológicas, feministas y no que se trata de la victoria de algo consumado, pero sí al menos de «la victoria de una posibilidad»; mientras que la victoria de Giscard hubiese sido la «derrota de la posibilidad» (2014: 277).

      37 Una reconstrucción detallada en todo caso muestra diferentes antecedentes que habían seguido esta complejización, por ejemplo en 1939, Gaetán Pirou tituló su compendio «NéoLibéralisme, NéoCorporatisme, NéoSocialisme». En su descripción se basa en trabajos anteriores de algunos de los asistentes al coloquio, y alude al coloquio mismo y a los trabajos de Lippmann. Ingresa ya la idea de que se trata de ideas en tensión y que no hay acuerdos en todos los temas, aunque no menciona a los austriacos ni alemanes asistentes. Además del texto de Baudin en 1953, al que alude Foucault, tenemos el estudio de Folliet de 1950, con versión en castellano, un sacerdote muy ligado a la democracia cristiana. Se trata de un texto de propaganda y una síntesis comparativa entre diferentes doctrinas y el socialcristianismo. No es un texto de mucha profundidad analítica pero hace una separación muy interesante entre economía social de mercado y socialcristianismo y sitúa a los ordoliberales alemanes dentro del neoliberalismo. También se encuentra el texto de Nawroth en 1961, un domínico que a diferencia de su colega Folliet desarrolla un estudio de mayor profundidad, actualmente citado por múltiples fuentes, aunque mantiene básicamente las mismas posiciones de Folliet. La expresión neoliberalismo alude en todos estos estudios precisamente a un abanico complejo de posiciones que incluye el grupo de franceses de la década de 1930 Rougier, Marlio y otros cercanos a la Librairie de Médicis, y también al grupo de alemanes como Rüstow, Eucken, Röpke. En algunas ocasiones, como en el caso de Nawroth, se considera a Rüstow y Röpke parte de un liberalismo sociológico, mientras que Eucken y Erhard serían propiamente ordoliberales, en cualquier caso, el neoliberalismo alemán estaría constituido germinalmente por ambos grupos. Habría que indicar que la formación de la sociedad de Mont Pelerin cumple con las condiciones de programa internacional y reúne de hecho a miembros de todas estas posiciones, y es el signo al mismo tiempo de su unidad, no solo congrega en su primera reunión a 15 de los 26 asistentes al coloquio Lippmann, sino que buena parte de su manifiesto inicial se hace eco de la alocución inicial de Rougier en el coloquio. No puedo aquí por espacio hacer la comparación literal, pero es un gesto muy interesante tomando en cuenta que Rougier no participará en la reunión de 1948, probablemente porque está en una situación de paria, por sus vínculos con el régimen de Petain en Francia, otro capítulo sabroso en el que no nos podemos detener, aunque se puede profundizar en los estudios de Diemer y de Denord.

      38 Hay una influencia clara del libro en la programación original. Aunque el contenido

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